Joan Manuel Serrat: Redescubriendo de nuevo la poesía de Miguel Hernández

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«Lo primero que salta a la vista es que Serrat no ha tratado en absoluto de hacer un disco sonoramente calcado al anterior, sino que ha optado por ofrecer algo más alternativo, diferente y variado teniendo en cuenta, además, que ha partido de una materia prima –más poemas de Miguel Hernández– quizás no tan conocida como la que le inspiró en los setenta»

Serrat ha tenido el valor de dedicar un nuevo disco a poemas de Miguel Hernández. Valor porque las comparaciones con aquella joya primera de 1972 iban a ser inevitables. Sin embargo, como nos cuenta Javier de Castro en este detallado análisis, el veterano cantautor sale bien librado de la experiencia.

 

Texto: JAVIER DE CASTRO.

 

Me producía cierto temor enfrentarme al nuevo disco de Joan Manuel Serrat, por aquello de que nunca segundas partes fueron buenas y recordando con emoción aquel primer acercamiento a Miguel Hernández que tanto me gustó cuando lo descubrí en casa de mis progenitores siendo aún púber adolescente sin conocimientos. Unas audiciones, sin embargo, que me hicieron reflexionar y de qué manera, vaya que sí: recuerdo que tras las primeras escuchas mi padre me preguntaba cosas sobre aquellas canciones y otras, como si de un examen cualquiera se tratara y que me costaron más de un apuro, por la, en ocasiones, cierta complejidad del lenguaje. La verdad es que antes de adentrarme con igual cuota de respeto que curiosidad en este «Hijo de la luz y de la sombra» (SONY), he querido revisar, tras demasiado tiempo sin hacerlo –lo confieso– aquel Miguel Hernández de hace casi cuarenta años y comprobar qué tal habían envejecido aquellas canciones a juicio de mi oreja del siglo XXI, seguro más experta pero también más exigente. Sin embargo, ha sido emocionante retomar de nuevo aquellos poemas como ‘El Niño Yuntero’, ‘Para la libertad’, ‘Menos tu vientre’, ‘La boca’, ‘Llegó con tres heridas’, etcétera, espléndidamente musicados todos por Serrat –excepto ‘Nanas de la cebolla’, tomado de Alberto Cortez– y arreglados con primor con la ayuda y la maestría del gigante Francesc Burrull, que bordó su tarea. Espectacular, sin duda y qué difícil de repetir, intuyo…

Aconsejo a todo el que quiera, pues, idéntica experiencia antes de escuchar este último disco para ponerse en situación. Les ocurrirá, quizás, lo mismo que me ha ocurrido a mí. Esto es, comprobar que la admiración de tanta gente por aquel Serrat, rabiosamente joven y brutalmente talentoso, no sólo ha logrado mantenerse viva durante tantísimos años de trayectoria –y pese a los indudables altibajos creativos acaecidos, sobre todo, en ciertos momentos entre mediados de los ochenta y la actualidad, con excepción absoluta del «Mô», que me pareció de nuevo espléndido– sino que ha seguido aumentando por culpa del poso de esos primeros veintes discos de larga duración editados entre 1967 y 1985, apabullantes en lo artístico y sin apenas desperdicio, que siguen sonando a gloria bendita y absolutamente frescos, por haber envejecido tan bien.

Alguien pensará… bueno, después del peloteo para preparar al lector proclamando bonazas demasiado obvias del artista español “intocable” por antonomasia –pensarán la mayoría– ahora viene el revolcón y chorreo consiguiente del crítico de turno. ¿Quizás porque esta novedosa entrega basada en la obra del malogrado poeta no está a altura de su predecesora y que, simple y llanamente, se ha parido para aprovechar la coyuntura favorable que suponen las múltiples actividades planteadas en el marco de la celebración del centenario del nacimiento del Miguel Hernández? Es verdad –ya lo he apuntado antes– que volver a alcanzar el nivel soberbio a todos los niveles de aquel vinilo de 1972 era empresa tamaña y que a mucha gente nos ha sorprendido el riesgo al que el propio Serrat se autosometía, embarcándose en tal intento. Más teniendo en cuenta, ese espíritu calculador –no es peyorativo– atribuido al cantautor catalán a quien a estas alturas de su carrera le convienen cuantos menos riesgos mejor, pudiéndose mantener en un cómodo estatus popular en el que a poca gente se le ocurre cuestionar su peso y logros musicales.

Valorando en su justa medida tal valentía, aunque tratando de abstraerme de todas mis prevenciones –¿lógicas?– y superar esa siempre peligrosa y difícil primera escucha que uno suele hacer a tientas (que cuando un disco no ha entrado a la primera o a la segunda, suele jugarnos la mala pasada de provocar una crítica facilona y caprichosamente injusta que con el tiempo y análisis más reposado, a uno le puede hacer sonrojar) y el consiguiente maratón de audiciones sucesivas para analizar con la mayor objetividad autoimpuesta, una a una, estas trece nuevas adaptaciones con todos sus matices, texturas y recovecos varios, debo confesar que en conjunto este último disco de Serrat, pese a no igualar –como yo me temía– a su hermano mayor, sí que ha superado mis expectativas más optimistas.

Lo primero que salta a la vista –a la oreja, mejor dicho– es que su autor no ha tratado en absoluto de hacer un disco sonoramente calcado al anterior, sino que ha optado por ofrecer algo más alternativo, diferente y variado teniendo en cuenta, además, que ha partido de una materia prima –más poemas de Miguel Hernández– quizás no tan conocida como la que le inspiró en los setenta. Al margen del gran número de músicos, todos excelentes, utilizados para lograr tal eclecticismo sónico que nos haga “olvidar” durante la escucha lo suficiente aquellas grabaciones antiguas, debo empezar diciendo que a mi juicio no todas las nuevas composiciones están a una altura parecida de brillantez, aunque sería injusto no resaltar que si las de cal superan a las de arena, como así efectivamente ocurre, el nivel medio alcanzado por Serrat en cuanto a estas recientes musicaciones debe ser calificado en conjunto de notable.

Para acentuar esa reorientación sonora, el arreglista escogido ha sido Joan Albert Amargós, un grandísimo de nuestra música y con un currículum profesional –como ocurriera en el caso de Burrull– sin margen alguno a la duda en cuanto a calidad, que ha sido el encargado, además, de añadir teclados electrónicos como complemento al piano de un Ricardo Miralles, imprescindible junto a Serrat como en tantos momentos de su trayectoria. Otro aditamento empleado, casi inédito en las grabaciones de Joan Manuel, ha sido la utilización de un coro que llama la atención por su amplitud, formado por gente insospechadamente complementaria como las “jazzeras” Carme Canela y Laura Simó, Jofre Bardagí (hijo del añorado Cap Gros y sin embargo magnífico artista), Marc Ros (sí, sí, el solista de los Sidonie, que ha tenido la oportunidad de cantar –como él mismo ha reconocido– junto a uno de sus héroes de toda la vida) o el músico teatral Óscar Larios, cuyo resultado práctico ha sido, en mi opinión, más adecuado en unas oportunidades que en otras, aunque este aspecto, cuando menos sorprendente e inesperado, debería ser analizado sólo desde la percepción degustativa de cada uno y valorado en su justa medida teniendo en cuenta el indudable arrojo demostrado con su utilización. Para la instrumentación se ha echado mano a una base musical compuesta por los ya citados Miralles y Amargós, junto al guitarrista David Palau, el bajista Víctor Merlo, la batería de David Simó y las percusiones de Luis Dulzaides, y que ha recibido la réplica, según en qué temas, de otros especialistas varios en instrumentos de metal, de cuerda, armónica, etc.

 

LAS CANCIONES

Entrando ya al destripe de esta nueva colección, decir que lo primero que suena, ‘Uno de aquellos’ que abre la entrega con fuerza suficiente para enganchar y ‘Del Ay al Ay Por el Ay’ que viene a continuación y cuyo estribillo se nos antoja uno de los más difíciles de encajar con acierto en la música nueva, cumplen con creces su necesario cometido de arrancar con ímpetu suficiente el disco, a fin de que quien haya iniciado la escucha desee continuar manteniendo vivo su interés. En lo que constituiría el nudo gordiano de la colección, destacan a continuación dos canciones de eminente colorido musical levantino que han sido colocadas para ser escuchadas de forma consecutiva quizás para acentuar con más énfasis ese mensaje sonoro regional. La primera se titula ‘Canción del esposo soldado’ y es claramente autobiográfica pues describe la separación, a causa de la guerra, del malogrado poeta y de su esposa ¿embarazada? Empieza a ritmo de marcha de moros y cristianos para, por un lado, describir el enfrentamiento de las dos Españas y, por otro, para rebajar el peso dramático de la letra en la que se entremezcla la pesadumbrez que viven ambos protagonistas a causa de la distancia, con un único consuelo y fuerza para continuar que les da a ambos su hijo. La segunda, mucho más optimista, es un homenaje a la tierra del poeta; se titula ‘La palmera levantina’ y se nos antoja deliciosa al haberse construido a ritmo de bossa nova para que el oyente asocie al contenido temático descriptivo la placidez mediterránea que dan el clima y el mar.

Aunque no aparecen por este orden, ‘Tus cartas son un vino’ y  ‘El mundo de los demás’ son de todo el álbum las que podríamos calificar con más propiedad de auténticamente serratianas, puesto que aúnan perfectamente esas características sonoras que durante años han ilustrado esos medios tiempos melódicos tan característicos del cantante y compositor barcelonés. En lo temático, esas letras recuerdan tanto a su propia poética que en algunos momentos, incluso, nos harían dudar de su autoría si no supiésemos que se trata de textos ajenos.

‘Dale que dale’, la tonada elegida para ser promocionada como single de lanzamiento, obviamente, entra en la cabeza al instante por su incuestionable atractivo sonoro. Nos recuerda instrumentalmente y en cuanto a los arreglos, en este caso sí, como también ocurre con la que comentaremos inmediatamente a continuación, a algunas de las canciones que grabara Serrat a caballo entre los sesenta y los setenta, en la etapa de búsqueda de nuevas sonoridades desde Miralles a Juan Carlos Calderón, pasando brevemente junto a Augusto Algueró, tanto a la época de ‘Mediterráneo’ que sólo gracias al efectivo coro de voces varias que contrapuntea a la parte solista del cantante y a la intervención espléndida de Miguel Poveda, se marca cierta distancia sonora respecto a aquel material primigenio. En el caso del cantaor badalonés cuyo papel se concreta en apenas unas breves aunque certeras y luminosas pinceladas que –debemos reconocerlo– nos han gustado mucho aunque se nos antojan escasas e insuficientes para la grandeza y posibilidades del cantaor y aún reconociendo –qué contradicción– que quizás mayor presencia suya quién sabe si efectivamente hubiesen ayudado a ensanchar en positivo la grandeza de la canción.

‘Cerca del agua’ es una auténtica preciosidad, quizás la preferida de quien esto escribe por su letra y música tan bonitas y cuyo arreglo, pese a su aparente sencillez y a una logradísima efectividad sonora, no le va a la zaga en calidad a ninguna de las que –uno presume– serán escogidas por la mayoría como las mejores del álbum. En una línea parecida a la anterior, ésta también nos recuerda bastante en lo sonoro a ‘Mediterráneo’ su pieza clásica que mucha gente considera como la mejor de la historia de la música moderna española y por ende también la más considerada entre el amplio repertorio del “Noi” del Poble Sec.

En un más que notable cambio de tercio, me encanta el rompedor contraste entre música y letra de ‘Si me matan, bueno’ por su texto duro aunque tratado con una festividad musical y cierto aire divertido sorprendentes y su atrayente musicación afianzada por un fondo donde destacan las cuerdas y, de nuevo, el coro multivocal que la acompaña como en varias piezas más del trabajo. Una de las variaciones de registro más señaladas se percibe en el ritmo de tango que viste a ‘El hambre’ y que logra, sin duda, dar el dramatismo suplementario que una letra dura y desgarradora como ésta requiere y que nos recuerda en cierto modo a su ‘Pare’ ecologista de mediados de los setenta por su parecida profundidad. La instrumentación es así mismo muy elegante y el bandoneón que pudiera haber sido, al menos aparece sustituido, no sin meritorio acierto –es justo reconocerlo–, por los teclados de Joan Albert Amargós quien, además de en este corte, se pasea por todo el disco con igual efectividad y riqueza de recursos sónicos.

La pareja formada por ‘Sólo quien ama vuela’ y ‘Las abarcas desiertas’, serían los cortes que nos faltaban para completar las doce más una composiciones que forman el disco. Ninguna de las dos destaca por ningún aditamento nuevo frente al resto ya comentado; bien al contrario, dado que quizás lo que se ha buscado con más ganas en ambas ha sido recalcar más si cabe la voz solista, presidiéndolo todo, y un manto instrumental tejido con la base instrumental más básica junto a, apenas, unos simples detalles de cuerda en aras de no enturbiar el mensaje textual y presentar la letra lo más desnuda y libre posible.

Para acabar habría que destacar ‘Hijo de la luz y de la sombra’ –en este caso, el tema que ha otorgado título al álbum y precisamente el que lo cierra– donde se ha buscado realzar, como en el inicio, el efectismo sonoro que la pieza encierra sin duda. De nuevo todo el personal instrumental a pleno rendimiento interpretativo; el coro vocal con la adición del propio Amargós y de Josep Mas “Kitflus” –otro pionero de la época de la onda layetana y a su vez enorme creador, también– para arropar a Serrat en el canto del cisne del álbum; otra letra de Hernández plena de hermosura para una de las melodías sobresalientes de este nuevo Serrat y la pieza que, seguramente, debería abrir los conciertos de su próxima gira promocional para enganchar al público de buen principio.

Se nos antoja fascinante la experiencia que puede resultar de aunar en una única actuación dedicada a la memoria de Miguel Hernández todas estas canciones de cuño reciente en yuxtaposición con las clásicas de hace más de treinta años. Las viejas y conocidas y las nuevas por conocer, todas juntas y de una sola tacada… quizás una experiencia única, dejando al margen por primera vez desde siempre su repertorio de grandes éxitos más que conocido. Un Serrat, con menos voz y fuerza, sin duda, pero visto y oído desde una nueva perspectiva artística; y quién sabe si, a estas alturas de su rica y larguísima trayectoria, enfrentándose a un último gran reto personal por cumplir. En cuanto a su relación estrictamente discográfica con el poeta, objetivo cumplido. Así lo creemos y así lo hemos contado.

 

CODA

Valor añadido, es el DVD que completa el pack, titulado “Miradas en busca de un poeta”. Una especie de collage audiovisual construido a base imágenes rodadas por diferentes amigos del cantante y comentadas por el propio Serrat, a modo de «making off», e inspiradas por las canciones de este reciente «Hijo de la Luz y de la Sombra» pero también algunas de las que formaron parte del clásico «Miguel Hernández» de hace tantos años. Un videoclip de algo más de treinta minutos donde realizadores cinematográficos de diferente pelaje expresivo como José Luis Garci, Imanol Uribe, Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime Chavarri, Manuel Gómez Pereira, José Luis Cuerda (con fotografías de Juan José Gómez Molina), Bigas Lunas, Manuel Huerga, Sergio Cabrera, Motxo Armendáriz, Ana Marquesán, Pere Portabella, Pedro Olea, Agustín Sánchez Vidal, David Trueba (con pinturas de Joaquín Risueño), Isabel Coixet, Rogelio Caballero o Santiago Garrido han interpretado con imágenes, cada uno a su particular manera, una u otra de las canciones escogidas. Con el mismo fin, aunque con técnica diferente, el pintor y artista multidisciplinar Javier Mariscal ha optado, en su caso, por un montaje de animación a base de dibujos propios.

Un interesante complemento al disco, sin duda.

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