DISCOS
«Un viaje al corazón del folclore, en su sentido más amplio o inclusivo»
Pipo Romero
Ikigai
BMG, 2022
Texto: CÉSAR PRIETO.
Aunque residente en Madrid, Pipo Romero se ha llevado toda una maleta de sonidos a la capital desde su Cádiz natal. Ya la abrió para sus primeros dos trabajos –Folklore e Ideario– y en este reciente Ikigai sigue sacando más sonidos plagados de esos paisajes del sur –folk y flamenco, principalmente–, aunque con detalles de clásica o jazz.
No busquen aquí esa reputación que se ha ganado como uno de los más reputados músicos de estudio al haber participado en discos y giras de El Canto del Loco o El Sueño de Morfeo. Sus discos en solitario son otra cosa, son un ensueño y no una medida producción de energía pop. Sus melodías pertenecen a ese soporte donde se junta toda la música popular que está en el aire de la manera más sencilla posible, como ha de ser.
Ikigai sigue la estela de sus dos discos anteriores en cuanto a que es un viaje al corazón del folclore, en su sentido más amplio o inclusivo. La música tradicional es –un tanto más que las otras- un estado de ánimo. La alegría, la soledad o la rabia aparecen en ella de la manera más pura y más amplia a la vez, así que el trasvase entre diferentes sonoridades supone un billete hacia diversas sensaciones; quizá en estas nueve canciones algo más abierto a decorados atlánticos y a momentos de alegría que en anteriores trabajos.
Prueba de ello es “De las cosas que nunca te dije”. Son diez segundos de acústica desgranando sabor de siglos, un silencio, y de nuevo la acústica y el embrujo. Sobre un motivo principal que se va repitiendo, posee toda la melancolía del tango, de lo porteño, la copla, vientos que suben a tono de nostalgia tropical. “La Narcisa” sigue enredando con aires entre el tango y el cuplé. Son sonidos juguetones y cinematográficos. No se puede ser más deudor de toda la música que ha latido en el mundo, pero a la vez tener una visión más personal.
Todos los mundos están en este. Las palmas presentes siempre, y en “Intemporal”, sobre ellas, está todo Manuel de Falla y algún aire moruno. Porque el flamenco aparece en el abono de las canciones, pero no abarca ninguna de ellas, se diluye. La que más lo abraza es “El viento”, con paisajes sin más aditamento de color que el que sale de la propia guitarra para, poco a poco, darse a la fiesta; pero hay algo siempre más allá del flamenco. “Las gracias” parte de unas colombianas, pero solo en pequeños sustentos, van volcándose en ellas ríos con un caudal llenos de colores.
Unos colores y unas luces que aparecen en “Privo di luce”, en que un simple rasgueo inicial y un tarareo van tomando cuerpo y emoción cuando entra el violín, y aire cuando entran las palmas. Y que se convierten en verde sereno en “Melodías de un febrero”, iniciada con una flauta más bucólica y un aire más mediterráneo, que al final casi se convierte en una danza. Todo el conjunto es de una sencillez y una claridad que riega el espíritu.
Porque Pipo Romero es un virtuoso, de eso no hay ninguna duda, pero un buen disco no solo se sustenta en virtuosismo técnico. También conoce el folclore que ha ido pasando por su tierra de Cádiz, que básicamente es todo, pero ello no es garante de que sepa manejarlo. Todos estas virtudes quedarían inactivas si no partiera de este folclore para elevarse sobre él, para manejar los silencios como si estuvieran vivos, para darle a cada segundo del disco verdadera alma.
–
Anterior crítica de discos: Dragon new warm mountain I believe in you, de Big Thief.