OPERACIÓN RESCATE
«Este sublime escritor de canciones opta por la delicadeza y la sensibilidad que favorece el trabajo con un grupo reducido de excelentes músicos»
Eduardo Izquierdo rescata el álbum con el que Bonnie Prince Billy despidió los años noventa, I see a darkness. Un trabajo que no entró en las listas de éxito en Estados Unidos, pero que el tiempo ha convertido en un clásico.
Bonnie Prince Billy
I see a darkness
PALACE-DOMINO, 1999
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
A Bonnie Prince Billy se le ha definido de mil maneras. Desde punk de estar por casa hasta algo más complejo (y casi indescifrable) como solipsista apalache post-punk. Independientemente del rato que pueden invertir en descifrar qué significa esto último, que este tipo tiene algo especial es poco discutible. Antes de convertirse en Bonnie Prince Billy, Will Oldham, el hombre tras el personaje, publicó dos discos como Palace Brothers, dos más como Palace Music y uno con su nombre. Es en 1998 cuando crea su alter ego y en 1999 ya firma su primer trabajo con su nuevo nombre, este I see a darkness. Un disco que, de entrada, ni siquiera entraría en las listas de éxitos de Estados Unidos, pero que hoy sigue siendo un auténtico clásico. De hecho, el mismísimo Johnny Cash grabaría la canción que le da nombre para sus célebres American recordings junto a Rick Rubin. El músico lo recuerda en su libro de conversaciones Bonnie Prince Billy por Will Oldham (Editorial contra): «Él había cantado un verso, me lo pusieron y recuerdo que aluciné. Por algún motivo no estaba contento con él, y no recuerdo la diferencia entre lo que había grabado y lo que terminamos haciendo. Así que se nos ocurrió que yo hiciera una voz de guía, y la hice. Y dijeron todos. «Hala, que bien suenan las dos voces juntas. Fue bastante emocionante, porque mientras cantaba me miraba como a la autoridad».
Influido por el Dylan acústico, Neil Young o Joe Strummer, Bonnie Prince Billy utilizó las once canciones de I see a darkness para mostrar sus grandes obsesiones y fobias. Desde el título lo hace concibiendo la oscuridad como punto de partida en letras totalmente personales y casi turbadoras. Mientras el mundo de la música está en otras sonoridades más rotundas, este sublime escritor de canciones opta por la delicadeza y la sensibilidad que favorece el trabajo con un grupo reducido de excelentes músicos, entre los que destaca la guitarra de David Pajo o la batería de Peter Townsend. Sin pretenderlo, el dark folk americano está tomando forma y gracias a este disco, Bonnie Prince Billy debe ser considerado como uno de sus fundadores.
Volvemos al citado libro de conversaciones para leer en su propia voz como se componen esas canciones. «Componer canciones es una profesión. No es un intento de coger cosas de mis interacciones con otras personas y presentárselas por algún motivo a alguien totalmente desconocido para que las escuche. Me resulta ofensivo enterarme de que otros hacen algo así. Yo básicamente uso otras cosas que me han emocionado como ejemplos, que sé que no comparten nada con la persona que estaba involucrada, y sé que estoy compartiendo algo que no tiene nada que ver con nada concreto. La paleta emocional que proviene de la experiencia personal tiene sus ventajas, pero la música va de cambiar las cosas, igual que un libro o una película: coges una situación y construyes otra nueva. Se supone que las canciones no son la vida real. Se supone que apelan más a lo psíquico que a los hechos de quien las escucha. Las canciones están hechas para existir en y por sí mismas, como una gran novela de James Jones o Robert Louis Stevenson. No son autobiográficas, y sin embargo hay realidad en cada página. Es la vida real de la imaginación. Yo siempre reescribo una canción que parece que está demasiado vinculada a un hecho real, porque la intención es siempre crear el hecho hiperreal, de forma que, idealmente, pueda atañer a más personas». Así construye piezas de un calado emocional incalculable como “A minor place”, “Today I was an evil one” o “Song for the new breed”. Aunque, evidentemente, y sobre todo tras la versión de Cash, todo el protagonismo se lo lleve el tema titular. Una canción inmensa que además resume a la perfección el contenido del álbum
Curiosamente, y aunque el disco fue recibido de manera tibia en su momento, acabaría siendo considerado uno de los grandes trabajos de los noventa. Pitchfork lo tiene situado en el puesto número 9 de los mejores discos de los noventa y Stylus Magazine lo incluyó en su lista de 200 mejores discos de todos los tiempos. Incluso fue incluido en el célebre libro 1001 Discos que hay que escuchar antes de morir, publicado en 2005 por Universe Publishing y editado por Robert Dimery. Claros gestos de justicia poética hacia un álbum inconmensurable.
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Anterior entrega de Operación rescate: The will to live (1997), de Ben Harper.