«Con un diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo, el psiquiatra explica a la familia que probablemente nunca podrá llevar una vida normal, ni relacionarse con la gente de un modo adecuado. Se equivocaba»
En tiempos en que parece que la salud mental empieza a ser atendida como corresponde, con multitud de artistas hablando abiertamente de sus diagnósticos, rescatamos la figura de Joey Ramone como ejemplo de aguante y perseverancia. Los Ramones continúan siendo un grupo emblemático y la figura de Joey superó las adversidades convirtiéndose, por méritos propios, en un vocalista único. Por Manolo Tarancón.
Texto: MANOLO TARANCÓN.
Foto: SARA MORALES,
La historia del grupo es tan fascinante como cruel. Incomprendidos en su país, las radios no pinchan sus temas y los recintos de prestigio les cierran las puertas relegándoles a pequeños clubs. Paradójicamente, se convierten en un fenómeno en Londres y el resto de Inglaterra, donde les adoran, revientan aforos y, en la actualidad, se les tiene como una banda incontestable. Pioneros del punk, prenden la mecha a una nueva forma de hacer música que siguen marcando a nuevos grupos. La convivencia entre ellos no es fácil por el conflictivo carácter de Johnny, el flirteo con las drogas de Dee Dee o el abandono del batería Tommy cuando es consciente de que se juega la vida en cada viaje con sus compañeros.
Joey Ramone merece un aparte. Inestable, tímido y deprimido, escucha voces, entra en bucle y se preocupa por cosas sin importancia hasta desgarrarse por dentro. Convencido por su madre, en 1969 ingresa voluntariamente en el sanatorio mental San Vincent a la edad de dieciocho años. Recibe el alta seis meses después, con un diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo del que nunca volverá a tratarse. El psiquiatra explica a la familia que probablemente nunca podrá llevar una vida normal, ni relacionarse con la gente de un modo adecuado. Se equivoca. Su propio hermano no cabe en sí de gozo al ver con sus propios ojos que ha encontrado su sitio cuando pisa un escenario. El carácter introvertido, miedoso y huidizo desaparece transformándolo en seguridad y desparpajo cuando se agarra al micrófono. Esa voz melódica con tintes románticos sitúa a los Ramones en la parte menos dura del género que ellos mismos han inventado, pero a la vez inyecta una personalidad inconfundible y única. Sus trastornos dificultan la convivencia, pero siempre encuentra hueco para doblegar sus problemas. Es un ejemplo de superación.
Su enfermedad mental, lejos de desaparecer, se hace más latente a medida que pasan los años y saca de quicio a sus compañeros, sobre todo en las giras pues, además del TOC, advierten episodios de esquizofrenia y brotes psicóticos puntuales. Lo confirma Seymour Stein, responsable del lanzamiento del grupo al mercado a través de su sello Sire Records, en el documental End of the century. The story of The Ramones, (2003), dirigido y producido por Jim Fields y Michael Gramaglia. «Joey causaba problemas. Era muy frágil, siempre estaba enfermo. Bajaba y subía los escalones de su casa una y otra vez. Volvía a subir porque no los había pisado todos. Era un comportamiento compulsivo. Si cruzaba la calle volvía, comenzaba a cruzarla otra vez». Esta actitud casi obligó a suspender una gira en Inglaterra, empeñado en volver a Nueva York inmediatamente porque está seguro de no haber traspasado como corresponde la puerta de su casa. Cuesta varias horas convencerle de que lo que propone es una locura. Una convivencia agotadora, pero todos saben que su figura y voz son imprescindibles.
«La música fue mi salvación. Recuerdo ocasiones en que me sentía muy mal o estaba deprimido. Ponía un buen disco de los Stooges y me calmaba. Funcionaba como un exorcismo. Era una liberación total», relata la voz del cantante en off con planos bañados de nostalgia en el documental. El perfil de Joey es ajeno al de sus compañeros. Siempre en segundo plano, no discute con ellos ni toma decisiones, se mantiene al margen cuando Johnny y Dee De ese pelean en el escenario durante un concierto ante el público o en la furgoneta a navajazo limpio. End of the century, el disco clave que supone el declive del grupo, afecta a Joey directamente. No es casualidad que el elegido para producirlo sea el aclamado Phil Spector. Joey es fan desde muy pequeño, cuando producía a las Ronettes y tantas otras bandas, y analiza con su hermano todos sus discos hasta la extenuación.
Durante la grabación, Spector se centra y obsesiona con él. Pasan cientos de horas juntos marginando al resto, ante el enfado del narcisista Johnny, que odiará el disco que Joey venera porque los aleja del sonido del que nunca ha querido salir. Casi le da algo cuando se entera de que Spector quiere una orquesta para el tema “Baby, I love you”, que además acaba publicándose como single. Con respecto a Joey, y a pesar de los celos, Johnny afirma que Phil «fue el único que consiguió y le ayudó a superar sus inseguridades durante la grabación». El álbum es otro fracaso de ventas y conlleva una ruptura simbólica. Siguen grabando y girando a pesar de que su alma conjunta ya no existe como tal. El larguirucho de casi dos metros de altura es un romántico optimista. Durante el fracaso de ventas y gira del disco en curso, piensa que el siguiente será el definitivo y los llevará a la fama que realmente merecen. Nunca ocurrirá. «Supongo que es un poco duro para una banda que fue un catalizador. Siempre son los pioneros los que no alcanzan la gloria completa. La alcanzan los que les siguen», asegura Joey tímidamente en la cinta. Resignación. Por poner un par de ejemplos, casi con toda seguridad se refiere a bandas como los Sex Pistols o los Clash que tanto los adoraron en Londres.
Cantante y guitarrista son como el agua y el aceite en ideas y manera de pensar. Apenas se hablan desde que en 1979 Johnny le quita literalmente a su novia Linda. Las posturas ideológicas de Johnny, muy a la derecha, son evidentes, y Joey, siempre parco en palabras, exorciza su dolor al componer “The KKK took my baby away” (El Ku Klux Klan se llevó a mi chica), tema incluido en el siguiente disco, Pleasant Dreams, editado en 1981, solo un año después del malogrado End of the century. Ahí va ese mensaje, compañero.
Muere de cáncer a los cuarenta y nueve años. De todos los miembros, solo Marky, el eterno sustituto a la batería, va a visitarlo al hospital. No hay imagen más clara para entender la convivencia a lo largo de los años de uno de los grupos más influyentes y emblemáticos de la historia, a pesar de que en activo su propio país los ignoró hasta el escarnio. Dan un total de dos mil doscientos sesenta y dos conciertos. Joey, a pesar de su enfermedad, canta en todos ellos. Seymour Stein sentencia en End of the century: «Para cientos de miles de personas fue un libertador. Él los libró de su propio sentimiento de fracaso. Era un héroe porque superó las probabilidades, triunfó sobre sus problemas y comenzó como un ser extraño en el mundo en el que le criaron». Amén.