FONDO DE CATÁLOGO
«Un disco irregular pero reivindicable, en el que Dylan se busca a sí mismo, renuncia al góspel y aplica un sonido contemporáneo»
Tras su célebre trilogía religiosa, Bob Dylan se desmarcó con Infidels, un disco para el que llamó a Mark Knopfler y al teclista de Dire Straits, entre otros músicos, y en el que vuelve a la temática política y social. Por Luis García Gil.
Bob Dylan
Infidels
COLUMBIA RECORDS, 1983
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
Primero fue el Dylan de los sesenta, el artífice legendario de ese doble álbum para la historia titulado Blonde on blonde. Como todo gran genio, el de Minnesota no quiso quedarse siempre en el mismo lugar. Ya en los setenta es un mito investido por la gracia de la prosa de Sam Shepard o de la cámara de Sam Peckinpah, capaz de alumbrar Blood on the tracks y de buscar a un Dios misericordioso entre la niebla y hasta encontrarlo en su controvertida etapa cristiana, de la que un disco como Infidels es consecuencia y continuación, situado ya en el eclecticismo sonoro de los ochenta.
Infidels fue a principios de los ochenta lo mismo que No mercy a finales de esa misma década. Son álbumes que marcan un cierto renacimiento creativo, un nuevo rumbo creativo y personal. La revista Rolling Stone celebró Infidels, aunque no todo fueron críticas entusiastas. Dylan, surcando ya la cuarentena, se encomienda inicialmente a la producción de Mark Knopfler —aunque remata el disco por su cuenta— y graba las ocho canciones bajo el influjo de la primavera neoyorquina de 1983. Le acompañan músicos más que competentes: Knopfler y Mick Taylor, ex Rolling Stone, a las guitarras; los jamaicanos Robbie Shakespeare al bajo y Sly Dunbar a la batería, y el Dire Straits Alan Clark a los teclados.
En Infidels Dylan vuelve a sumergirse como antaño en temas políticos y sociales y en lo que concernía a lo musical se mira en el espejo del rhythm and blues. Por esa senda más reconocible es capaz de ofrecer canciones tan inspiradas como “License to kill” o “I and I”. En la primera de ellas Dylan cuestiona la carrera armamentística y el alunizaje en un contexto marcado por el férreo conservadurismo del presidente norteamericano Ronald Reegan. En otra de las canciones de Infidels, “Union sundown”, lo que se pone en discusión es la globalización, pero con riesgo de incurrir en un discurso algo reaccionario.
El disco se abría con los más de seis minutos de la mística y caribeña “Jokerman”, uno de esos collages dylanianos con aire reggae que sabe dialogar con los textos sagrados. Dylan no ha roto con la etapa cristiana ni ha abrazado —como se decía— el judaísmo, sino todo lo contrario. “Jokerman” versa sobre el anticristo. El excelente reggae de “I and I”, “Man of peace” y “Lord protect my child” —finalmente descartada— son parte también de un Dylan que cita a San Pablo y cree en Dios y en su némesis, el Diablo. Además, se fotografía en el disco en el monte de los Olivos, con Jerusalén al fondo. En la portada se nos muestra en primer plano, algo huraño con barba de unos días, gafas de sol y cara de pocos amigos, siempre huidizo e insobornable.
No deja de ser curioso que Infidels podía haber sido mejor disco con algunos de sus descartes, como “Blind Willie McTell” que rinde pleitesía a una figura legendaria del blues. En cambio, algunas de las canciones que Dylan seleccionó se mueven en zonas más pantanosas, como las de “Neighborhood bully”, acusada de sionismo, o las que atraviesan la cálida y amatoria “Sweet heart like you”, en la que llega a decir que el lugar de la mujer está en el hogar.
Infidels se clausuraba con la ruptura amorosa de “Don’t fall apart of me tonight”, una canción algo infravalorada y tachada de comercial, pero que constituye una pequeña joya en la que Dylan canta que el ayer es un recuerdo y el mañana no es lo que pensábamos: «Yesterday’s gone but the past lives on / tomorrow’s just one step beyond / and I need you…» En esta canción Mick Taylor se luce con su guitarra y no le va a la zaga Dylan con su inconfundible armónica. Son momentos trascendentes que conviven con otros más rutinarios.
“Don’t fall apart of me tonight” es parte de esas bondades que hacen de Infidels un disco irregular pero reivindicable, en el que Dylan busca encontrarse a sí mismo, renuncia al góspel de su trilogía cristiana y aplica un sonido contemporáneo a sus canciones, en una década en la que no puede quedarse al margen de los cambios vertiginosos en la industria, con la llegada del cedé y de los videoclips. De hecho, Dylan graba un par de ellos para promocionar su disco y adaptarse a los tiempos que seguían cambiando inexorablemente.
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Anterior Fondo de catálogo: Heaven & hell (1980), de Black Sabbath.