«Olvidamos la naturaleza del sistema en el que vivimos, pero lo peor es que olvidamos la naturaleza de la condición humana: somos depredadores y podemos llegar a ser carroñeros»
Lapido, José Ignacio Lapido. ¿Qué decir de él? Un maestro. Uno de los mayores talentos del rock español. Eduardo Tébar conversa con él por la edición de su nuevo disco, “Formas de matar el tiempo”.
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Fotos: A. ARABESCO.
Como agua bendita. Los fieles de José Ignacio Lapido (Granada, 1962) acogen con fervor casi religioso cada nueva colección de canciones del guitarrista y compositor de 091. Dos años y medio después de la anterior entrega, el poeta eléctrico reitera sonidos y literatura en “Formas de matar el tiempo” (Pentatonia), el séptimo de su carrera en solitario. Esta vez sin retahíla de invitados ilustres, pero beneficiado por el colchón de una de las bandas más sólidas y refulgentes del panorama nacional. Con la misma ironía, Lapido llamaba a lo suyo “música celestial” hace diez años. A diferencia de entonces, ahora cuenta con músicos estables, que crecen en paralelo. Se gusta como cantante. Ni se plantea tratar con sellos discográficos como los que rechazaron si quiera escuchar una obra del calibre de “En otro tiempo, en otro lugar” en 2005. Y su público se ha multiplicado. ¿Justicia poética?
Sin duda, Lapido se agranda. También aumenta el grosor de su cuaderno de letras, munición prometedora para los conciertos. Los medios tiempos se preservan como terreno grácil para melodías hermosas, entre el pop atemporal y el bluegrass. Quizá, la guitarra acústica asoma más de lo habitual. Raúl Bernal se suelta en floridos swingueos con los teclados y aporta la preciosidad de arreglos de cuerda de ‘Al azar’. El riff stoniano de ‘Cuando por fin’ deriva del logro apabullante de ‘Algo falla’. ¿Evolución? La justa y necesaria. José Ignacio habla en primera persona de perdedores y desencantados. Desde su ángulo en el desierto, observa a vendedores de sueños y a niños de mirada triste.
¿Más de lo mismo?
Yo llevo haciendo lo mismo desde el siglo pasado. Le daré la vuelta a otro tópico: si algo no funciona, ¿para qué cambiarlo? [Carcajada.]
Es tu tercer disco desde que estalló la crisis. ¿Heroicidad?
Editar un disco en las condiciones que yo lo hago es una muestra inequívoca de amor al arte. Nadie me obliga a ello, por lo tanto no quiero que se vea una queja implícita en mis palabras sino la constatación de una realidad. El otro día salía una estadística terrorífica: sólo el 1% de los estudiantes universitarios riojanos compran discos. Esa cifra se puede hacer extensiva a toda España. No sé si les preguntaron si compraban libros, seguro que tampoco. Esta es la futura élite ilustrada de nuestro país. Tócate las pelotas. Por eso digo que lo mío es puro amor al arte.
Y eso que empezaste con la autogestión antes de que se pusiera de moda. ¿Serías capaz, por ejemplo, de llevar a cabo una campaña del cacareado «crowfunding»?
Yo empecé a autogestionar mi carrera discográfica en 2005, aunque ya desde el penúltimo disco de 091, del año 95, nosotros teníamos el control sobre las grabaciones, y la propiedad de los masters era nuestra. Con este tema del «crowfunding» tengo una opinión dividida. Por una parte entiendo a la gente que se vale de ese sistema. Necesitan dinero para sacar adelante sus proyectos y no tienen otra forma de encontrar financiación que con pequeños donativos. Por otro lado, este sistema se me antoja un poco como la caridad 2.0. Como pasar la gorra después de tocar el acordeón en la puerta de la iglesia. Además, estéticamente no me gusta el juego ese de las superofertas: si das tanto tienes derecho al disco, si das tanto más tienes derecho al disco, a un descuento en la entrada del concierto y a tomarte una copa con el cantante. No sé… Parecen las rebajas del Corte Inglés. Diremos lo que aquel venerable filósofo: que cada uno haga lo que le salga de los cojones.
¿Qué alternativas le quedan al músico?
Si yo lo supiera… En las plataformas digitales y en las redes sociales los músicos tenemos un aliado pero no es la solución mágica que algunos quieren hacernos ver, ya que hay plataformas que pagan verdaderas miserias a los músicos y, por otro lado, hay millones de bandas ofreciendo su música en internet, gratuitamente casi todas. ¿Cómo se puede destacar ahí? A base de inversión publicitaria, que es lo que venían haciendo las compañías discográficas desde hace décadas para que sus artistas salieran en los medios convencionales, radios, prensa y televisión. Todo esto me marea un poco.
Lamentas que los artistas no están profesionalizados, que tienen que alternar labores. Tampoco está profesionalizada la crítica musical en un alto porcentaje. ¿Caminamos en similares condiciones de miseria?
Esto es algo de lo que casi nunca se habla, de la situación de la prensa musical en España. Si la situación de la música en sí es precaria, la de la prensa musical es directamente penosa. Qué te voy a contar. Poca publicidad, muy pocas ventas. Aquí no se ha dado nunca la situación de Francia, Estados Unidos o Inglaterra, donde hubo épocas en las que algunos semanales y mensuales de música pop vendían tiradas increíbles. Aquí la cosa siempre ha sido de andar por casa. Yo he sido lector de revistas de rock desde que tenía 16 años y he visto la paulatina decadencia. Y siento decirlo: la falta de profesionalización hace estragos en la calidad. Leo reseñas de discos o conciertos que dan vergüenza ajena. Ni sintaxis ni ortografía, aparte de que el criterio de alguien que solo conoce la música pop a partir de Nirvana es más que dudoso. De esos hay muchos. Afortunadamente todavía quedan algunos que, pese a las dificultades, siguen haciendo serios esfuerzos por cuidar la calidad, cosa que es de agradecer.
Tanto unos como otros hemos vivido tiempos mejores, ¿no crees?
Cada uno cuenta la feria según le va. Lo cierto es que en el rock español no hay clase media. Muy poca. O estás arriba del todo o estás tocando en salas de mala muerte. La contratación pública al cien por cien ha desaparecido. Y está bien que así sea. Luego hay muchos festivales patrocinados a medias por instituciones públicas y marcas comerciales, pero todos van del mismo palo. Los mismos grupos una y otra vez, todos orientados al indie. No hay hueco para otros. No sé qué decirte, hay que tener mucha afición para estar en esto.
Llevas una década dando cera a la casta política desde tu columna en prensa. ¿Se cumplen los augurios?
Yo intento ser ecuánime en los palos que doy, a cada uno según sus merecimientos, y casi siempre lo hago desde el sarcasmo y la ironía. Creo que en este país poco va a cambiar hasta que no se reforme la Ley Electoral. Los aparatos de los dos partidos mayoritarios son los que que tienen realmente el poder porque el sistema les beneficia, a ellos y a los nacionalistas. Tal y como están las cosas, o gobierna la derecha con mayoría absoluta o gobierna la izquierda en alianza con los nacionalistas. Dos malas opciones.
Tus canciones se anticipan a la era de los indignados.
No es que yo lo viera venir, es que era evidente. Ya estaba ahí, pero acordémonos que en España hubo una época en que casi estaba mal visto hablar de esto. En los tiempos de la Expo del 92 y los Juegos Olímpicos de Barcelona, el que no ataba el caballo con una soga de oro es que era tonto. En la época de Aznar, la gente compraba pisos para venderlos tres meses después al doble de precio. Eso lo sabe todo el mundo. Los bancos se frotaban las manos y y los políticos estimulaban el enriquecimiento especulativo. Los Sex Pistols llamaron a su gira de reunión “La gira del lucro indecente”. Así podríamos llamar a la situación vivida en España. Ahora estamos sufriendo las consecuencias. Nos habíamos olvidado de una verdad inmutable, en el juego y en la vida real: la banca siempre gana. Por otra parte, siempre ha habido gente que no ha participado en este festín de nuevos ricos: los perdedores. Algunos de esos han ido apareciendo en mis canciones desde hace años.
Los casos de corrupción están tambaleando a intocables. ¿Asistimos a la caída de la Casa Usher?
La verdad es que la cosa está muy repartida, como los premios de Lotería de Navidad. Desde el Rey hasta el alcalde del último pueblo de una comarca perdida. Cada uno a su nivel. Los empresarios, los sindicatos, las oenegés… Parafraseemos a los clásicos: “Todos tienen algo que ocultar excepto yo y mi mono”. Mira lo que nos ha pasado a los autores, en nuestra propia casa nos hemos dejado desvalijar por la persona que había sido votada en sucesivas ocasiones para dirigirla. Olvidamos la naturaleza del sistema en el que vivimos, pero lo peor es que olvidamos la naturaleza de la condición humana: somos depredadores y podemos llegar a ser carroñeros. Tal vez por eso tenga los niveles de misantropía cada vez más altos.
¿Por qué te presentas como candidato a representar a la SGAE en Andalucía Oriental?
La junta directiva de la SGAE cambió hace un año, con Antón Reixa al frente. Se van a crear nuevos organismos de control a través de consejos territoriales. La idea es descentralizar la SGAE. El poder sigue teniéndolo la junta directiva, pero hay que acercar funciones a los socios para que puedan dar la cara en su comunidad. En Andalucía Oriental existen unos setecientos socios con capacidad de voto. Es un mayor control del funcionamiento. Hay que saber en qué se gastan los fondos y las ayudas sociales. Las comisiones de socios ayudarán a controlar un poco la sociedad. La SGAE necesita un lavado de imagen. Me presento porque todos criticamos y luego nadie da un paso adelante. Pasa un poco como en las comunidades de vecinos.
«Me cuesta horrores dar con una colección de canciones con suficiente entidad como para completar un álbum»
Allá por 2005 me contabas que el cerco creativo se estrecha con el kilometraje en la profesión. ¿Te sigue costando parir canciones?
Sí, me cuesta horrores dar con una colección de canciones con suficiente entidad como para completar un álbum. Al final siempre acabo consiguiéndolo, pero ya te digo que con mucho esfuerzo.
¿Cómo ha sido el proceso compositivo de este álbum?
Ha sido… agónico. Las preguntas sin respuesta se iban agolpando en mi cerebro. ¿Qué coño canto yo ahora? Era bastante frustrante coger la guitarra y un folio en blanco y dejarlo tal cual día tras día. Poco antes de entrar en el estudio fue cuando los folios empezaron a llenarse de palabras y rimas. Es ahí cuando la agonía se vuelve placentera.
Hay un sonido de banda ya muy definido y consolidado. ¿Eso facilita las cosas?
Estoy de acuerdo, creo que hemos conseguido un sonido reconocible, y eso es importante. Ten en cuenta que con alguno de los músicos llevo ya nueve años, como es el caso de Víctor Sánchez. Con Raúl Bernal llevo también la tira de tiempo, y con Popi González y Paco Solana, igual. Con esta misma formación hemos grabado ya tres discos, y eso hace las cosas más fluidas. Yo les agradezco enormemente su fidelidad.
Y ellos se prodigan en proyectos propios. Víctor, Raúl y Paco han publicado trabajos recientemente.
El trabajar con instrumentistas que a la vez son buenos compositores me obliga a no despistarme lo más mínimo. Cada uno de ellos tiene su propio estilo, aunque todos, ellos y yo, bebamos de las mismas fuentes. Para mí es un placer trabajar con ellos, ya que ponen mucho entusiasmo y talento en mis canciones.
Cuidar las letras parece parte del influjo del universo Lapido. ¿La palabra crea escuela?
No creo que sea por mi influencia. Ellos ya saben de la importancia de las palabras bien usadas. Por ejemplo, Raúl, aparte del piano, llegó a Granada en 2005 con varios proyectos de libro bajo el brazo. Era un escritor vocacional, con lo joven que era. De hecho, ha publicado un libro de poemas. ¡Antes que yo! Se llama “Y mientras Roma ardía”. Magnífico.
El otro día participaste en la presentación de otro libro, el que saca Daniel Rodríguez Moya en Visor. Leíste tu particular manifiesto sobre la función de la poesía.
Daniel ha escrito un poemario muy bello, “Cosas que se dicen en voz baja”. En la presentación de ese libro dije que la poesía, entre otras cosas, era un bálsamo que nos cura el dolor del alma. Mientras eso sea así, tendrá futuro. Porque el dolor es eterno. Y la posibilidad de redención, también.
Ahora se llevan mucho las conferencias sobre literatura y rock.
[Medita] Yo he participado en alguna. Hace un año, la Cátedra García Lorca de la Universidad de Granada me encargó una conferencia sobre el tema, y en la Universidad de Barcelona me llamaron para participar en una mesa redonda sobre el particular. A mí no me gusta hablar en público, pero siempre acaban embaucándome para hacerme pasar el mal rato.
La realidad y el sueño continúan trazando tus textos. El seguidor de base acogió con familiaridad ‘Muy lejos de aquí’. ¿Aplicas mucho truco de orfebre?
Toda literatura es artificio. Las letras de las canciones, ya lo he dicho muchas veces, son bellas mentiras. Y el oficio cuenta mucho a la hora de que las palabras y la melodía fluyan y nos hagan creer que todo es verdad, aunque sea mentira.
Me consta que estás colaborando en una película documental sobre la tradición musical de Granada. ¿Qué tal la experiencia?
Bien. Toqué un tema con la guitarra acústica en el Ruido Rosa, que es el epicentro del rock granadino. Eso es así desde que Tacho [batería de 091], mi hermano Javier [manager del grupo], Paco Ramírez [primer manager de la formación, al tiempo que gestionaba a Enrique Morente, también en Zafiro] y yo montamos el garito en el año 87. Allí han bebido todos los rockeros granadinos y la mayoría de los que han venido de fuera a tocar a mi ciudad. Y todos han salido de allí pregonando la Buena Nueva [risas].
¿Y cómo va la cantera?
Bien, como siempre. Hay bandas nuevas para dar y tomar. Y de las consolidadas, qué te voy a contar. Ahora mismo hay por lo menos diez bandas de la ciudad que suenan y giran por todo el país, cosa que no sucede en otras ciudades más grandes que Granada.
Te gusta Guadalupe Plata. ¿Por qué demoras ese disco de blues que tanto te apetece?
Es una de las cosas que quedan por hacer, como dice la canción que aparece en mi disco. Le tengo mucho respeto al blues y no quiero hacer una faena de aliño.
Hace un mes te subiste al escenario con Lagartija Nick para tocar el gran tesoro inoxidable de Electric Prunes. ‘I had too much to dream’ es una canción de calambrazos excitantes. ¿Qué sentiste?
Como meterme en el túnel del tiempo. Antonio me llamó dos días antes y me lo propuso. Yo le pregunté que cuándo íbamos a ensayar. Él me contestó que no había ensayos, que seguro que yo me acordaba de esa canción. Yo le dije: “Claro, sueño con esa canción desde hace treinta años, no te jode”. En fin, tuve que aprendérmela por mi cuenta. Esa canción la hacíamos los Cero en los ensayos a mediados de los ochenta. Luego Antonio la mantuvo en el repertorio de Lagartija.
Como los cometas que pasan cada veinticinco años. Pocos saben que tú fuiste el primer guitarrista de Lagartija.
Se lo dije a Antonio. Nuestro reencuentro en un escenario fue como el paso del cometa Halley, una cosa que solo se produce cada muchos años. Antonio, como sabes, se largó de los Cero dos veces. La primera, después del disco que nos produjo Joe Strummer, en el año 86. Luego volvió en el 89 para grabar “12 canciones sin piedad”, que básicamente fue un disco que preparamos Antonio y yo en maquetas que hicimos en mi casa. Recuerdo esa época como una gran colaboración entre ambos. Fue entonces cuando Antonio ya tenía en mente el proyecto de Lagartija con Eric. Grabé unas guitarras para un disco que hicieron para la Diputación o algo así, y luego toqué con ellos en la discoteca que tenía Agustín, el guitarrista de Los Ángeles. Antonio es un tipo con un gran talento, pero creo que se tiene que centrar. Tiene muchos frentes abiertos, y no contento con ello, insiste en que nos reunamos los Cero. Es un adicto al trabajo o un loco, no lo sé.
Curioso: 091 introducís el garaje en Granada vía Manu Chao y Francia.
Es una historia un poco larga de contar. Hablamos del año 81, incluso antes de que empezáramos los Cero. Tacho tenía –y tiene– familia en París. Una prima suya, Mary Jo, siempre ha estado muy metida en la escena underground parisina. De hecho, luego fue pareja de Chris Wilson, de los Flamin’ Groovies, que colaboró con 091 en “El baile de la desesperación”. Ella venía de vacaciones a Granada y nos traía cintas grabadas con grupos como Electric Prunes, Remains, Standells… Y también se trajo a sus amigos, que eran miembros de un grupo punk francés llamado Oberkampf. A partir de entonces, entre la prima de Tacho y alguna que otra novia que se echó José Antonio, también parisina, empezó un trasiego de franceses todos los veranos. Se ve que se lo pasaban bien. Entre los que vinieron a pasar una temporada aquí estaban Los Dirty Ducks y los Hot Pants. En ambos tocaba Manu Chao. Luego nosotros devolvimos la visita y fuimos a tocar a Francia tres veces a mediados de los ochenta. Estuvimos durmiendo en casa de Manu a las afueras de París. Otra banda acojonante que vino a Granada fueron los Road Runners, un grupo de garaje sixtie con un cantante excepcional de la vieja escuela de rhythm and blues, Frandol. Recuerdo que hicimos una jam en Evreux, tocando ‘Mona’, de Bo Diddley. Buenos tiempos.
¿Y qué encontrará la gente en estos directos?
En el escenario se encontrará con una banda de rock. Y en la barra, cervezas frías, supongo.
–
Estas son las fechas de la gira de Lapido:
10 de mayo – Sala B, Murcia
11 de mayo – Wah Wah, Valencia
18 de mayo – El Tren, Granada
24 de mayo – Sidecar, Barcelona
25 de mayo – López, Zaragoza
31 de mayo – Caracol, Madrid
7 de junio – Azkena, Bilbao
8 de junio – Porta Caeli, Valladolid