“Los aplausos son entusiastas y él se quita el bombín, fugazmente, porque sentir esa pequeña presión sobre la cabeza le ayuda a recordar que en ese momento no es Joaquín, sino Sabina”
Por tercera vez en menos de un mes, Sabina se sube al escenario del Wizink Center para presentar “Lo niego todo” en Madrid. Una noche de nostalgias, sorpresas, voces como puñales y momentos de rock and roll.
Joaquín Sabina
Wizink Center, Madrid
18 de julio de 2017
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.
Son cerca de las nueve de una soleada noche y varios furgones policiales (“mucha, mucha, policía”) rodea el antiguo Palacio de Deportes de Madrid, conocido ahora como Wizink Center. Una anciana los contempla apoyada sobre los barrotes de su balcón, justo enfrente de una de las puertas del siempre ajetreado edificio. La calle se tiñe de jóvenes y mayores, y decenas de bombines adornan las cabezas de aquellos que van accediendo al recinto. Es la tercera noche que toca Joaquín Sabina en la capital, y antes de encarar la cuarta, que será este miércoles 19, ha vuelto a agotar las entradas. Aunque el tiempo pida playa, o montaña, siempre hay gente que se baja en Atocha y se queda en Madrid.
Pasan unos minutos de las nueve y media y se oye una orquesta tocando ‘Y nos dieron las diez’, que siempre nos recuerda a los ‘Ojos de gata’ a los que cantaba Enrique Urquijo. Dos mujeres bailan entre el patio de butacas, otros cantan. Las luces se apagan y las pantallas emiten más de cien mentiras en titulares sobre el protagonista de la noche. O verdades, quién sabe. Rompiendo la soledad del magno escenario desfilan sus siete músicos: Jaime Asúa (guitarras), Pedro Barceló (batería), Laura Gómez Palma (bajo), Mara Barros (voces y coros), Pancho Varona (director musical y guitarras), Josemi Sagaste (saxo, clarinete, percusión) y Antonio García de Diego (piano, guitarras…). Cuando todos están ya en plena faena irrumpe Sabina, ataviado con camisa, bombín y una ovación del público que parece abrazarle con sus aplausos. Los ojos del de Jaén se iluminan agradecido mientras se encarga de abrir boca con ‘Lo niego todo’. Ya se ha instalado como un nuevo hit entre su público, pero él, que siempre reconoce que Madrid le pone nervioso, se apoya en las pequeñas pantallas a pie de escenario para ir leyendo la letra del tema. No quiere que le venza la emoción.
“Rotos están los sueños, y rota también la voz de Joaquín, que a sabiendas de que la voz ya no da para muchos trotes, más que cantar los versos los clava, como puñales cortos que se niegan a malgastar energía”
“Sería un miserable si negara lo que nos conmueve a estas alturas y con la que está cayendo, en pleno 18 de julio, que estén ustedes con este estado tan alto de complicidad llenando por tercera vez (…)”, confiesa a las 15.000 personas que le escuchan expectantes. Se acuerda de Benjamín Prado y Leiva, sus dos compinches en el disco que está presentando, “Lo niego todo”, y anuncia un concierto que “esperemos que sea largo”, quizá recordando que el miedo es humano. Cuenta que se dividirá en dos bloques: “La primera parte de tortura, un puñado de canciones nuevas, y luego… que sea lo que Dios quiera”. El respetable, que conoce las bondades del guion de éxitos porque Sabina suele seguirlo con bastante fidelidad, aplaude sus palabras. Desfilan las nuevas ‘Quien más, quien menos’, el guiño mexicano de ‘Posdata’, ‘No tan deprisa’ y ‘Qué estoy haciendo aquí’, y el público permanece todavía un poco tibio, pero con ‘Lágrimas de mármol’ los ánimos crecen. El grito del superviviente (“¡sí, maldita sea!”) se ha convertido en otro clásico moderno, y promete colarse en las próximas giras, aunque tenga que competir con otros tantos. Enlaza muy bien con lo que va a ocurrir a continuación, previo guiño al “mejor grupo del rock español”, que según Sabina, fue Alarma!!!. Editaron dos discos que él sigue oyendo, y desde que ensayaban puerta con puerta en sus comienzos, siempre quiso ser su guitarrista. “No paré hasta que se vino conmigo”, dice, señalando a Jaime Asúa. Y así da paso al rock and roll ‘Las noches de domingo acaban mal’, con saxo y guitarras.
Apenas han pasado media docena de canciones y ya nos presenta al resto de la banda. Guiños especiales para su nueva bajista, Laura, que califica como una “estupenda poeta”; bromas para Josemi, que viste falda escocesa “y tiene dos clarinetes”, y para sus dos compañeros más antiguos, “el núcleo duro”, que llevan más de treinta años con él. De García de Diego dice que es “el mejor músico con el que he tocado en mi vida” y de Pancho Varona, que siempre ha sido “su correa de transmisión”, el músico que ha sabido trasladar sus ideas en forma de canción. Termina con Mara, no porque sea la más veterana, sino porque deja el escenario en sus manos. Él desaparece por un lateral y ella canta ‘Hace tiempo que no’, una canción que le escribió Joaquín inspirándose en una frase que le dijo Gabriel García Márquez: “Hace tiempo que no me hago caso”. El escenario se torna más bluesero, como si hubiéramos aparecido en medio de un -gigantesco- club de jazz, pero apenas dura unos minutos, porque le pasa el testigo a Pancho Varona y él, con las gafas de sol bien caladas, vuelve al rock and roll con ‘La del pirata cojo’. Los ánimos se caldean y el público baila, y en ese estado reciben de nuevo a Joaquín, con otra ropa y otro sombrero, dispuesto a regalar ‘Yo me bajo en Atocha’, ¡para algo está en Madrid, y es 18 de julio! Y no es “su 18 de julio, mi 14 de abril”, esta noche es “mi 18 de julio, mi 14 de abril”.
“Está presentando a Leiva, que, para sorpresa de todos los allí presentes, irrumpe en escena para interpretar al alimón ‘Por delicadeza’, el tema con el que ambos cierran el álbum”
La banda ejerce de colchón musical durante todo el show, pero en ese momento se quedan solos García de Diego y Sabina, ofreciendo a piano y voz una versión sentida de ‘La Magdalena’ que termina de cantar con Barros. Los aplausos son entusiastas y él se quita el bombín, fugazmente, porque sentir esa pequeña presión sobre la cabeza le ayuda a recordar que en ese momento no es Joaquín, sino Sabina. Y el “que sea lo que Dios quiera” ya ha llegado hace rato, porque ahora le toca el turno a ‘Por el bulevar de los sueños rotos’, con Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez custodiándole en las pantallas traseras. Rotos están los sueños, y rota también la voz de Joaquín, que a sabiendas de que la voz ya no da para muchos trotes, más que cantar los versos los clava, como puñales cortos que se niegan a malgastar energía. Por el contrario, Mara derrocha voz en el ‘Y sin embargo te quiero’ que cantaba Conchita Piquer antes de las eléctricas que dan paso al ‘Y sin embargo’ del jienense. Tras la rumbera ‘Ruido’ llega ‘Peces de ciudad’, donde Joaquín empuña su acústica mientras guía el concierto, la música y los recuerdos. La euforia se llama ‘19 días y 500 noches’, y esa historia indomable que es ‘Aves de paso’, perfecta para volver a apostar por el rock a cuatro guitarras, las de Pancho, Antonio, Jaime y Joaquín, dejando a punto el escenario para el siguiente rock and roll que canta Asúa mientras él se retira. Es ‘Seis de la mañana’.
No queda nadie sobre las tablas, salvo Antonio, el único que no se toma un descanso. Le toca a él llevar las riendas y lo hace con ‘Tan joven y tan viejo’, que dedica a su hijo Dani. En los últimos compases reaparece Joaquín para terminarla con él, en uno de esos momentos emocionantes del concierto. “¿A qué hora tenéis que estar en casa?”, pregunta al aire, riendo, dispuesto a celebrar ‘Noches de boda’ con toda la banda y con los que se levantan a bailar, cantar y, sí, grabar. Después se hace el silencio, y empieza a hablar de alguien a quien considera “el mejor talento de su generación”. Está presentando a Leiva, que, para sorpresa de todos los allí presentes, irrumpe en escena para interpretar al alimón ‘Por delicadeza’, el tema con el que ambos cierran el álbum. A dos voces, y con un breve traspiés (tal vez un despiste, tal vez un problema de sonido), una de las estrofas entra más tarde, pero siguen adelante. Al terminar, Leiva se queda, porque le invitan también a tocar una electriquísima versión de ‘Princesa’, con la friolera de cinco guitarras. Barceló sigue aporreando la batería tras su pequeña urna de cristal mientras el resto de sus compañeros desparraman en hilera al borde del escenario. El concierto ha llegado a su punto más álgido y Joaquín, que en ese momento lo es más que Sabina, hace el gesto de abrazar al público antes de marcharse.
Tras más de dos horas en directo, algún cantante superventas ya se habría largado, tal vez por falta de ganas, actitud o talento. Pero Sabina, aunque deje a los suyos en un par de momentos, aguanta hasta el final. Y como él sí se despide, regresa para unos bises, que tal vez sean un regalo inesperado. Uno es ‘Contigo’, más pausada y cálida con ese clarinete que ha dulcificado muchos momentos del concierto, y el otro, ‘Pastillas para no soñar’. El de Úbeda toca los platillos sentado, con esos versos burlones a aquellos que quieren vivir cien años sin sentir ninguno. Eso sería permanecer, más que vivir. Y él, ya se sabe, eligió vivir.
Cuando suena ‘La canción de los (buenos) borrachos’, los músicos agradecen el cariño, que ha sido mucho, y se marchan. Solo dos quedan en el escenario. Son Joaquín y «Panchito», que se van de la mano.