Jarroa, de Andrea Fernández Plata

Autor:

LIBROS

«Una novela de la que no sales indemne, igual que no salen sus personajes, creando nuevas vidas desde la ceniza»

 

Andrea Fernández Plata
Jarroa
CABALLO DE TROYA, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Desde siempre he sentido fascinación por esas pequeñas islas habitadas de la costa española: Ons, Tabarca, Arousa… Son lugares que están lo suficientemente cerca del continente —algunas incluso salvadas por un puente— para conectar con él sin mucha dificultad, mientras no haya tormenta, y a la vez lo suficientemente aisladas como para sentirse en un mundo propio, con otras reglas. Están en el límite, en la frontera entre ser parte y no serlo. De esta última isla es Andrea Fernández Plata, que partió de ella para ir a estudiar a Madrid y a Berlín, y acabó volviendo a la isla, donde organiza talleres y residencias artísticas.

Exactamente los mismos pasos sigue la protagonista de su primera novela, con la única salvedad de que la isla aquí es indeterminada y de que, claro está, la historia se convierte en ficción. Es un viaje que, literaturizado, nos acompaña desde los clásicos, llámese Geórgicas, llámese beatus ille o llámese Edad de Oro. Uno huye porque se siente ahogado, piensa ser alguien en el mundo del arte y acaba regentando un puesto de bisutería, como le ocurre a nuestra protagonista. La excusa para el regreso es acudir al entierro de una prima de su madre, y lo que iba a ser una estancia breve, se alarga, instalada en la casa de sus abuelos, deshabitada desde hace mucho tiempo.

La novela es varias cosas. La primera, una colección de estampas, organizadas en breves capítulos, que en ocasiones se deslizan como poemas en prosa, plagados de términos gallegos que les otorgan una maravillosa eufonía. La segunda una descripción del protagonista colectivo, que es la isla, con sus mariscadoras y sus retratos, salpicados de un surrealismo costumbrista, de mujeres como Elcinia, Cristina —y su abuela Adelaida—, o Saladina, la Portuguesa, una florista a la que todo el mundo intenta evitar. Crujen aquí historias de parejas estrafalarias, como la de Manuel y Maruja, y otras tan terribles que apenas se sugieren y son eludidas con ternura y delicadeza.

Hay continuos saltos atrás, repaso de antiguas fotografías y descripciones perfectas, canónicas, que se llevan siempre a un decorado de naturaleza mínima que sobrecoge. Un decorado que en el que se despliegan ritos arcaicos, tan sencillos que perciben que lo son. Ritos que la protagonista se da cuenta de que la conectan con lo que realmente es, como un sortilegio.

Jarroa es una novela de la que no sales indemne, igual que no salen sus personajes, creando nuevas vidas desde la ceniza, desde la parálisis de la anterior hasta llegar a convertir la voz narrativa en un paisaje absolutamente enraizado, juvenil, pero que parece dictado desde tiempos antiguos, aquellos en que la vida y la muerte no son más que las dos caras de una misma realidad, de una misma sabiduría.

Anterior crítica de libros: El fin de un mundo, de Carmelo Romero.

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