«Lo que más me interesa de los cantautores es que me hagan sentir protagonista de grandes y pequeñas historias»
Siete años después de La llamada, su último disco de canciones nuevas, ve la luz Seremos, el nuevo trabajo de Ismael Serrano. Un viaje de autodescubrimiento del que habla en esta charla con Carlos H. Vázquez.
Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: PEDRO WALTER.
Parpadea el cielo en esta madrugada de tormenta. Twitter hace tiempo que dejó de ser una trinchera y ya no llegan cartas desde el frente si no es con tres proyectiles en su interior. Qué alguien le ponga riendas a este disparate.
Qué temeridad traer una criatura al mundo, aunque luego —dicen— sea lo más maravilloso que le pueda pasar a alguien —dicen también—. Pero igual tiene sus ventajas, porque siempre habrá charlatanes que decidan por la educación de los hijos. Una preocupación menos [léase con ironía]. Para Ismael Serrano, la música no es lo más importante de todo; lo son otras cosas. Padre desde hace siete años, el autor de Seremos (Sony, 2021) quiere que su hija Lila sea más dura y menos sentimental, que no se parezca tanto a él. Porque somos, fuimos y seremos.
Dime, ¿cuál ha sido la última canción que te ha emocionado de verdad?
Cuando estoy inmerso en la grabación de un disco, lo único que escucho es el disco. Hace mucho que no escucho otra cosa. Si miro mis últimas búsquedas en Spotify, van a ser [Luis María] Pescetti y la música infantil que le pongo a mi hija para dormir. Así que te voy a decir que la última canción que me ha emocionado es una canción infantil que se llama “Luna de Candela”, que es una canción de Magdalena Fleitas.
¿Cómo llevas la paternidad?
Bien, pero un poco asustado. Este tiempo de pandemia, en el que todo se escapa a tu control, cuando la paternidad ya supone enfrentarse a eso, a mí me genera una cierta ansiedad, aunque hay gente que lo vive con naturalidad. Lo que ha exacerbado la pandemia, sobre todo, son nuestros miedos y nuestras inseguridades. Lo vivo con esa mezcla de ilusión que es ver crecer a mi hija, del aprendizaje que supone estar con ella. La paternidad supuso relativizar muchas de mis preocupaciones, porque me he dado cuenta de que había preocupaciones que no merecían la categoría que les daba; las hacía más grandes de lo que eran en realidad. Lo realmente importante son otras cosas. Lo hablaba ahora con una compañera que me preguntaba qué valoraba más, si lo personal o lo profesional. La paternidad me ha hecho entender que la música es importante, pero no es lo más importante. Tengo compañeros de oficio que viven la música como lo único, lo más importante, pero no es mi caso; yo la vivo de manera apasionada, pero no soy una persona que esté permanentemente con la guitarra ni soy una persona que viva con la música puesta a todas horas, como puedes comprobar. A mí me gusta la música, pero sobre todo contar historias y muchas otras cosas que tiene la vida.
¿En algún momento de nuestras vidas creemos que vamos a ser como nuestros padres?
Yo creo que sí. Es una pregunta que nos hacemos todos. Está por un lado el relato generacional, que tiene que ver con que hemos sido capaces, los de mi generación, de construir un relato como lo hicieron nuestros padres, con una épica como la que escribieron, con ese grado de heroicidad. Somos una generación de transición, una bisagra entre la generación de mis padres y la de los más jóvenes, que ahora asumen un protagonismo mayor al que nosotros fuimos capaces de tener en nuestro tiempo, durante nuestra juventud. Y luego, a nivel personal, uno es como su padre. “Ahora que te encuentro” habla de cuando uno se reconoce en las manías de su padre, discutiendo con el telediario, o con los mismos pensamientos circulares que uno siempre le ha señalado a su padre. Lo que pasa es que uno trata de evitarlo. La canción de [Joan Manuel] Serrat de “Esos locos bajitos” dice: «A menudo los hijos se nos parecen / así nos dan la primera satisfacción». Y a mí es una frase que no me gusta nada. No por no parecerme a mi padre, sino porque a mí me gustaría que mi hija no se pareciera tanto a mí. Hay muchas cosas de mí que no me gustan y que no quiero que herede. Me gustaría que fuera un poco más dura y menos sentimental en muchos aspectos, más autosuficiente. Supongo que eso también lo traslado a mis padres, que los adoro y tengo muy buena relación con ellos, pero creo que también hay una necesidad de despegarse de ellos, de escribir tu propio camino.
¿Cómo surgió “Derramando nuestros sueños”?
Mi padre [Rodolfo] la tenía escrita. Le hacía gracia, porque también me conoce, la desmitificación del joven cantautor y seductor que cree que está perdidamente enamorado de la muchacha que va a escucharlo, la desromantización de la relación entre el artista y su público. Creo que en el disco hay varios ejercicios de deconstrucción, y este es uno de ellos.
Entiendo que “No soy” lo es también por esto que dices de que no eres «el cantautor que vino a ordenarte la vida».
Efectivamente. El cantautor siempre tiene esa imagen de artista con una cierta altura intelectual y superioridad moral que le viene a decir a la gente lo que está bien y lo que está mal, pero no es lo que corresponde, y no solamente desde el punto de vista político. A veces escuchas canciones de algunos artistas que parece que pretenden salvar al destinatario, cuando en realidad no tiene ninguna necesidad de que le salve nadie y menos en cuestiones sentimentales.
Pero a lo mejor esa canción sí le ayuda a «salvarse», aunque solo sea esa noche.
Sí. Por supuesto. Pero eso es otra cosa. A mí, lo que más me interesa de los cantautores es que me hagan sentir protagonista de grandes y pequeñas historias. Le imprimían una épica en mi vida de la cual no era consciente. Serrat escribió una canción [“No hago otra cosa que pensar en ti”] sobre un tipo que está mirando el techo («Por cierto, al techo no le iría nada mal una mano de pintura»), y uno se ha sentido tan reconocido, que ha dicho: «¿Pero por qué le dedico tanto tiempo a esta gente?». Como dice un amigo, podía aprender a tocar un instrumento, pero sin embargo estoy aquí pensando en ella. Eso de encontrar lo cotidiano, el misterio de lo desconocido, que decía [Fernando] Pessoa, el sentirse reconocido, es lo que me mola de los cantautores.
«La música surge de una discapacidad que tiene que ver con nuestra incapacidad para lidiar con el dolor, la pérdida, sobre todo, o la soledad»
Vuelvo a algo que acabas de decir sobre tu hija Lila: no quieres que sea tan sentimental. ¿Es para que no sufra tanto?
Claro. Creo que la música, el arte, surge de una discapacidad que tiene que ver con nuestra incapacidad para lidiar con el dolor, la pérdida, sobre todo, o la soledad. No sabemos perder, entonces escribimos canciones para sobrellevarla y retener algo de belleza incluso entre tanto escombro. No me parece bonito vivir cuando le tienes miedo a la soledad, que es también algo que define al artista, porque si no, uno no se subiría a un escenario, por más que te diga que compone para él mismo. No sería cierto del todo, porque uno compone para que le escuchen, porque necesita sentirse acompañado y porque le cuesta lidiar con ciertas cosas.
4 de mayo del 2016. ¿Cómo te sentiste tú ese día en el escenario del Auditorio Municipal Villa de Vallecas?
Me sentí como un niño que cumple el sueño de su infancia. Como dicen los argentinos: «El sueño del pibe». ¿Cuántas veces me habría imaginado yo que cantaría con Silvio [Rodríguez]? A Silvio y a [Luis Eduardo] Aute los estuve viendo en el Mano a mano, en Las Ventas, con mis amigos. A Silvio también lo fui a ver a lo que ahora es el Fernando Fernán Gómez, y a otros tantos sitios, como a Aute. De repente, no ya solo compartir escenario con ellos, sino ser yo de alguna manera promotor de un evento de esas características, me llenaba de orgullo. Era un hito en mi vida. Yo, que estuve siempre al otro lado, traigo a gente a la que admiro y encima me permiten acompañarles en el concierto. Estábamos tan nerviosos entonces, que hoy uno se dice: «Era increíblemente feliz y no fui capaz de darme cuenta». Porque fue todo tan intenso… Lo más bonito es cuando la gente, hoy día, te da las gracias por ese momento.
¿Fue más que un concierto?
Sí. Por todo ese carácter popular que tenía, por la tensión previa, buscando los permisos… Nosotros pusimos parte del dinero, pero necesitábamos más para pagar la P.A., a nuestros músicos… Todo ese carácter popular se veía también en la gente que estaba desde primera hora de la mañana cogiendo sitio. Luego se desbordó y hubo algún periodista que dijo que estaba fatal organizado, porque no había baños y se acabaron las litronas en los chinos. Claro, se nos desbordó a todos, porque también nuestra capacidad de producción era la que era, pero fue algo histórico.
¿Valles es, fue, o será?
Vallecas es y será. Es un barrio que imprime carácter. A los hechos me remito. Sigue apareciendo en los periódicos porque es un barrio orgulloso, y a mí me ha enseñado muchas cosas. La vida me ha llevado a vivir en otros lugares, pero hasta los quince o dieciséis años viví allí y gran parte de mi familia sigue viviendo allí. He seguido conectado con el barrio durante mucho tiempo, colaborando con su tele local, haciendo este concierto, la presentación del disco La llamada (con una batucada de allí)… Ese tipo de cosas se hacen en Vallecas porque hay unas relaciones vecinales que son casi familiares, porque existe una autogestión y una mirada. Creo que lo que hemos descubierto casi todos en el confinamiento es que teníamos vecinos, pero los vallecanos lo sabían desde hacía tiempo, porque el vallecano conoce a su vecino. De hecho, el tejido vecinal en Vallecas es uno de los más activos, si no el más activo de todo el país. Eso le da un carácter diferente al barrio.
Este nuevo disco se titula Seremos, que empieza con “No soy” y continúa con “Porque fuimos”. Pero también me acuerdo de “Somos”. ¿Tienen relación?
Sí, la tienen. “Somos” estaba sujeto a un presente y hablaba desde otro lugar, porque tenía otra edad, pero sí tienen relación. El hecho de hablar de lo que no soy es un juicio a uno mismo, pero pidiendo un poco de benevolencia, porque uno hace lo que puede. Y en función de esos mimbres, tratar de construir lo que un día seremos. Los comienzos de ambas canciones son parecidos musicalmente. El orden no es casual.
“No soy” la cantas tú solo y hablas en singular. “Porque fuimos” es en plural, y además con Litus y Clara Alvarado.
También tiene que ver. Una compañera tuya me ha dicho que uso la primera persona del plural pero en realidad estoy proyectando cosas muy mías, y es verdad. Creo que hay una búsqueda permanente de un relato generacional, y hablo de todo eso, de la construcción de una identidad propia y colectiva. Hablo de “Somos” porque reivindico el «nosotros» en las canciones, en un momento en el que hablamos mucho de uno mismo, del yo, y creo que hay que construir un nosotros. “Porque fuimos” responde a eso, a la búsqueda de construir una identidad colectiva y de encontrar los vínculos. Y sobre todo con una mirada de futuro. Esto es lo que hemos sido, pero aún tenemos que construir, a pesar del cansancio. Es algo que me interesa mucho en las canciones, porque creo que se desatiende la construcción de la identidad colectiva.
¿Por qué crees que se desatiende?
Creo que es por una cuestión de infantilismo, fundamentalmente. Pensamos que lo importante es «nosotros» por una cultura que tiene que ver con la sociedad de consumo en la que vivimos. Cuando hablamos del cambio climático nos hablan de lo importante que es reciclar, que a nivel personal seamos nosotros los que resolvamos la papeleta. Pero esto no es así; esto es un proyecto colectivo, tiene que ser entre todos. Es decir: apelar al hiperindividualismo no es casual, ese turbocapitalismo lo que trata es de eludir cualquier tipo de responsabilidad colectiva y más aún cualquier compromiso con lo colectivo. Eso, a mi gusto, conduce a una infantilización de la sociedad que nos lleva a creernos esa frase de [Margaret] Thatcher, «la sociedad no existe». Hay gente que la repite como reacción a un cambio de paradigma, porque la realidad ha sido tan demoledora que nos ha hecho entender que el sistema no puede funcionar así. Pero o apostamos por el bien común y la solidaridad entre unos y otros, o esto se va al carajo. Y ante eso, hay parte del sistema que se resiste y se pone muy violento, se crispa y hace un discurso muy radical alrededor de ese hiperindividualismo al que se apela muchas veces.
«En el disco hay una búsqueda permanente de un relato generacional, y hablo de todo eso, de la construcción de una identidad propia y colectiva»
¿“Fahrenheit 451” va por ahí? Tiene un ritmo latino, pero en su letra parece que hablas de las redes sociales y de nuestro comportamiento en ellas.
Totalmente. Se trata no solo de cómo las redes sociales operan, sino de cómo nosotros consentimos y participamos de alguna manera. La distopía perfecta consiste en eso, en creernos el relato de quien la genera y crea el espejismo de una amenaza permanente para sentirnos protegidos. Es verdad que los medios tienen mucha responsabilidad, pero también nosotros, y eso tiene que ver con ese acriticismo. La redes sociales, una de las cosas que imponen, es el encapsulamiento del mensaje, la pérdida de matices… El matiz desaparece, con lo cual el debate y la conversación también. Lo alimentamos porque apela a nuestros instintos más bajos que tienen que ver con la indignación y con la rabia, que junto con la sexual son las pulsiones que más nos incitan a actuar, y eso lo saben bien en las redes sociales, porque las incentivan, les genera más tráfico de datos, y por lo tanto más lucro.
Entiendo que en “Cuando llegaron ellas” (con Jimena Ruiz Echazú) hablas del aborto, del pañuelo verde… ¿Esto habría sido diferente sin las redes sociales? Igual que tienen su lado negativo, también dan algo positivo.
Sí. Totalmente de acuerdo. Las redes sociales tienen una doble cara. Hay muchos autores y gente que ha participado en la creación de internet, de las redes sociales, que cuestiona precisamente cómo funcionan, en el sentido de que podrían funcionar de otra manera, porque son tremendamente útiles. De tanto en tanto permiten una comunicación directa e inmediata y generan vínculos. El problema es que a veces son comunidades muy cerradas, y cada vez más. El rollo es la dirección que se le da, porque no deja de ser una herramienta al servicio de ese turbocapitalismo del que hablábamos antes. Efectivamente, no hubieran sido iguales todas las movilizaciones y la lucha de las mujeres sin las redes sociales. Tienes toda la razón.
Hablando de internet y lo que puede hacer, ¿qué te parece que Pablo Guerrero, después de cincuenta y dos años de carrera, tenga que recurrir al micromecenazgo para grabar su próximo y último disco, …Y volvimos a abrazarnos (Duetos inesperados)?
Mal. Me parece que es un síntoma de los tiempos, de la industria y del panorama musical. La verdad es que me abochorna. El crowdfunding es una herramienta útil y entiendo que mucha gente acuda a ella, pero tiene que ver también con cómo se ha destejido la industria musical en términos generales. Me parece que Pablo Guerrero merece mucho más reconocimiento del que tiene. Soy un gran admirador suyo y ver si se consigue la financiación al final me parece que es terriblemente injusto. Merece tener más apoyo de la industria, de las instituciones, de la SGAE… Mira si hay gente que bien podría haber contribuido.
¿Por qué un último acto de rebeldía y no el penúltimo?
Te juro que estuve pensando en eso, en que “Un último acto de rebeldía” tenía ese carácter definitivo que no molaba nada. Es más una figura retórica y literaria hablar de la sonrisa o de la felicidad como un último acto de rebeldía. Después de toda la lucha y todo el sufrimiento, te jodes y voy a seguir siendo feliz, porque tengo esperanza. De eso es de lo que habla y por eso ese carácter definitivo. Pero te juro que estuve pensando exactamente lo mismo.