«Su escucha resulta aterradora cuando miras alrededor y te das cuenta de que las cosas no han mejorado mucho desde su publicación»
La publicación del nuevo disco de Ilegales, La lucha por la vida, con el que están celebrando su 40º aniversario, lleva a Manel Celeiro a reivindicar el primer trabajo de Jorge Martínez y los suyos. Aquel debut homónimo de 1983, con canciones visionarias que hicieron historia, que describieron su tiempo y que supieron adelantarse al futuro. Un álbum atemporal, de cara canalla y latido sensible.
Texto: MANEL CELEIRO.
Imagino que muchos de ustedes queridos lectores habrán visionado el estupendo documental Mi vida entre las hormigas(2017), dirigido por Juan Moya y Chema Veiga, que cosechó nada más y nada menos que siete candidaturas en la edición 2018 de los premios Goya. En algo más de hora y media de metraje se muestra una amplia panorámica de la trayectoria y las interioridades del grupo asturiano con Jorge Martínez, su alma mater, como irreemplazable maestro de ceremonias.
Son un combo muy peculiar, pieza clave del rock nacional y poseedores de una característica que los hace únicos. Nadie suena como ellos, nadie compone y nadie escribe letras de la manera en que lo hace el Sr. Martínez, la recóndita personalidad y el fuerte carácter de su líder se transmite a unas canciones en las que nunca hay puntada sin hilo. Tras esa actitud pendenciera, provocadora, incorrecta y de desafío hacia todo lo que le rodea–que se mantiene incombustible a sus sesenta y seis primaveras- se esconde una mente lúcida y tremendamente inteligente que nunca habla por hablar. Todo tiene una razón y un porqué. Y así ha sido desde que empezaron, a principios de los ochenta, hasta el presente.
Cuatro décadas que han pasado en un suspiro, en las que muchas cosas han cambiado y otras no tanto; cuarenta años en los que la creación, la grabación, la edición, la distribución y la forma de escuchar música ha sufrido una inimaginable transformación. Principalmente debido a la irrupción de internet, que en sus diferentes ámbitos de influencia ha dado un vuelco al mundo que les vio nacer.
Ilegales y leales a sí mismos
Hace tan solo unos días llegaba a las tiendas La Lucha por la vida, su nuevo álbum, un trabajo con el que celebran ese cuarenta aniversario junto a un puñado de cómplices, algunos elegidos con más acierto que otros según he podido pulsar entre los fans de mi entorno, que les acompañan en algunas nuevas composiciones o en recreaciones de temas clásicos. Desde irreductibles afines a la causa del rock and roll como Loquillo, Josele Santiago, Andrés Calamaro, Carlos Tarque, Kutxi Romero o Evaristo Páramo, hasta representantes del indie o el pop, caso de Iván Ferreiro, Guille y Juanma, de Vetusta Morla, o miembros de León Benavente y Cycle, pasando por Bunbury, Luz Casal, Coque Malla e inclasificables tal que El Niño de Elche.
Como decíamos antes todo ha sufrido una ciclópea sacudida, pero Ilegales se han mantenido en pie, sorteado crisis, cambios de formación y otras vicisitudes, capeando temporales y manteniendo su posición en un sector tan desalmado e incierto como este. Mucho mérito lo suyo y más cuando nunca han dado el brazo a torcer ni se han doblegado ante nada ni ante nadie, conservando la integridad y teniendo muy claro el camino por el que transitar.
Aquel disco que marcó el camino
Demos un vistazo al pasado y viajemos hasta sus inicios. Vale la pena revisitar su debut discográfico, ya que mucho de lo que han sido, y de lo que son, estaba ya presente en sus surcos. Mucho ha llovido desde 1981, año donde se presentan, y ganan, el Villa de Oviedo, uno de esos concursos de bandas tan en boga por aquel entonces. El premio era grabar un disco compartido con los otros finalistas. Obviamente su nivel es muy superior al resto y enseguida llaman la atención del productor Paco Martín, que se las apaña para que graben para la pequeña compañía discográfica Hi Fi Electrónica, siendo publicado en 1983.
Unos cuantos meses después, un nombre tan consagrado como Víctor Manuel se hace con los derechos y acaba siendo puesto otra vez a disposición del público en 1984, nada más y nada menos que por una multinacional como Epic.
Ese primer disco se gesta entre la dura realidad de aquellos días de agitación política y social. Una sociedad española todavía afligida y temerosa pese a la ilusión, (¿efímera?), de vivir en un recién estrenado régimen democrático tras cuarenta años de dictadura y la angustia de una juventud tan deseosa de disfrutar de esa aparente libertad, como azotada por la precariedad laboral y por el infierno de las drogas duras. La imagen de portada, a cargo de Ouka Leele (una de las musas de la movida madrileña), podría ser una alegoría de esa España avejentada y atemorizada que empuña una pistola para volarse los sesos y acabar de una vez con el peso que soporta sobre sus hombros. Y las canciones que habitaban detrás de tan expresiva carátula eran la banda sonora perfecta para enfrentarse a la dureza de las calles.
Un repertorio inolvidable
Desde las primeras notas de “Tiempos nuevos, tiempos salvajes”, lo dejan claro: «Toma una arma, eso te salvará / esta es tu pelea / levántate y lucha / no voy a luchar por ti». No hay concesiones, esto es lo que hay. O lo tomas o lo dejas, si eres débil no tienes nada que hacer, levanta la cabeza y encara la vida. El mundo de la delincuencia ha sido una cuestión que le ha resultado siempre muy inspiradora a Jorge y “Delincuente habitual”, con un riff muy punk; “Hombre solitario”, con ese ritmo rocanrolero clásico; la historia del presidiario que sale ávido de diversión y venganza en “Me sueltan mañana” y el camello de medio pelo que protagoniza “Hola mamoncete”, se mueven en esos ambientes. El hedonismo y la provocación se dan la mano en “Caramelos podridos” –con esa fornida introducción de guitarra y bajo– o la disfunción sexual de la divertida “Problema sexual”. La controvertida “Heil Hitler” es otro punto álgido, una canción que fue malinterpretada por muchos pero que, a causa de ello, les consiguió una buena publicidad. El propio autor explicó con posterioridad que todo vino de la intención de molestar a los muchos grupos jipis con los que compartían local de ensayo. El asunto era juntar cosas que dieran por saco a los peludos, jabón, nazis, rockers, y de ahí salió esa letra.
Pero lo que de verdad importa para dar cuenta de su verdadera dimensión como artistas es que presentaran dos joyas como “Yo soy quien espía los juegos de los niños” y “La casa del misterio”. Dos monumentos del rock cantado en castellano, tan llenos de enigmas como repletos de una belleza oscura, y una melancolía que parece darse de bruces con el resto de los temas. Los versos de la primera son como cuchillas de afeitar, metáforas afiladas que se clavan en la diana de las verdades acompañados por etéreos solos de guitarra. Y la segunda es una delicada declaración de amor que expresa el miedo ante el desamor con una sutilidad exquisita y, otra vez, un trabajo excelente a las seis cuerdas. Una dualidad, la canalla y la sensible, que ha convivido a la perfección en su obra, las dos caras de la misma moneda.
Tras él han venido muchos otros más, pero ese primer álbum se mantiene tan lozano como el primer día. Todo un clásico del rock hecho aquí, perfecta muestra de que tenían las cosas más que claras y de esa identidad distintiva que los ha hecho únicos. A pesar del tiempo transcurrido, su escucha resulta aterradora cuando miras alrededor y te das cuenta de que las cosas no han mejorado mucho desde su publicación. Al revés, en muchos aspectos estamos volviendo atrás, tantos que da miedo enumerarlos…Y debemos dar las gracias por tener a músicos como Jorge, que no dudan en llamar a las cosas por su nombre, y que sacuden nuestras adormiladas conciencias dándonos bofetadas de realidad con su certera prosa y su cortante guitarra. Genio y figura. Nos hacen falta muchos más combos como Ilegales porque, sí, quizá este siglo veintiuno son tiempos nuevos, pero siguen siendo tiempos salvajes. Y alguien nos lo tiene que contar y que cantar.