John Fogerty
13 de julio de 2009
Puerta del Ángel, Madrid
Texto: FERNANDO NAVARRO.
Cuando un tipo como John Fogerty pisa un escenario y se arranca pidiendo paso con «Hey, Tonight» y a los 15 minutos ya está interpretando «Who’ll Stop The Rain» piensas que el rock’n’roll, por encima del resto de cuestiones, es un asunto serio. Puede que esto del rock sirva de pasatiempo para una tarde soleada o lluviosa, puede que sea la excusa perfecta para hacer amigos o ligarse a alguien en la barra de un bar, puede que también sea un negocio que mueve millones de euros y, por qué no, puede que sea una estafa, algo con lo que algunos fuimos engañados sin saberlo, al creer que un acorde es la expresión máxima de la utopía, una isla a la deriva que esperamos algún día pisar con nuestros pies. Incluso siendo todas esas opciones a la vez, el rock’n’roll si lo lleva a cabo un músico como Fogerty será antes que nada un asunto serio, un auténtico argumento para saber que el arte es una expresión de la vida, y como tal, debe defenderse de elementos tóxicos como la especulación y la banalidad.
John Fogerty se toma muy en serio el rock’n’roll y además tiene la inmensa cualidad de hacérnoslo llegar como algo especial. Que sea un asunto serio no quiere decir que no sea divertido y apasionante. Fogerty descifra lo abstracto y lo convierte en tres minutos de sonoridad pantanosa, compacta, capaz de sumergirte en ti mismo hasta verte absorbido por el flujo de acordes y un estribillo que parece llevar toda la vida contigo. En ese caudal sónico, las sensaciones cobran otra dimensión.
El arranque en el escenario de la Casa de Campo de Madrid con la citada «Hey Tonight» y seguida de «Bad Moon Rising», «Green River», «Susie Q» hasta llegar a la famosa «Who’ll Stop The Rain» dan buena cuenta de su aplastante rock de raíces. También de otra cosa: ha merecido la pena esperar 40 años para verle en directo en la península. Demasiado tiempo, sin duda, que por él no pasa ni pesa. Como conservado en alcohol, parece el colaborador sonriente y habitual de un programa matinal de la televisión estadounidense, de esos que te hablan de sucesos, carpintería y luego te venden un producto para el hogar. Sin embargo, es un magnífico alfil del rock, la presencia misma del buen hacer sobre un escenario. Lo que Fogerty ofrece en dos horas de concierto es en todo momento música de muchos kilates y estilo. Clava los solos de guitarra, que cambia con cada tema, justifica el precio de la entrada con su interpretación vocal y se dirige al público para animar la actuación, sin abusar de los numeritos y las parrafadas. Y él al frente de todo, capitalizando cada canción.
ODA AL PRIMITIVISMO
Blues machacón, sugerentes riffs, martillazos al bajo, golpes de tambores y telones swamp concisos, sin concesiones a la galería, se desarrollan con rapidez. Un sonido vivo y contundente que se inmiscuye por las venas de la tradición musical norteamericana. Alguna vez ha contado el músico que el primer tema que le impactó en su vida, siendo un niño, fue el célebre «Oh, Susana» de Stephen Foster, posiblemente la pieza más popular del legado folk y bluegrass estadounidense. Y ese espíritu de jarana espectacular se guarda en la música de Fogerty como un tesoro a descubrir. Caminos polvorientos, paisajes pantanosos, tórridas tardes de verano y pueblos con esquinas repletas de jolgorio se revuelven con gracia en la imaginación. Es una oda a la euforia y al primitivismo, que insufla de watios a Screamin’ Jay Hawkins, Robert Johnson y Howlin’ Wolf. Por eso, la Creedence Clearwater Revival se convirtió en una banda para la historia. Con el pequeño de los Fogerty liderando el combo de El Cerrito, su rock sureño rompía barreras, abrazaba apasionadamente la condición humana, lo real y lo vibrante.
A diferencia de los tiempos de la Creedence Clearwater Revival, con los que John salió a leches, ahora sobre el escenario se juntan los Fireworks con cuatro guitarras que dan más empaque a todos los pasajes rítmicos. Por momentos, da la sensación que el cruce de guitarras va a acabar en un camino de jam session, pero Fogerty, por suerte a la vista de los resultados, tampoco es amigo de las interpretaciones largas. «Ramble Tamble» y «Midnight Special» se recrean en los punteos, en la belleza rítmica. Mientras tanto, «Big Train From Memphis» ofrece la entrada del violín como si fuera un tren en movimiento. Es uno de los temas country de la noche, como «Joy of my Life», dedicado a su mujer y el más flojo de todo el repertorio.
De las sonoridades negras de la Creedence Clearwater Revival, Fogerty ha pasado con altibajos por el country en las últimas tres décadas, intentando encontrar su propio camino tras dejar el grupo. En varias ocasiones ha reconocido sus enormes crisis creativas desde que se lanzó en solitario a principios de lo setenta, sin llegar a publicar discos durante años, componiendo a cuentagotas, incapaz de luchar contra su inmensa figura. Demuestra que es humano cuando de joven dio la sensación de lo contrario. En apenas dos años, del 68 al 70, había hecho un hito en la historia de la música popular al publicar seis álbumes ya legendarios con la Creedence Clearwater Revival. Nada podía superar eso, tal vez ni acercarse. El chorreo creativo y artístico de aquella época le ha perseguido toda la vida. ¡Pero que chorreo! Ya en su último disco, publicado a finales de 2007, hacía una declaración de intenciones en el título: Revival. Si no podía con ello, se unía a ello. «Don’t You Wish It Was True», que se publicó en ese álbum y fue interpretada en Madrid, rememora el sonido de la CCR. Aunque es una historia parecida, no es la misma.
En el concierto, también incluye sorpresas como el «Workin’ On A Building» o «Blue Ridge Range Blues», ambas piezas tradicionales, del interesante disco The Blue Ridge Rangers. Pero es en los temas de la Creedence Clearwater Revival donde hay una comunión auténtica entre el artista y el oyente. Se nota en «Have You Ever Seen The Rain» (suena a balada nocturna), «Keep On Chooglin’» (con una intensa incursión armónica) o con la fiesta final de «Down On The Corner» y «Fortunate Son». Minutos finales delirantes. Todo el mundo de pie y bailando. Los bises aumentan la adrenalina. Un derroche con «Rockin’ around the World» y «Proud Mary». Cómo no emocionarse con ese material tan arrollador. Cómo no pensar que esto es el rock’n’roll que justifica lo demás, y por el que merece la pena sentir, creer, que hay algo trascendental en él, nada insignificante, bastante utópico, pero por completo humano.