Jessi Alexander y Tyller Gummersall: los riesgos de la independencia

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COWBOY DE CIUDAD

«Tienen una excelente reputación entre los aficionados y unas críticas incontestables a sus trabajos, pero también un escaso interés de la industria y las radios»

 

Esta semana, en Cowboy de ciudad, Javier Márquez Sánchez trae a su escenario periodístico a dos músicos jóvenes con más talento que fama: Jessi Alexander, compositora de éxitos de Lee Brice o Patty Loveless, y Tyller Gummersall, autor country con sabor a clásico.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

Ya sabemos que, en casi cualquier aspecto de la vida, ser independiente suele salir caro. La música no es una excepción. En el caso del country, como en tantos otros géneros, la inmensa mayoría de los artistas están alineados bien con el mainstream de las grandes multinacionales (con su insufrible country pop), bien con la escena independiente, mucho más innovadora y experimental. ¿Pero qué ocurre cuando un creador hace gala de un estilo demasiado tradicional para el público independiente al servicio de unas historias demasiado «incómodas» para el oyente de radiofórmula? Pues pasa que sus discos se pierden en el silencio. Y eso, básicamente, es lo que les ocurre a Jessi Alexander y Tyller Gummersall, dos compositores y cantantes de estilos bien diferentes que tienen en común una excelente reputación entre los aficionados y unas críticas incontestables a sus trabajos, pero también un escaso interés de la industria y las radios por su música.

 

Jessi Alexander: éxitos para otros

El de Jessi Alexander (Jackson, Tennessee, 1976) es sin duda un caso singular, dado que ella sabe bien cómo obtener un éxito. Como compositora firmó “I drive your track”, con la que Lee Brice consiguió el premio a mejor canción del año, y ha ofrecido rotundos triunfos a Patty Loveless (“I wanna belive”), Trisha Yearwood (“PrizeFighter”), Tim McGraw (“Damn country music”) o Blake Shelton (“Mine would be you”) ,entre otros muchos nombres de primera línea que han grabado composiciones suyas; hasta Miley Cyrus puso voz a sus versos (“The climb”) en su almibarada etapa de Hannah Montana. Quince años lleva esta chica firmando canciones y ganándose así la vida mientras pasa las noches recorriendo pequeños escenarios de Nashville para dar a conocer la otra cara de su trabajo.

En 2004 rozó el sueño de neón cuando Columbia la fichó y lanzó su álbum Honeysuckle sweet, pero los resultados no fueron los esperados por el sello —ni por estilo ni por respuesta del público— y un año después se deshicieron de ella. Una década tardó en volver a entrar en un estudio, del que salió con el prometedor Down home, editado por Lonesome Vinyl en abril de 2014. Y esta primavera, Jessi Alexander se ha decidido por fin a mostrar un poco más de lo que es capaz de hacer, en la mejor tradición de Lori McKenna, Natalie Hemby o Brady Clark.

 

 

Decatur County Red (Lost creek) es un álbum valiente y coherente, aunque da la sensación de ser solo un tanteo de posibilidades. De hecho, sus ocho temas se quedan muy cortos, dejan con ganas de escuchar mucho más. Tirando de referencias mainstream, hay quien ha comparado el estilo vocal e incluso compositivo de Jessi Alexander con el de Sheryl Crow, pero con todo el cariño para la de Missouri, Alexander la sobrepasa con creces.

La apertura del disco, con la canción que le da título (con la colaboración de Jonathan Singleton), demuestra la capacidad de la autora para retratar emociones tan íntimas como generacionales mientras evoca anécdotas de su pasado y sus raíces sureñas, con banderas rebeldes como cortinas mecidas por el viento. Hay pasajes dolorosos, como “The problem is you”, y otros desgarradores como “Mama drank”, un amargo canto de reivindicación de la mujer que era esposa, madre y trabajadora muchos años antes de que se hablase de conciliación familiar; «Ahora entiendo por qué mamá bebía», con versos como esos es difícil entrar en las parrillas musicales. Alexander también recupera su “Damn country music” y ofrece una lectura mucho más natural y sincera que la de Tim McGraw, regalando un pasaje country de lo más genuino. Y conste que también hay momentos para la diversión de la mano del medio tiempo “Country music made me do it”, con la colaboración de Randy Houser.

 

 

Tyller Gummersall, en tierra de nadie

Atendiendo a la calidad de sus composiciones y a la capacidad evocadora de sus interpretaciones, no cabe duda de que Jessi Alexander merece mucha más atención —y suerte— de la que se le está prestando. Aunque al menos ella tiene entrada en Wikipedia: el pobre de Tyller Gummersall, ni siquiera eso. Criado en un rancho de Colorado y con sus treinta y pocos años vividos a caballo —nunca mejor dicho— entre Texas y Nashville, Gummersall no había cumplido cinco años cuando ya sabía poner los primeros acordes en la guitarra, y con ocho ya tocaba en salones de baile; un año después firmó su primera composición. Sin embargo, también a muy temprana edad se dio cuenta de que iba a tenerlo complicado para triunfar: su honky tonk sin filtrar y sus canciones sobre las penurias del trabajador medio estadounidense no interesaban demasiado en Nashville, y sus hechuras de ranchero y sonido neotradicional tampoco casaban con la escena alternativa. Total, como ya advertíamos: en tierra de nadie.

Pero eso no ha impedido a Tyller Gummersall pasar la última década componiendo cada vez mejores canciones y dejando constancia de ellas en discos cada vez más cuidados. El que acaba de presentar, Heartbreak College (Country Road 330 Music), es una verdadera delicia, pura y genuina country music con las botas bien hundidas en las aguas honky tonk, estilo para el que el artista cuenta con una voz nasal impagable. El legendario Lloyd Maines produce tres de las canciones (el resto a cargo del propio Gummersall) y remata un agradable sonido tradicional que suena a clásico, nunca a viejo.

 

 

En cuanto a los textos, podría decirse —salvando todas las distancias— que este Heartbreak College aspira a ser una versión country de esa joya de Bruce Springsteen que es The river. El disco está dirigido a ese estadounidense medio que vive al día, con lo justo en el banco y demasiadas horas echadas en la factoría o la granja como para poder pensar en otros planes. “Fathers and sons” y “How did I get here” hablan precisamente sobre los problemas reales, sobre aquellas cosas que deben preocuparnos de verdad para evitar que nos perdamos dándole vueltas a lo que no tiene importancia. “Love me when I’m down”, “I’m not dead” y sobre todo “Working man”, por su parte, son duros lamentos de un protagonista que se enfrenta a la incapacidad de llevar comida a casa a pesar de que está dispuesto a trabajar en lo que haga falta. Por otro lado, Gummersall no reniega de esa música de baile que le ha alimentado durante tantos años, como bien demuestra en el divertido two step “Why do I buy whisky?”.

Con una distribución más que irregular de su trabajo —la mayoría en plan «Juan Palomo»—, sin duda Tyller Gummersall merece un mejor destino dentro del universo musical. Como en el caso de Jessi Alexander, la calidad de las composiciones del artista y la poderosa energía de sus interpretaciones suponen sobrados argumentos para apostar por este joven vaquero musical de pura raza.

 

 

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