Debutó en 2012 con “La colección de relojes”, y el próximo septiembre publica su tercer disco, “Lumínica”. Arancha Moreno habla con el abulense sobre todo lo que ha marcado su camino hasta este disco.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: JUAN PÉREZ-FAJARDO.
Conocí a Jorge Marazu en 2007, no recuerdo si era finales de primavera o principios de verano, pero sé que eran días de mucha luz y algo de calor en Madrid. Apareció en el estudio de radio en el que yo trabajaba entonces, una emisora local situada literalmente en un bosque, en el Pinar de Las Rozas. Acceder hasta allí era tan difícil que solíamos quedar con los invitados en una rotonda cercana y atravesar el sendero a pie, para guiarles nosotros mismos. Al menos los citábamos de día, porque regresar al coche cuando acababa la jornada era una auténtica proeza, recorriendo el camino absolutamente oscuro con linternas. Pero Marazu vino de día, una tarde de viernes, acompañando a su amigo Perro Flaco, y llegó a salvo. Eran días de radio con visitas constantes, muchas de grupos y músicos que arrancaban entonces. En él, no supe qué, pero había algo. Aunque tardó en materializarse.
Han pasado diez años, y en ese tiempo ha publicado “La colección de relojes” (2012) y “Escandinavia” (2015), a los que el próximo 22 de septiembre se une el tercero, “Lumínica” (Universal). Un camino muy marcado por el cambio de influencias musicales, o quizá por romper el prejuicio de lo que uno es, que suele ser mucho más que lo que uno escucha. Él se había aferrado a los discos de Ismael Serrano y Quique González, de Antonio Vega y de Enrique Urquijo, de Platero y Tú, Extremoduro y Reincidentes, pero cuando llegó la hora de filtrar todo eso en sus canciones, descubrió una influencia mucho mayor que la de sus propias elecciones musicales: “Me doy cuenta de que no sé hacer canciones rockeras. Yo era un moñas, y empiezo a descubrir todo lo que venía de casa. Mi padre era cantante de orquesta, sonaba desde cumbia a salsa, pop, rock, pasodoble, de todo. En mi casa no sonaba Dylan ni Beatles, pero sonaba Carlos Cano, Nino Bravo… había muchos palos diferentes. Mi ídolo de pequeño era Nino Bravo, mi padre lo escuchaba y yo era muy fan”. Sus idas y venidas del pueblo a la ciudad, de Blascosancho a Ávila, donde daba clases en el Conservatorio, iban marcados por los discos que escuchaba en el coche de sus padres, donde también sonaban Manolo Tena y Enrique Urquijo. Él era todo lo que había elegido, pero también todo lo que había mamado.
“Supongo que uno tiene un prejuicio y no se deja abrazar por la música que realmente le llega, pero “La Ruta de los Colmaos” es un punto y a parte en todo lo demás, es la primera vez que me meto en algo en lo que yo creo, pensaba que me iban a machacar y sucedió algo muy impresionante”. Se refiere a una serie de conciertos que dio entre 2014 y 2015, en los que se atrevió a versionar coplas y canciones clásicas llevándoselas a su terreno. “Llevaba un tiempo tocando ‘La bien pagá’ en los conciertos, me empecé a plantear la posibilidad de hacer algo, pero la inversión de preparar un proyecto así… Me llamó Marisa Nieto para invitarme a un ciclo de copla, y lo desarrollamos con una banda espectacular, le conté a Toni (Brunet) la idea que tenía y juntos fuimos encarándola”.
«Me gusta mucho una cosa que dijo hace poco Natalia Lafourcade: hay que aprender a desprenderse de las ideas preconcebidas»
Lo recuerda sentado en la cafetería del Vincci Capitol, en plena Gran Vía madrileña, a escasas semanas de publicar su tercer disco, un trabajo que no se entendería sin ese paso previo de quitarse las vestiduras para enseñar lo que guarda dentro, de dejar salir el corazón más allá de la cabeza. Porque, como admite, su camino está muy marcado por lo que escucha: “Antes era una persona que no tenía muy claro nada, exactamente igual que ahora, lo que pasa es que ahora focalizo un poco más. Supongo que sí he cambiado un montón a nivel musical. Soy mucho de caminar en base a las influencias que estoy teniendo en ese momento, y las influencias son muy diferentes”. Admira a los Beatles, y a Tom Waits, pero también le fascina Camarón. Una apertura de miras crucial para entender lo que ofrece en su próximo disco.
Marazu reconoce que el álbum anterior, “Escandinavia”, tenía “mucha influencia añeja”, y que lo desarrolló “pensando en que quiero hacer algo que no va a llegar a ningún lado a nivel comercial, pero que me voy a sentir orgulloso de haberlo hecho dentro de unos años”. “Lumínica”, el nuevo, es fruto de los dos anteriores: “Tiene una parte más pop que había en el primero, y en el segundo hay una parte folclórica que tiene este también, pero creo que “Lumínica” tiene una actitud nueva. Más ritmo, más guitarra. Es un disco más grande. A nivel de textos hay mucha más luz, y a la hora de componer es diferente”. Así ha ocurrido, por ejemplo, en ‘Luz’: “Está compuesto desde un patrón flamenco, de palmas, y un cajón, y con ese patrón en loop he trabajado después”. Es una de las nuevas canciones que nos ha mostrado en los últimos meses, eso sí, grabadas en acústico, con percusión, un bombo legüero y una guitarra eléctrica, para avanzarnos el esqueleto de lo que viene.
‘Luz’ no es un caso único en lo que a experimentar con la composición se refiere. ‘Catorce años atrás’ nació deconstruyendo una rumba “que podía haber cantado Bambino. La construí basándome en una armonía de rumba, pero me apetecía llevarla a un punto más chacarero, a una chacarera argentina, con una parte eléctrica. Camina por ese universo de ‘Mediterráneo’, en el disco hay unos arreglos de cuerda que llega a esa cosa añeja de las producciones de los 60, 70, con la orquestación”. Otras, como ‘Barrio de santacruz’, son fruto de “una mezcla entre jota y zamba argentina, en la que hemos metido sintetizadores”. Entre los adelantos está también ‘Líneas de nazca’, una de las más rockeras en el álbum, según dice: “El disco es una cosa diferente, tiene una energía mucho más de banda que lo que he hecho antes. Sería importante defenderlo con banda cuantas más veces mejor”.
Sin hacerlo “de una manera hiperconsciente”, pero tratando de enriquecerse con todo lo que tiene en la cabeza, ha confeccionado este álbum “dejándome llevar por lo que me pide la canción, el momento o lo que necesitas contar”. No se acerca a cada género desde otro, se acerca a todo desde sí mismo: “Hay un eclecticismo bastante importante, creo que el filtro soy yo, mi manera de cantarlo y mi manera de escribir. Me gusta mucho una cosa que dijo hace poco Natalia Lafourcade: hay que aprender a desprenderse de las ideas preconcebidas. Uno va a grabar un disco y quiere que sea de una manera, y seguramente no sea posible con las canciones que hay, pero sí mola acercarse a lo que creo que tiene que ser”. A eso le ayuda mucho el coproductor de este álbum, Toni Brunet, con quien trabaja desde los directos previos a “La Ruta de los Colmaos”: “Toni es un genio, en los discos anteriores él ha tomado más la batuta, pero este lo hemos trabajado a medias prácticamente entero, salvo la parte de arreglos de cuerdas que lo ha hecho él solo”.
Marazu grabó “Lumínica” a primeros del 2017, en Casa Murada (Tarragona): “Era una cosa que soñaba: encerrarme con el equipo en algún sitio, y se cumplió. Allí grabamos las bases, aquí en Madrid seguimos con los recordings”. Lo hizo bien rodeado, por el propio Brunet y por la banda (Jacob Reguilón al bajo, Charly Arancegui a la batería, Sebas Merlín a la percusión, Alexi Hernández al piano, y la colaboración de Diego Galaz en una jota, además de una sección de metales y de cuerda), pero los meses previos fue esculpiendo las canciones de este disco en soledad. Empezó a escribirlo desde que terminó «Escandinavia» y lo terminó tras un mes de encierro en su pueblo. “Después salieron un par de cosas, ‘Líneas de nazca’ sale casi antes de empezar a grabar y otra cosita, ‘Muro de Berlín’. Lo demás estaba todo escrito”, cuenta, “pero el disco entero está compuesto solo. Me gusta mucho trabajar solo. Me gusta componer con gente, pero o hay mucha confianza, o mejor cada uno en su lugar y luego compartimos cosas. Componer es una liturgia que me encanta”. Al recordar desde cuándo lo disfruta, le viene a la cabeza el disco de “Enrique Urquijo y Los Problemas”, con el que sintió una revelación: “Estaba arreglándome la vida, es un amigo que me está contando cosas que no puedo compartir con mi entorno. En esa época escribía una canción todos los días. Es la cosa que más me gusta en el mundo, no era un ejercicio, era una puta obsesión. Todo mi tiempo libre lo gastaba en escribir canciones. No nay ninguna rescatable, pero hasta los 22 años tenía trescientas canciones escritas. Llevaba escribiendo relativamente poco, pero escribía todos los días. En la misma tarde terminaba una, ahora tardo meses en terminar una canción”.
Con el paso de los años ya no es tan prolífico, pero sí más certero: “Me meto a grabar y no tengo treinta canciones como otra gente, apenas tengo descartes. Si tengo trece, intento trabajar mucho en esas para que quede lo que yo necesito como genere, si no lo tiene, no continúo. Cuando estoy en casa todos los días me pongo un rato, aunque no salga nada”. Desde que fichó por Universal, además, ha recuperado cierto tiempo que antes invertía en la autoedición. “Antes tenía que enfrentarme a la parte de la gestión, ahora no, pero lo único que ha cambiado es que la infraestructura y los medios son más potentes, pero intento supervisarlo todo: he elegido las fotos, quién me va a hacer el diseño, los músicos, la producción, el estudio… me están dando mucha libertad. Antes tenía que cerrar yo los bolos, y soy un desastre para eso”.
«En esa época escribía una canción todos los días. Es la cosa que más me gusta en el mundo, no era un ejercicio, era una puta obsesión»
Lograr el apoyo discográfico ha supuesto una inyección de energía, pero sabe que vive en una montaña rusa, y está preparado para lo que ocurra: “Uno lleva trece años tocando en garitos, pero a nivel masivo no me conoce nadie. Si esto me hubiera pasado con 20 años sería gilipollas y estaría en mi casa después de hacer una carrera nefasta. Pero ya me han vendido muchas motos en mi vida, ya lo he pasado mal. He repartido pizzas, he sido fontanero, he trabajado en una fábrica de camiones… he hecho de todo y sé lo que significa todo esto. Sé que el próximo disco puede tocarme sacarlo solo otra vez, ojalá no, pero esa posibilidad existe, y todo esto lo valoras más: tener gente que te haga una promoción, estar en medios que tú consumes haciendo una entrevista, tocar en el Teatro Real, grabar el disco en un lugar espectacular… todo eso no lo puedo hacer solo y quizá algún día no lo vuelvo a poder hacer, asi que lo disfruto de otra manera, lo aprovecho de otra manera”.
Hay dos momentos cruciales en la actitud que tiene Jorge Marazu ahora. Uno lo vivió con «La Ruta de los Colmaos», porque llegó cuando empezaba a desinflarse: «Cuando tienes 18 años lo que quieres es llenar Las Ventas. Con los años perdí el fuelle. Siempre he estado a las puertas de que sucediera algo guay, y cuando iba a suceder todo se ha ido abajo. Eso me ha abierto mucho los ojos, y en algún momento me ha quitado el fuelle, sobre todo cuando he visto que mis amigos han ido abandonando el barco, dejando la música. Te agarras a la vela, y pasan las semanas, y sacas un disco y no pasa nada, o pasa muy poco. Cuando hacemos ‘La Ruta’ yo estoy un poco desinflado, pero empiezo a estudiar la copla y recupero el entusiasmo y una ilusión que estaba perdiendo». El otro momento fue un viaje: «A principios del año pasado quería hacer otro disco y no tenía manera, y de repente llegué a México y me cambió la vida, todo se dio la vuelta y empezaron a suceder cosas. Con 30 años no tenía ninguna esperanza de firmar con una multi, cada vez mi estilo era más raro, menos estándar, y fue llegar a México y me llamó el que ahora es mi mánager, metimos más de 400 personas en León, llego con una energía espectacular, conozco a mi chica, que tiene una luz y una generosidad espectacular, empiezo a pensar optimista… y llega Universal». Y se da cuenta de que no hay que cejar, porque su actitud también lleva sus canciones a otro estado: «La mayoría de los artistas que admiro son superdramáticos, pero yo soy una persona alegre, quiero tener hijos, y que alguien me quiera, ser yo y poder emocionar a alguien desde un punto que no sea la tristeza. A veces nos regocijamos en algo, pero para estar feliz hay que querer estar feliz”.