La reedición de Electric Ladyland, la obra maestra de Jimi Hendrix, incluyendo un DVD con el revelador e imprescindible documental At last… The beginning: The making of Electric Ladyland pone de actualidad este disco, el último que el genio de la guitarra eléctrica grabó en estudio (oficial y publicado en vida) y una de las obras fundamentales en la historia del rock.
Texto: JUAN PUCHADES.
Jimi Hendrix, con un cancionero de Bob Dylan en la bolsa de viaje y recurriendo a su lectura todos los días, como queriendo embeberse de todas las palabras escritas por quien consideraba su mesías; el músico, el escritor, el compositor al que el revolucionario guitarrista más respeta en aquel 1968 en el que en compañía de su banda, Experience, tiene que enfrentarse a la grabación de su tercer álbum. Una obra en la que quiere tener el control absoluto.
Hendrix es por entonces una estrella a nivel europeo, pues aunque norteamericano de origen, el habilidoso Chas Chandler, exbajista de los Animals reciclado en manager-hombre-de-confianza-asesor-director-y-todo-aquello-que-haga-falta, se lo ha llevado a Londres un año antes y allí, ese guitarrista negro que hasta entonces ha estado al servicio de terceros –Little Richard, Isley Brothers, King Curtis– en directo o en estudio, brillará con luz propia y podrá empezar a desarrollar su particular concepción del rock and roll y de lo que es tocar la guitarra en dos discos tan descomunales como Are you experienced? (1967) y Axis: Bold as love (1967)
Pero Hendrix quiere ir más allá y en el convulso verano de 1968 se encierra en un estudio londinense para iniciar la grabación de su tercer álbum. Pero, con su primera gira norteamericana por comenzar, él y sus dos escuderos de la Experience, Mitch Mitchell (batería) y Noel Redding (bajo), toman posiciones en unos estudio neoyorquinos recién abiertos y que ellos se encargan de estrenar, los Record Plant.
En medio de una frenética gira sin orden ni concierto en la que hacen miles de kilómetros cada día, Hendrix va componiendo más material para el disco, y en Nueva York, durante meses y en sesiones en las que se convoca a los músicos a las 6 de la tarde, aunque él siempre tarda varias horas en aparecer, se va grabando el que deberá ser un doble álbum: Electric ladyland. Chandler, el hombre de los negocios, decide, cuando no le gusta el rumbo musical que aquello va tomando –nada enfocado hacia los singles y sin resolverse con la rapidez con la que se han grabado los dos discos anteriores–, desaparecer de escena y dejar que Hendrix se maneje solo. Y vaya si lo hace. Acompañado del ingeniero de sonido Eddie Kramer en los controles, Hendrix desarrolla su disco a su manera, a su aire. Los músicos llegan, él propone un tema, le dan al play y arrancan, se miran, se hacen guiños y se desarrollan las bases. Luego Hendrix, sin prisas y a su ritmo, retoca, enriquece con todo tipo de sonidos las pistas originales. Incluso él mismo se encarga de tocar el bajo en gran parte del disco. Y es que las relaciones con el taciturno Noel Redding no son las mejores: Un guitarrista que no supo adaptarse al papel de bajista a la sombra del gigante Hendrix. Él es quien menos aguanta el ritmo disipado de un Jimi Hendrix que no es extraño que invite a 20 amigos o conocidos a asistir a las sesiones de grabación. Quizás por ello, Hendrix, sabedor de su malestar, incluyó un tema de su autoría en el disco, el psicodélico y muy british «Little Miss Strange».
Sin embargo, como constatan otros participantes de aquellas sesiones en el documental At last… The beginning, Hendrix se encontraba en pleno proceso creativo y cuando se trataba de tocar era muy respetuoso con los músicos que le acompañaban, concentrado pero sin olvidar la improvisación. Un raro método de improvisación que parecía seguir un objetivo en su cabeza, en la que parecía esconder toda la estructura que debía de tener este glorioso doble disco en el que se adentra en el blues, la psicodelia, el pop, el jazz, el soul y el rock desaforado mientras su guitarra ejerce por momentos de rítmica para pasar en el segundo siguiente a tomar el papel protagonista, acompañando a su voz. Esa voz que no le gusta nada y que, avergonzado de ella, graba escondido detrás un biombo. Un Hendrix que se mostraba ilusionado con poder hacer realidad uno de sus sueños: que su guitarra se tuteara con el órgano de Steve Winwood. Algo que logró en el denso y largo (más de catorce minutos, cerrando, en vinilo, la primera cara del primer LP) blues «Woodoo Chile». Pero hubo más invitados de renombre que se sumaron a las jornadas en Record Plant, como Al Kooper o Buddy Miles.
El resultado de todas aquellas sesiones fue un disco elaborado hasta el extremo «dirigido y producido» por él mismo, su gran obra. Un álbum de rock que andaba varios pasos por delante del tiempo (no sólo del suyo…). Tanto lo pensó que hasta entregó bocetos de cómo quería que fuera la portada –en la nueva edición del disco se reproducen estos– y mayúsculo fue su enfado al ver la cubierta que publicó la discográfica en la edición inglesa: la famosa y escandalosa sesión de las chicas desnudas, cuando el diseño original incluía las fotos de Linda Eastman (McCartney) que sí salieron en el diseño estadounidense.
Hoy, cuarenta años después, Electric Ladyland, sigue sorprendiendo lo mismo que entonces. Es una bofetada sonora de una hora de duración en la que están muchas de las claves del rock más furioso que vendría años después (¡qué habría sido del grunge sin Hendrix!). Sin embargo, también fue el final de la «experiencia», su último disco de estudio, el último al lado de Mitchell y Redding, pues en junio de 1969 el grupo se disolvería. Y en septiembre de 1970, Jimi Hendrix moría.
Electric Ladyland ha sido reeditado por Universal.