FONDO DE CATÁLOGO
«Una producción austera y primaria, que deja a los músicos sonar básicos y recios, como veteranos de guerra sobre cientos de escenarios»
Desde productor de los Sex Pistols hasta músico de Paul McCartney, Roxy Music, Nina Hagen o Jack Bruce, la carrera de Chris Spedding es casi inabarcable con todos los proyectos y bandas en los que ha colaborado. Hoy, sin embargo, Manel Celeiro centra el tiro en su trayectoria solista y recupera Hurt, el disco que publicó en 1977.
Chris Spedding
Hurt
RAK, 1977
Texto: MANEL CELEIRO.
El nombre de Chris Spedding puede que no diga mucho en esta volátil actualidad en la que el rock ha pasado a ser una música minoritaria, tal y como lo fue en sus orígenes. Así que entiendo —discúlpenme si me equivoco— que es obligado empezar con una pequeña semblanza del músico británico. Y es que su figura posee mucho más peso de lo que a priori puede parecer. Vamos a ello.
Su toque a las seis cuerdas se ha paseado, bien en directo, bien en el estudio, al lado de nombres como Paul McCartney, John Cale, Bryan Ferry, Dusty Springfield, Roxy Music, Joan Armatrading, Roger Daltrey, Willy Deville, Donovan, Art Garfunkel, Nina Hagen, Roy Harper, Elton John, Frankie Miller, Harry Nilsson, Jack Bruce, Pretenders, Robert Gordon o Tom Waits, entre otros muchos. Y ha estado en un buen puñado de bandas, entre ellas The Wombles, Trigger, The Battered Ornaments, King Mob o Sharks, el combo formado junto a Andy Fraser, bajista de Free. Incluso fue uno de los principales candidatos a sustituir a Mick Taylor cuando este abandonó a los Stones. Su trabajo como productor es asimismo relevante, pues ejerció ese rol en las primeras maquetas de unos tales Sex Pistols y en álbumes de The Vibrators, DeeDeeRamone, The Razorbacks o The Cramps. ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo?
Si alguien quiere profundizar en su obra y su influencia, recomiendo la lectura de Chris Speeding: A reluctant guitar hero, escrito por Kimberley J. Bright, publicado en el 2006 y que fue objeto de una redición posterior, en 2016 si no me fallan los datos, ampliada y revisada en formato electrónico. ¿Qué les parece? Todo un fenómeno, considerado por muchos —entre los que me encuentro— uno de los guitarristas más infravalorados de la historia del rock y un consumado maestro del «menos es más», algo bastante más difícil que ser una centella recorriendo el mástil.
Aclarado ya un poco el panorama sobre Chris, cuyo nombre real es Peter Robinson, nos detendremos en uno de sus discos en solitario, concretamente el que vino después de su único éxito en las listas con el tema “Motorbikin’”, incluido en el álbum Chris Spedding que lanzó en 1976. Tras ese inesperado suceso comercial, muchas eran las esperanzas puestas en su continuación; tantas, que se editó con ciertas prisas por parte de la compañía muy pocos meses después. Para esa continuación reclutó a Chris Thomas como productor y a una banda formada por Herbie Flowers al bajo, Clem Cattini a la batería, Ray Cooper a la percusión y las colaboraciones de Jack Emblow al acordeón y de Chrissie Hynde, Neil Lancaster, John Carter o Charles Mills en tareas de apoyo vocal.
Hurt cautiva desde su portada, con una foto en tonos azulados y rojizos de Chris empuñando la Flying V mientas luce cuero negro y actitud chuleta. Toda una declaración de intenciones y una manera clara de decirle al posible comprador que lo que va a encontrar dentro de la carpeta es material de primera. Puro y duro rock and roll que se mantiene durante todo el disco sin apenas altibajos. Beneficiándose de una producción austera y primaria, que huye de cualquier adorno recargado, dejando a los músicos sonar básicos y recios, como veteranos de guerra sobre cientos de escenarios.
Así, el gancho comercial en que se confiaba para continuar el impacto en ventas, la versión del clásico “Roadrunner” del nunca suficientemente recordado Bo Diddley, queda prácticamente en una simpática anécdota, siendo una buena recreación ante el potencial del resto de las composiciones del álbum. Ahí está el tema de apertura, con el incisivo riff de guitarra que inicia su lectura de “Wild in the streets” de Garland Jeffreys, uno de esos rasgueos que dicen más en escasos segundos que otros en miles de notas. La melancolía que desprenden las líneas de guitara de “Silver bullet” y su enigmática letra: «Déjame llevarte donde sopla el frío viento, siéntelo en los huesos, deseo que vueles, deberías saber lo que te satisface, como una bala de plata que no encuentra un arma…» y “Lone rider”, tema que avanza al trote empujado por los buenos coros de Chrissie Hynde, seducen con su tomo crepuscular. Que se rompe con el desenfado, acordeón incluido, que desprende “Woman trouble”, y el aroma a clásico rock callejero, del que se escuchaba antes en los garitos ente cervezas y humo, que exhiben las canciones de su recta final, “Wild wild women”, “Stay dumb”, “Get out my pagoda” y “Hurt by love”.
Chris se mantiene en activo hoy en día, a sus setenta y ocho años muy bien llevados, con la misma discreción, eficacia y dedicación con la que se ha desenvuelto durante todas estas décadas de trabajo. Si no, pregunten a sus mejores valedores, los músicos y artistas con los que ha trabajado. Pude conocerle hace unos años, de manera breve, durante un concierto en un club de Barcelona con el efímero proyecto The Piggyback Riders junto a Sulo, vocalista de Diamond Dogs, y se mostró encantador, afectuoso y cercano, todo un caballero, como no podía ser de otra manera.
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