José Ignacio Lapido: «La música espanta males y atrae afectos»

Autor:

«Lo último que haces es lo que realmente importa»

Retomando las riendas de su proyecto en solitario, José Ignacio Lapido alumbra su noveno disco solista, A primera sangre. Sobre la composición, la creatividad, 091 y otras cuestiones pasadas y futuras habla en esta entrevista con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: NACHO GARCÍA GONZÁLEZ.

 

Atemporal y clásico, José Ignacio Lapido extiende sobre el tapete su último póker de ases. Se llama A primera sangre, lo produce su escudero Raúl Bernal y lo edita Pentatonia Records, el sello que fundó para que sus canciones vean la luz sin depender de una discográfica. Un esfuerzo que dice mucho de su lucha por la supervivencia en un gremio hostil en el que lleva trabajando más de cuarenta años. En los últimos tiempos se desdobla entre su carrera solista y su banda, 091, componiendo dos canciones con los que se ha ganado el respeto unánime de crítica, público y compañeros de oficio. Pero, sobre todo, el suyo propio. Se percibe por la seguridad que arroja cuando habla de las canciones, delante de un café en el madrileño Varela, mientras comenta lo orgulloso que está de las fotos que acompañan estas líneas. Son obra de su hijo Nacho.

En los últimos años tu discurso giraba en torno a la estrechez del horizonte creativo. No parece la tónica de este disco, del que te muestras especialmente satisfecho. ¿Ha cambiado tu óptica?
En esta ocasión han salido espontáneamente, sin demasiada dificultad. Dificultad siempre hay, pero no ha habido que retorcerlas para que quedasen como han quedado. Salían y me iba sorprendiendo a mí mismo. En el proceso posterior a la composición, los arreglos y la producción, he contado con la ayuda inestimable de Raúl Bernal, llevamos tocando juntos veinte años o más y sabe lo que puedo dar de mí mismo, me ha estimulado y ayudado. Ha puesto orden en ese caos previo a una grabación y todo ha sido más sencillo y más placentero, no ha habido esa agonía de las otras veces.

Entonces, en la gestación de A primera sangre no has tenido que cavar en la mina ni ponerte la navaja al cuello para terminar las letras, ¿no?
[Risas] No, esta vez ha habido tiempo. Es la primera vez que llego al estudio con las letras acabadas. Eso ha ayudado a que la grabación sea más tranquila y placentera, porque grabar sabiendo que te faltan letras por terminar, y que si no llegan la canción se queda fuera, me crea mucha angustia. En esta ocasión, cuando llegué con mi carpeta con las letras iba presumiendo de ellas [risas].

Lo de conjugar dos mundos creativos, 091 y tu carrera solista, ¿te está poniendo más en forma que nunca, compositivamente hablando?
No me da tiempo a relajarme. Termino un disco y me pongo con más canciones, no las hago pensando si van a ser para mí o para 091. También siento como propias las canciones de 091; de hecho, las he compuesto yo, aunque las cante José Antonio y las toquemos y arreglemos entre todos. Hago canciones, y si toca hacer un disco de 091 las adaptamos, y si no, para mí. Me preguntas si componer para los dos proyectos ayuda. Ya vengo entrenado, con el músculo fortalecido a la hora de escribir, pero haber hecho cosas en el pasado te da poca seguridad. Nadie va a juzgar este disco por los que hice, lo van a juzgar por lo que van a oír en estos surcos. Y en el futuro va a ser igual. Aunque este disco haya resultado muy bien, si el próximo no resulta tan bien me van a juzgar por ese. Yo mismo me juzgaré y veré si he estado a la altura. Lo último que haces es lo que realmente importa.

Sí creo que hay una lucha permanente contra ti mismo. Que tu cancionero anterior es tu principal rival. El pasado pesa, ¿no?
El pasado pesa, efectivamente. Cuando compongo no me pongo los discos anteriores para ver a qué nivel había llegado. Me dejo llevar por la intuición y por la experiencia. Sé más o menos cuándo una canción merece la pena y cuándo debo abandonarla. Me imagino que la gente hará comparaciones. Juan Jesús García, periodista de Ideal, dice: «Antes de oír uno nuevo, hago la prueba poniendo siempre Cartografía antes» [risas]. Hace esa prueba para ver si resiste. Me parece bien, si me comparan con el pasado es porque hice cosas que estaban bien. No me pesa el pasado en ese sentido, no me veo coartado a la hora de escribir. El oficio ayuda, y se adquiere con el paso del tiempo.

Hablando de las canciones que haces para 091, ¿existen maquetas en las que cantas tú de canciones que luego ha grabado el grupo?
Maquetas de la banda entera no, pero mías de cuando he hecho la canción, sí.

¿Te has planteado publicar las canciones de 091 cantadas por ti?
¿Versionarme a mí mismo? [risas] No, no soy muy de hacer cosas de ese tipo, prefiero avanzar en el camino. Pero es una idea curiosa, una vuelta de tuerca extraña. Se puede plantear en un futuro, no lo había pensado.

No eres muy de mirar al pasado, pero el pasado está muy presente en este disco.
No soy de mirar al pasado en el terreno creativo. El pasado está presente en nuestras vidas, convivimos con nuestra memoria y nuestros recuerdos nos enseñan y nos iluminan a veces. En la música, el pasado está presente. Me reconozco en la escuela del pasado. Cualquiera que diga que hace una música totalmente nueva se engaña o desconoce la tradición musical, porque cualquier música popular tiene sus raíces en el pasado, por muy novedosa que pueda parecer. Si estudias historia musical te das cuenta de que nadie está inventando la pólvora, que todo tiene una raíz.

 

«Cualquiera que diga que hace una música totalmente nueva se engaña o desconoce la tradición musical»

 

Sueles citar a los Beatles entre tus primeras influencias. ¿Crees que es posible que exista un fenómeno tan importante como ellos, o fuera de ese contexto es imposible?
Los Beatles crearon varios cánones musicales, fueron pioneros en distintos estilos y luego se formaron distintos subgéneros dentro del rock. Ahí te das cuenta de la importancia de las influencias, porque los Beatles no nacieron de la nada. Al principio eran un grupo de versiones: hacían canciones de rock and roll, del cancionero clásico de las comedias musicales, de la Motown, del rhythm and blues… De Ray Charles, de Gene Vincent, Elvis, The Miracles… Ese fue su caldo de cultivo. Cuando empezaron a escribir material propio se veían esas influencias. Confluyeron tres talentos descomunales, Lennon, McCartney y Harrison, que crearon un mundo compositivo difícilmente superable, cánones que luego hemos seguido. ¿Si se podría dar eso ahora? No lo creo, ellos surgieron en una época muy concreta y las circunstancias de entonces no son las de ahora. Hasta que no surge el genio, no lo sabes. ¿Se podía prever que surgieran Miguel Ángel, Caravaggio, Velázquez? Surge el genio y la creatividad del individuo es la que manda y nos deja a todos con los ojos abiertos.

¿Dirías que nadie les ha hecho sombra?
Los Beatles siguen siendo los jefazos de esto, pero ha habido otras bandas que han llegado a cotas parecidas. Los Kinks, Ray Davies es un compositor descomunal. En esa época confluyeron muchas genialidades que crearon el canon que se ha seguido después, por eso se le llama la edad de oro del rock: Dylan, los Stones, los Who, Jimi Hendrix… los sesenta tienen un plantel difícilmente igualable.

La gran década.
Creativamente hablando, sí. No solo en el pop y el rock, muchos discos de Miles Davis, del jazz y el blues se grabaron en los sesenta. Ha dejado centenares de obras clásicas en el terreno de la música, el cine y el arte; el pop art nació ahí. Creo que la edad de oro de la música va del 54 al 79. A partir de ahí empieza a flojear la cosa [risas].

Emulando a Los Diablos, encuentro un rayo de sol en A primera sangre, aunque también hay una sinceridad abrumadora en canciones como “No hay nada más”. ¿Cómo describirías el paisaje de tu nuevo disco?
Lo describiría como eso que dicen los hombres del tiempo: nubes y claros [risas]. O con una autocita, como esa canción de Formas de matar el tiempo: «Vamos a esperar a que las nubes se abran y que dejen pasar esa extraña luz majestuosa y rara, como si un dios nos mirara a la cara» [“Un día de perros”]. El disco es un día nublado con haces de luz que atraviesan esas nubes. Hay temas recurrentes, como la soledad o el paso del tiempo, pasajes de esperanza, ternura, amor… Está todo mezclado, como la vida. No creo que exista la felicidad absoluta y permanente, son destellos momentáneos que hay que disfrutar y celebrar, porque sabes que pronto llegarán momentos peores.

Esa luz, ¿significa que se han disipado tus incertidumbres y miedos pandémicos, o has aprendido a vivir con ellos?
La incertidumbre forma parte de nuestras vidas, así ha sido siempre y así será. Para este disco, María del Mar [su mujer] y yo hicimos un cronograma meses antes de sacar el disco y se está cumpliendo a rajatabla.

El disco lo grabaste durante el verano de 2022, ¿no?
Empezamos en junio del año pasado. De grabación no pasamos de doce días, pero con las mezclas y la masterización se acabó a finales de agosto. Lo que pasa es que hay muy pocas fábricas de vinilos, hay un colapso y te dan seis meses de plazo de entrega, por eso sale ahora. Si no existiera ese problema a lo mejor hubiera salido la Navidad pasada.

Eso influye en muchísimos lanzamientos a nivel internacional, y no todo el público lo sabe. ¿Dónde lo fabricaste?
En Holanda. Es que no hay muchas fábricas de vinilos. A finales de los noventa, fueron desapareciendo las fábricas de Europa y Estados Unidos, se veían como algo obsoleto y eso tiene una tecnología muy difícil de replicar. Apenas quedaron fábricas en la antigua Europa del Este. Pasada la primera década de los 2000, el vinilo se puso de moda, pero quedan muy pocas fábricas y de ahí viene el colapso.

En este tiempo incierto, es de celebrar que abras el disco con la euforia de “Curados de espanto”, a pesar de versos tan demoledores como ese «aunque ya no estemos». ¿Es un canto a la vida?
Es curioso que me preguntes si es un canto a la vida, porque la canción va de la muerte, de alguien que es consciente de que le va a llegar su último momento, pero quiere celebrar lo bueno que ha vivido. En las estrofas habla de la certeza de la llegada de la muerte, y los estribillos son una sucesión de brindis que han hecho felices a los protagonistas. Me interesa el tema por la reflexión vital, por las preguntas que uno se hace de lo que hay después, de lo que no hay, de las certezas, las incertidumbres… En el estribillo se abren unos acordes y una melodía luminosos, y el mensaje cambia: es la celebración. Los acordes de las estrofas son menores, dan sensación de tristeza, hablan de la muerte, y en el estribillo se abren a mayores. Estoy orgulloso de eso, porque cambiar de una tonalidad a otra, y el tono de la letra, fue un hallazgo para mí.

Es muy difícil escapar de un himno así.
Es muy coreable el estribillo. El problema es que no hay un solo estribillo, son tres distintos. Se lo comenté a Raúl: «¿Y si quitamos un estribillo y repetimos uno dos veces, para que la gente se acuerde?». Y él me dijo «¡qué dices!» [risas]. Se lo dije de broma. Es una lista de brindis, a lo mejor se me fue la mano con los brindis… pero son metafóricos, espero que se entienda [risas]. En esa lista se conjuga el surrealismo con la mitología.

 

«Tomo las canciones como parte de mi vida, trozos de mi vida que saco al exterior»

Después llega “Arrasando”, que musicalmente parece un mar en calma, aunque la letra es prácticamente un alud.
Es una falsa calma, hay una marejada en el fondo. Está bien que sea una turbulencia submarina.

Encuentro nuevos territorios en este disco; lugares y temas que has explorado menos, como pasa con “Malos pensamientos”.
“Malos pensamientos” es una de las que más me gustan, soy un amante del blues y encaja perfectamente en el concepto del blues añejo de los años cincuenta y sesenta. Hace años cometí el error de anunciar que iba a hacer un disco monográfico de blues, que nunca llegó, pero de vez en cuando meto piezas que se podían catalogar como blues: “Piedras y palos”, “Dudas razonables”…

Al final no hiciste ese monográfico, pero espolvoreas el género por tu discografía.
Esta canción podría haber encuadrado perfectamente en ese hipotético disco. Aquí quería partir de un ritmo. La música de los cincuenta y los sesenta tenía ritmos más libres, muchos baterías venían del jazz y dominaban el swing, tenían mucho movimiento de muñeca. Le dije a Popi [González] que quería un ritmo así, más suelto, y le puse canciones de Big Mama Thornton, Otis Rush… Popi, que es un batería excepcional y es de la vieja escuela, lo captó al momento. La letra la hice al viejo estilo de esas canciones. El blues ha tomado elementos religiosos en sus letras, porque muchos artistas venían del góspel, estaban muy influenciados por lo que cantaban en sus iglesias evangélicas. Muchos artistas de blues cambiaron el mensaje celestial y religioso por un mensaje más sexual y erótico festivo, manteniendo las metáforas, y yo he hecho lo mismo, en castellano pero utilizando un tipo de rima y de métrica muy clásico.

En El alma dormida ya reflexionabas sobre la muerte, pero A primera sangre también es muy manriquiano. ¿Hay un hermanamiento, en ese sentido temático?
El hermanamiento viene del padre de las canciones, que soy yo [risas]. Uno no puede desembarazarse así como así de sus obsesiones, su forma de ver el mundo, sus miedos, sus filias, sus fobias… no puedes cambiar la personalidad de un disco a otro, aunque intentas que cada uno tenga matices distintos. No es que en cada disco intente hacer la misma canción, pero los temas son muy parecidos. De un disco a otro puede haber diferencia de óptica o percepción, pero las reflexiones básicamente son las mismas: la vida, las emociones… no puedo remediarlo. Tomo las canciones como parte de mi vida, trozos de mi vida que saco al exterior. Uno canta sus miedos, sus angustias y sus reflexiones, las hace públicas en forma de canción.

El que canta su mal espanta, dice el refranero.
Espanta males y atrae afectos, la música sirve para atraer afectos y a mí me llegan mucho. Muchas de mis reflexiones me las devuelve la gente en forma de afecto. Este disco lleva unos días en la calle y no me he encontrado ni un solo mensaje negativo, todo han sido agradecimientos, parabienes, felicitaciones y calificativos magníficos. Y ese agradecimiento que me da la gente lo devuelvo, agradeciendo que sigan ahí después de tantos discos. Por eso te digo que mis pesadumbres cantadas se me devuelven en forma de afecto.

¿Lapido no tiene haters?
Eh… no [risas], ¡debo ser el único en el mundo! Por lo menos no se hacen visibles.

En “Creo que me he perdido algo” aflora el Lapido descreído. ¿Sigues siempre en guardia? Porque parece que todo juega a favor, el reconocimiento a tu carrera solista, la cálida acogida a 091 con múltiples homenajes, ¡hasta una plaza en Granada! ¿«Todo es demasiado bello para ser real»?
Sí, es una canción que se mueve en el terreno de la ironía y el descreimiento. Alguien se ve flotando en una nube rodeado de las cosas más placenteras y bellas que se puede imaginar, y se hace esa reflexión: es demasiado bello para ser real, creo que me he perdido algo. Eso es un fiel retrato de mi carácter [risas]. Está bien disfrutar del momento, pero no creértelo del todo. Hay que estar alerta, como tú has dicho.

 

«Está bien disfrutar del momento, pero no creértelo del todo. Hay que estar alerta»

 

Hay muchos dobles sentidos en este disco, siempre has sido muy amigo de la polisemia. ¿Disfrutas buscándolos?
Me gusta hacer ese trabajo. No hay nada casual en las letras, lo bueno y lo malo está hecho a propósito, no son hallazgos casuales. Las letras parten de un caos que hay en mi cabeza, pero si ese caos no cristaliza en una estrofa y un estribillo bien escritos no sirven de nada. Hace años me apliqué en la búsqueda de un estilo en el que los juegos de palabras juegan un papel importante, y doy pie a distintas interpretaciones, muchas veces desde el terreno del humor. Entreverado entre mensajes que aparentemente pueden ser de pesadumbre, subyace el sentido del humor.

Un sentido del humor muy acorde con su autor.
[Risas] Bien dicho. En eso me he aplicado, en que se descubran pequeñas grietas en una pared encalada.

¡Cualquier día te ponen un sillón en la RAE!, aunque sea por tu aportación al cancionero, porque se te considera uno de los mejores letristas del país.
Sí [risas]. Yo me siento muy agradecido cuando leo ese tipo de cosas, llevo mucho tiempo empeñándome en dignificar eso. No por hacer proselitismo de la literatura ni nada de eso, sino porque creía que la parte lírica de mis canciones debía tener la misma enjundia que la musical, y me lo propuse desde casi el inicio. Pero, claro, pasaron varios años hasta que adquirí la técnica necesaria para hacerlo.

¿En nuestro país se escriben buenas canciones? Y en ese caso, ¿a qué compañeros admiras tú por sus letras?
De mi generación, gente como Josele Santiago. Lo difícil es encontrar tu propia voz creativa. Cuando oyes una canción y sabes quién la ha escrito, aunque no la cante, es que es un gran escritor. Josele tiene esa capacidad. Quique González se ha convertido en uno de los mejores escritores de canciones de este país, lo ha demostrado disco a disco. Diego Vasallo escribe estupendamente, profundo. El añorado Rafa Berrio era una cumbre. Raúl Bernal, aparte de excelente pianista, organista y productor, como escritor de canciones y poeta es otra cumbre. Siempre he admirado mucho a Manolo Bertrán, de Doctor Divago. Me parece muy original cómo encara la escritura de canciones, acaban de sacar otro disco magnífico. Habrá más que se me escapen ahora. Hay buenos letristas, lo que hace falta es que la gente los escuche, que se pare a disfrutar de la belleza de esas canciones.

Es divertido cazar las pistas y los homenajes a otros artistas que hay en tus letras. Hay guiños a Los Salvajes, a William Faulkner, a 091… y otros que cuesta encontrar.
No lo hago con maldad [risas], es un juego literario que me gusta. El homenaje a mis músicos favoritos llevo años haciéndolo, pero creo que en los dos últimos discos creo que no había ninguno…

No, en “Dinosaurios” «sonaban los Troggs en la radio».
Es verdad, ¡y Dylan! Esto se remonta a la canción “Qué fue del siglo XX”, de 1989, donde aparece Elmore James. En mi primer disco solista aparecen Muddy Waters y Howlin’ Wolf, bluesmen que me encantan. Y viene a cuento, porque son títulos de canciones que tienen que ver con lo que estoy cantando. En “Mi nombre es Sísifo” digo «me tambaleo y ruedo al precipicio», y es en relación a una canción que popularizó Muddy Waters, “Rollin’ and tumblin’”. En otras canciones de los Cero nombraba a los Shadows. También hay títulos de libros, frases a modo de homenaje. En mi primer disco había uno a La metamorfosis de Kafka.

A veces no es un guiño concreto, sino la propia forma de escribir. En “No hay nada más”, hablando de tumbas y epitafios, tienes un aire a Edgar Allan Poe.
También lo nombré en una canción de los Cero, “Para impresionarte”. Al escribir “No hay nada más” no se me vino a la cabeza, pero Poe es una de mis lecturas juveniles más profundas, y lo que lees y escuchas cuando eres joven son las influencias que más perduran. Hubo una época que era muy aficionado a Poe, a Lovecraft, a autores de la novela negra como Chester Himes o Dashiell Hammett, a esa forma de escribir de los escritores norteamericanos de los cuarenta y cincuenta, con frases cortas y rotundas que se trasladaron muy bien al cine, a las películas de Bogart, James Gagney… Son frases muy certeras que describen un estado de ánimo en cuatro palabras. Me influyó mucho.

¿Ahora te influye más otro tipo de género o de literatura?
Ahora leo más ensayos que novelas. Casi todos los libros que leo últimamente se relacionan con épocas históricas. Me gusta informarme del pasado, a vueltas con el pasado [risas].

«Nos dejamos herir por versos inacabados», cantas en “Tiempo muerto”. ¿Siguen doliéndote las canciones sin acabar?

Claro, me duele empezar una canción y no tener la suficiente fuerza creativa para terminarla como merece. Claro que duele.

 

«Me duele empezar una canción y no tener la suficiente fuerza creativa para terminarla como merece»

 

Esa canción cierra el disco con algunos de los versos más hermosos, como «el niño que fui me mira y se aleja, se adentra en la tarde de lluvia y de ausencias».
La aparición del niño no es un hallazgo casual: necesitaba romper la canción musicalmente y literariamente. Estoy cantando en las estrofas sobre el presente apesadumbrado y en esa parte hay una aparición fantasmal que es el niño que fui, y como las notas son muy breves, al niño solo le da tiempo a mirarme y a adentrarse en la tarde de lluvia y de ausencias, vuelve al tiempo muerto. No hay nada casual en las canciones.

Hay mucha mirada hacia el futuro en este disco. ¿Cómo lo ves, ahora mismo?
Como una incógnita. El futuro es una interrogación flotante.

¿Piensas mucho en ello?
No demasiado, vivo el presente. El presente tiene tal capacidad avasalladora que no da cuartel para meditar demasiado sobre el pasado o el futuro. El futuro llega con cada minuto que pasa y tienes que estar preparado para enfrentarte a él. Unas veces te sorprende agradablemente y la mayoría no, pero así es la vida.

Al margen de transitar por el rock, el blues, el country, etc., ¿has explorado nuevos subgéneros en este disco?
En “Creo que me he perdido algo” hay un ritmo de raíz latina mezclado con guitarra de la tradición de la Costa Oeste norteamericana, algo que no había hecho antes. Cuando la mezclábamos, decía: «Raúl, ¡se me van los pies! Me dan ganas de bailar, esto no me ha pasado nunca. ¿Hemos hecho algo mal?» [risas]. La labor rítmica de Popi ha sido fundamental. Algunas canciones de los sesenta, de la Costa Oeste, tenían raíz latina. “White rabbit”, de Jefferson Airplane, estaba inspirada en el “Bolero” de Ravel, que tiene una sonoridad española, y Stephen Stills, de Crosby, Stills, Nash & Young, tiene muchas canciones con influencia cubana, y latinas. Aquí se mezcla esa guitarra de sonoridades psicodélicas con la cadencia latina del ritmo. A eso ha ayudado Quini Almendros, excelente músico y persona que ha vuelto a colaborar conmigo al pedal steel. También he contado con la colaboración inestimable de El Hombre Garabato haciendo voces en “Arrasando” y “Creo que me he perdido algo”.

Te noto más relajado cantando. ¿Tiene que ver con la producción de Raúl o hay algo más?
Supongo que tendrá que ver con la producción de Raúl y con una consecuencia de la pandemia: Raúl estaba de baja y me vi obligado a hacer conciertos solo, cosa que no había hecho nunca, he sido un tío de banda toda la vida. Eso me obligó a adaptar mi repertorio a una sola guitarra y a que la voz tuviese la expresividad necesaria sin ayuda de coros ni otros instrumentos. Me sirvió para mejorar como cantante.

Todos tus discos en solitario los has grabado en Granada. Si pudieras elegir en qué estudio del mundo grabar, sin límite de presupuesto, ¿adónde irías?
Ahora no me lo planteo, pero en el pasado tenía la ilusión de visitar estudios míticos donde se han grabado discos que admiras, Abbey Road o los Muscle Shoals de Alabama. Ahora hemos grabado en los estudios de Carlos Díaz, en Santa María de la Vega, muy a gusto y con unos medios increíbles. Y el resultado es lo que cuenta, además de la comodidad y el tema económico.

¿Habéis empezado a ensayar para la gira?
Sí, y suena terrible… digo, tremendo, ¡suena tremendo! [risas].

En la gira te acompaña tu banda de siempre: Raúl, Popi, Jacinto Ríos al bajo y Víctor Sánchez a la otra guitarra. ¿Por qué no estuvo Víctor en la grabación?
La razón de que no esté en el disco es que yo quería recuperar mi labor como guitarrista. En los últimos discos me había acomodado un poco, y este disco me lo preparé solo, en casa, tenía muy claras las guitarras y quería recuperar ese papel. Pensé que un disco que sale con mi nombre tiene que tener todas mis facetas: la de compositor, la de cantante y la de guitarrista. Se lo expliqué y lo entendió. Le estoy muy agradecido a Víctor por la cantidad de años que lleva a mi lado, aportando su talento a mis canciones.

Al elegir el repertorio, ¿hay canciones innegociables? ¿Te sientes prisionero de alguna?
No, porque me gusta tocarlas. Algunas no las he dejado de tocar, como “Luz de ciudades en llamas”, “En el ángulo muerto”, “Cuando el ángel decida volver”… No me siento prisionero, son clásicos del repertorio que a la gente le gusta oír y a mí tocar.

¿Qué tal estás de las manos, de esa psoriasis que tanta guerra te da cuando tocas?
Bueno, tengo mis periodos. Me he cuidado mucho, he estado sin tocar mucho tiempo y ahora vuelvo al tajo, a ver cómo se porta.

En 2024 se cumplen 25 años del comienzo de tu carrera solista con Ladridos del perro mágico. ¿Hay alguna celebración en el horizonte?
He encargado una tarta [risas]. No tengo previsto nada, a esta edad son tantos los aniversarios que se van acumulando… no da uno para tantas tartas. Ahora que lo dices, a lo mejor puede coincidir la tan añorada reedición de mi primer disco.

Por eso te iba a preguntar, porque la prometiste hace ya tiempo.
Ah, pues mira, me has dado la idea. Lo vamos a hacer para el veinticinco aniversario.

Aún tienes una cuenta pendiente: la de grabar tu disco en directo.
Con 091 he grabado varios, pero no soy muy aficionado a los discos en directo. De otros artistas, sí, pero a mí me da un poco de pereza. Esa posibilidad siempre está ahí, pero no tiene prioridad en mis planes.

El presente es José Ignacio Lapido, ¿y el futuro?
Iré alternándolo. Voy a hacer mi gira, y este verano voy a hacer conciertos con 091. Conforme lleguen las oportunidades le daremos la adecuada respuesta a cada una.

Con 091 vas a tocar en La Alhambra, en el ciclo 1001 Músicas.
Sí, tocaremos al lado de la Torre de la Vela [sonríe].

¿Y verás a Dylan?
¡También! Me han invitado. A Dylan le he visto varias veces, ¡pero en La Alhambra, nunca! [risas]

Artículos relacionados