Isma Romero: Promesas y heridas

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“Vamos evolucionando y acabamos dándonos cuenta de que lo que queremos contar y transmitir nace de un sitio más importante: nosotros mismos”

 

Isma Romero saltó a la escena discográfica en 2014 con “Antes de que esté prohibido”, y en 2017 publicó el siguiente, “Luminiscencia”. Una obra de marcado carácter rock and roll de la que habla con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ. Fotos: JUAN PÉREZ-FAJARDO.

 

Una cosa lleva a la otra, sobre todo si se trata de canciones. Hay generaciones que han descubierto a The Who gracias a la serie “C.S.I.” o a Queen por un meme de Freddie Mercury en Internet. A Isma Romero se le escuchan ecos de rock and roll y no esconde sus influencias. Es joven (tiene veinticinco años) y todavía arrastra las raíces que le han hecho publicar dos discos hasta la fecha: “Antes de que esté prohibido” (Warner, 2014) y “Luminiscencia” (Warner, 2017). Andrés Calamaro, Tom Petty… ¿Cuánta gente, al escuchar estos discos, podrá saber de ellos gracias a Isma Romero? Él es el ejemplo que protagoniza esta entrevista, pero podría ser cualquier persona. Después está la evolución, también los cambios… De Calamaro se puede pasar a Los Rodríguez y después a Miguel Abuelo, de Abuelos de la Nada. De igual manera se puede descubrir a Bunbury o a Loquillo. Si el problema está en la vía para llegar a toda esta gente, entonces es que hay más esnobismo que ganas de hacer rock and roll.

En realidad, se trata de regresar para empezar. “Con Down Madrid tuve la oportunidad de hacer mi primer concierto benéfico y sentir cuán gratificante es ayudar con la música y ver cómo vosotros os involucrasteis a muerte en ello”, contaba Isma sobre el concierto que este año ha organizado para la Asociación Española Contra el Cáncer en la sala Costello de Madrid, el 6 de junio. “Por eso, quiero dar continuidad a estas iniciativas, porque con muy poco podemos hacer grandes cosas por los demás”. Isma deja lo mejor para compartirlo.

 

¿Qué es para ti esto del rock and roll?
Una forma de vida, más que un estilo musical. También es una forma de liberarme (no musical) frente a las cosas que nos imponen. O quizás es un método del que tenemos que vivir.

 

¿Y el rock and roll paga las facturas?
Bueno, puede pagar dos, pero sobrevivo (risas).

 

Entonces, ¿merece la pena?
Ya que estamos en este mundo y tenemos una vida, vamos a intentar hacerlo de la mejor forma y, sobre todo, hacer lo que nos gusta. Como si vendes fruta o te montas un bar. En mi caso, me monté mi proyecto y las canciones, y la balanza siempre se decanta de forma positiva; hago lo que me gusta y disfruto. Eso es la vida.

 

¿Qué edad tenías cuando montaste Piso 16, tu primera banda?
Quince años. Monté la banda en mi pueblo, en Benetúser (Valencia). Como no tenía a mis amigos del pueblo para hacer conciertos y tocar, lo que hacía era irme a los locales de ensayo y poner carteles de “se buscan músicos para proyecto”. Así fui haciendo mi grupo. Algunos han seguido su camino, aunque no musical. Éramos muy jóvenes. Queda la amistad, las risas y el buen rollo.

 

Recuerdo a un bajista, Ángel Martínez, pero era mucho más mayor que vosotros. Creo que le llamaban “El gitano”.
¡El gitano, tío! Angelito le decíamos. Yo estaba grabando la maqueta de Piso 16 con Juan “El Loco” (guitarrista de Benito Kamelas) y me dijo que iba a traerme a otro bajista que conocía. Ahí fue cuando conocí a Ángel y acabamos tocando. Después no es que se acabara yendo, pero aquello no tenía ningún tipo de futuro; él tenía cuarenta años y yo quince. Me quiere mogollón y sigue tocando con sus bandas.

 

En la entrevista que te hizo mi compañero Javier Escorzo en EFE EME, en 2015, dijiste: “No pretendo inventar nada, ni innovar, sino hacer canciones y seguir el trabajo que otros hicieron antes que yo, desde hace ya muchos años en España”. ¿Qué música sonaba a tu alrededor?
Siempre he sido de música en castellano, sobre todo por el tema de las letras. Me ha influido muchísimo Fito [Cabrales], Pau Donés, Bunbury, M Clan, Pereza… Los clásicos. A nivel de sonido y musical, Tom Petty, Neil Young… al final es un batiburrillo de lo de siempre. Incluso música latina, como Celia Cruz. Me gusta tanta música y he escuchado tanto, que al final no escucho nada y me centro en el cóctel que tengo en la cabeza para sacar lo que define mi voz.

 

¿Qué te decían al principio, sobre todo por las influencias?
Al principio era muy divertido. Me comparaban con Pereza, Calamaro… Un día, en las fiestas de un pueblo, estaba tomándome unas cervecitas con unos amigos y se me acercó un borracho: “Tú eres Ariel [Rot]”, me dijo. ¡Hostia! ¿Hasta ese punto llegamos? (Risas) La gente, al final, tiene que enfocar una etiqueta hacia algún lado. Y es lógico, porque empezamos imitando, buscando nuestro lugar, nuestra pose… Pero vamos evolucionando y acabamos dándonos cuenta de que lo que queremos contar y transmitir nace de un sitio más importante: nosotros mismos. Lo bonito es que gracias a todos esos pasos te conviertes en la persona que eres.

 

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“Voy a intentar trabajar con los mejores y con la gente que pueda para mejorarme”

 

Creo que una de las primeras canciones que aprendiste a tocar fue ‘Quiero beber hasta perder el control’, de Los Secretos, pero también versionada por Fito & Fitipaldis. ¿Ya pensabas llegar a algo?
Estaba en la planta baja de un edificio de mi pueblo, al lado de donde mis padres tienen una peluquería. En la misma manzana está mi abuela, mis padres y la peluquería. Yo me ponía a tocar en la planta baja; colocaba la voz y la guitarra en el mismo ampli, pero lo ponía para que se escuchara en toda la plaza (risas). A mi madre, claro, le retumbaban los espejos de la peluquería. En ese momento me encantaba tocar de todo. Ahí aprendí a afinar y a tocar, hasta que fui a clases. Era mi momento de concierto. Soñaba con poder, algún día, llegar a la gente. Tampoco es que haya hecho algo en mi vida que haya marcado a una generación, pero sí es verdad que lo que he hecho hasta ahora, para mí, es el éxito, porque me dedico a lo que me gusta. Y eso no me lo hubiera imaginado, lo habría soñado.

 

¿Con qué edad empezaste a ir a esas clases?
Sobre los trece años. Pero a los diez empecé ya con esas movidas.

 

¿Fue iniciativa tuya?
Sí. Yo quería formarme, aprender y entender lo que estaba tocando, y mis padres me apoyaron.

 

¿Cuál fue la primera guitarra que llegó a tus manos?
Una guitarra española que era más grande que yo. Me la regaló una clienta de mi madre por mi comunión, a los ocho años. Yo quería una guitarra.

 

Pero has dicho que a los diez ya empezaste “con esas movidas”. ¿No tocaste la guitarra esos dos primeros años que la tuviste?
Nunca, nunca. Y quería la guitarra, ¿eh?, pero no la toqué hasta los diez años. No la entendía y no sabía cómo se tocaba eso. También estaba jugando al fútbol.

 

¿La conservas?
¡Sí! La tengo en mi casa, en Valencia. Creo que sigue con las mismas cuerdas.

 

¿Te creías lo de “sexo, drogas y rock and roll”?
No. Aparte, yo no he sido un chaval de vicios. Disfruto de la gente, del momento, de aprender… No pienso que tengamos que seguir esa estela de los 70 y de los 80. Si creemos que estamos evolucionando, entonces vamos a evolucionar.

 

Eres de esa generación que usaba MySpace. Por ahí contactaste con la persona que luego iba a ser productor de tu primer disco, Candy Caramelo.
Primero fue él. Me mandó un mensaje diciendo que le molaban mucho las maquetas de lo primero que hicimos con Piso 16 y que hacía producciones. Desde entonces estuvimos en contacto hasta que surgió el momento de quedar en Madrid y presentarle el repertorio que tenía. De ahí surgió el primer disco.

 

¿Cuántas canciones tenías?
Unas veintipico, como siempre.

 

¿Pensabas que la grabación de “Antes de que esté prohibido” iba a terminar algún día?
No. No sé si tenía final. Fue un camino que ahora no veo igual, pero en ese momento costó, hubo que pelear. Costó mucho sacar ese disco. Y económicamente también, sobre todo para poder financiarlo.

 

¿Cómo lo financiaste?
Mis padres pidieron un préstamo para poder arrancar la grabación. Y más tarde tuve la suerte de que lo que quedaba por financiar, para poder sacarlo, lo pagaron Warner y Universal. La editorial era Universal y me dio un adelanto para sacar el disco, y Warner para la promo.

 

“Antes de que esté prohibido” sale en 2014 y en 2015 ya cuentas con diez canciones nuevas.
Tenía ganas de sacar otro disco (risas).

 

¿Cómo te planteas hacer un segundo disco?
Compongo mucho. Tengo para dos discos más. Y estoy haciendo maquetas para una cosa que tengo este año. Pero… fíjate: ahora igual voy a sacar menos temas. Voy a intentar que las mejores canciones sean las que saco para centrarme en ellas. Me gusta mucho componer y dedico mucho tiempo a mejorarme a mí mismo y a querer buscar ese tema para tener material y cosas que contar.

 

Para “Luminiscencia”, el segundo, cambias de productor. Hablamos de Nigel Walker. ¿Fue una decisión tuya?
Sí. Puedo decir con orgullo que todo lo que he hecho en la música lo he hecho como he querido, como las decisiones que he querido tomar. Debemos intentar aprovechar el tiempo y conocer a gente y empaparnos de cosas nuevas, y más siendo tan joven. Voy a intentar trabajar con los mejores y con la gente que pueda para mejorarme. Decidí cambiar de productor y tirarme al barro con mi banda (mis amigos) y hacer un disco diferente.

 

Pensé que no ibas a cambiar de banda…
El primer disco lo hice con José “Niño” Bruno (batería), [Diego García] El Twanguero (guitarra) y Candy Caramelo (bajo). Y este segundo lo he grabado con mis colegas, con los que hice la gira del 2014: César Pérez (batería), Dani Quinto (teclados), Ángel Vela (guitarra) y Rafa Martín (bajo).

 

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“Con diecinueve años me fui a vivir a Madrid, a hacer mi primer disco. Iba con doscientos cincuenta euros que gané en un concierto de versiones, la maleta y la guitarra”

 

“Ahora soy distinto de lo que ya fui…”, cantas en ‘Fogonazo de luz’.
Pienso que en toda la vida estamos siendo distintos de lo que fuimos. Es importante reconocerlo y ser conscientes de que estamos en pleno movimiento eterno y, espero, con los cinco sentidos.

 

¿Cómo vas de metáforas?
Yo creo que solo escribo así (risas).

 

¿Se mejora la técnica?
Depende de lo que vivas y con lo que te quedes. Con diecinueve años me fui a vivir a Madrid y a hacer mi primer disco. Iba con doscientos cincuenta euros que gané en un concierto de versiones un verano, la maleta y la guitarra.

 

¿Dónde viviste?
Primero me quedé a vivir en la calle Farmacia, en casa de mi amiga Mónica Texaco, que en ese momento era la mujer de Candy. Me quedé en una habitación a vivir unos meses. Después viví con ella en Quevedo. Luego me fui al piso de El Twanguero. Ahí estuve dos años y unos meses. También estuve en casa de Esteban Hirschfeld, teclista de Gabinete Caligari. Ahí viví durante otros dos años hasta que me fui a Malasaña. He vivido en mogollón de sitios en Madrid.

 

¿A cuántos músicos, que tú conocieras, les has visto las costuras?
A muchos.

 

¿Y no se te caen los mitos?
No. No me gusta crear una expectativa y mucho menos idealizar a la gente. Caemos en la fea costumbre de idealizar a alguien creyendo que es superior a nosotros. ¿Por qué, si al final tiene los mismos derechos para opinar y los mismos derechos para equivocarse?

 

¿Cuántas veces crees que te has equivocado?
Espero que muchas. Si me hubiera equivocado poco no habría aprendido nada.

 

¿Cuántas promesas, a tus veintitantos, se han convertido en heridas?
Las suficientes heridas como para componer todas estas canciones.

 

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