“Independence Day: Contraataque”, de Roland Emmerich

Autor:

CINE

independence-day-2-09-07-16-a

“La cinta puede fascinar en su inspirada locura, pero también exasperar en su absoluta desidia dramática”

 

independence-day-2-09-07-16-b

 

“Independence day: Contraataque” (“Independence day: Resurgence”)
Roland Emmerich, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

Plano-símbolo del cine de catástrofes de la segunda mitad de los 90, el rayo de la nave extraterrestre descendiendo para destruir la Casa Blanca en “Independence day” (Roland Emmerich, 1996) fue también el estandarte de un cineasta que encontró el signo de su autoría en un inagotable apetito por la destrucción. Veinte años después, y más bien ajeno a las derivas evolutivas del blockbuster reciente, Roland Emmerich ha alcanzado un sorprendente grado de abstracción en su ansiedad híper destructiva: cuando ya no le queda nada que reducir a cenizas, el director pone frente a sus personajes un Apocalipsis gravitacional en el que los pedazos del mundo ascienden como una orgía desordenada de formas. Es la mejor escena de “Independence day: Contraataque”, aquella que forja el instante de mayor fuerza lírica para encontrarse, aquí sí, con la tormenta de arena de “Mad Max: Furia en la carretera” (“Mad Max: Fury road”, George Miller, 2015) o el intimidatorio cielo por el que descienden los paracaidistas de “Godzilla” (Gareth Edwards, 2014). Lo que vemos es, en realidad, a Emmerich afrontando el hecho de que su caligrafía de la destrucción ya no depende de iconos monumentales volando por los aires para reafirmarse –como bien apunta, por cierto, el mejor chiste de la película−: existe de una manera libre, lúdica y sin asomo de solemnidad.

De eso se trata esta secuela. “Independence day: Contraataque” parece renunciar a toda responsabilidad frente a las expectativas como secuela y ofrece a un Emmerich desatado, sin control. Plenamente consciente de su condición de circo de tres pistas –condición de la que su autor disfruta hasta límites insospechados−, la película se postula como un brainstorming sin filtro para escapar a la sensación de reflejo de la primera entrega. Y vaya si lo consigue: su gigantesco conglomerado de ideas da lugar a invocaciones tan sorprendentes como “Transformers: La era de la extinción” (“Transformers: Age of extintion”, Michael Bay, 2014), “Ciudadano Kane” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941) o “Aliens” (James Cameron, 1986), mientras que sus modulaciones genéricas le permiten dejar pronto atrás el cine de catástrofes para adentrarse sin complejos en la space opera y proponer entretanto una monster movie que triunfa allí donde “Godzilla” (Emmerich, 1998) fracasó. Lástima que renuncie a desarrollar su apunte más brillante, este es, la sugerencia de lo digital como arma definitiva que aniquilará cualquier amenaza surgida de lo real. Lástima, también, que sus protagonistas se planteen como meros avatares sin vida en medio de la bacanal de efectos visuales, regidos arbitrariamente por transformaciones caprichosas e inverosímiles –el ex presidente recuperado para la causa, discurso mediante− que anulan cualquier relieve. En su montaña rusa, la cinta puede fascinar en su inspirada locura, pero también exasperar en su absoluta desidia dramática

 

 

 

Anterior crítica de cine: “Demolición”, de Jean-Marc Vallée.

Artículos relacionados