Joaquín Sabina, patrimonio nacional

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COMBUSTIONES

Joaquín Sabina en una imagen del documental “Sintiéndolo mucho”.

«Que Joaquín Sabina es patrimonio nacional, como Goya o Buñuel, como Pla o Picasso, lo sabe cualquiera»

 

Al hilo de la actualidad que la semana pasada persiguió a Joaquín Sabina, uno de sus más certeros biógrafos, Julio Valdeón, le escribe una carta de amor.

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

Uno de los tópicos que más nos acompañan es el de la España cainita, ocre de envidia, con los españoles a garrotazo limpio y un odio visceral, furibundo y rabioso, a todo el que destaca. Si tienen dudas, o creen que hemos cambiado, repasen lo ocurrido estos días con Joaquín Sabina: de colaboradores confundidos por tanta generosidad ajena a esos buitres mediáticos que usan las declaraciones del artista, convenientemente descontextualizadas, como munición política o cartonaje sensacionalista.

Pero no he venido aquí a montar un Sálvame musiquero, ni siquiera a enmendar la plana a unos colegas que lo saben todo de Wilco pero nada de Celentano o Goyeneche. Yo, y ustedes perdonen, lo que quiero es celebrar que Sabina anuncia gira y que trabaja en un nuevo disco. Dedicarle una carta de amor. Una columna a femoral abierta para el autor de la letra (y la música) de canciones como “Calle Melancolía”, “Gulliver”, “El joven aprendiz de pintor”, “Caballo de cartón”, “Por el túnel”, “Cuando era más joven”, “Así estoy yo sin ti”, “Mentiras piadosas”, “¿Quién me ha robado el mes de abril? ”, “Y nos dieron las diez”, “Medias negras”, “19 días y 500 noches”, “A mis cuarenta y diez”, “Barbie superestar”, “Dieguitos y Mafaldas”, “Pero qué hermosas eran”, “Rosa de Lima”, “Noches de Boda”, “Camas vacías” o “De purísima y oro”.

¿Que por qué acumulo títulos donde firma también la música? Pues porque sin menospreciar a todos los grandes con los que ha trabajado, es justo (y necesario) recordar que un generoso puñado de sus mejores canciones son exclusivamente de su autoría, en letra y música. Y sería magnífico si tantos años después de 19 días y 500 noches, su obra magna, encara en breve alguna canción en solitario. Sobre todo en aquellos registros y géneros que al bueno de Leiva, tan brillante en los medios tiempos rollo George Harrison (esas guitarras…), los rocks con cromados tipo Traveling Wilburys (esas estructuras) y la americana de la meseta (esas pedal steel) le quedan lejos.

Sucede que su repertorio es asombroso. Bebe de la copla y el tango, del rock and roll y la ranchera, el corrido, la bachata, el pop y la salsa, el jazz de Nueva Orleans y el blues. Forma parte de la generación de cantautores libérrimos y anarcoides, como sus maestros Chicho Sánchez Ferlosio y Javier Krahe, con los que compartía vocación libresca, pero por ambición y repertorio, por sus dotes como melodista y su caudal de conocimientos musicales, sobrepasa y desborda ampliamente la condición cantautoril de gigantes como Brassens, hasta el punto de ser miembro de pleno derecho del club de los rockeros baudelerianos como Bob Dylan y Leonard Cohen, incorporando el de Úbeda un equipaje literario y sentimental propio, de César Vallejo a Bambino, a base de bailecitos de pueblo, orquestas del Titanic, ecos de ultramar, patios de escalera y fantasmas rumberos, fatigados de lucir cansados o morir por los rincones, mientras los modernitos de guardia, esnobs perdidos, babean con todo lo que llega de Kentucky e ignoran el talento que brota en los portales debajo de su casa.

Los ultrajes del tiempo, las aseadas mentiras del corazón, la rebaja de los amantes en invierno y el arrebato nocturno, como estación de paso, y el erotismo y la libertad, la inteligencia y la hondura, el cachondeo y el ingenio, animan y electrizan uno de los cancioneros más hermosos del último medio siglo. Que Joaquín Sabina es patrimonio nacional, como Goya o Buñuel, como Lorca o Picasso, lo sabe cualquiera. Aunque leyendo las chorradas que algunos publican estos días, nadie lo diría.

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