FONDO DE CATÁLOGO
«Un trabajo donde la química entre los músicos se hace palpable, de manera casi física, en las notas contenidas en sus surcos»
Manel Celeiro se sumerge en Hittin’ the note, uno de los últimos registros de la Allman Brothers Band, histórica formación que repasamos en profundidad en nuestro Cuadernos Efe Eme número 22.
Allman Brothers Band
Hittin’ the note
PEACH / SANCTUARY, 2003
Texto: MANEL CELEIRO.
Es complejo enfrentarse a un nuevo texto sobre la hermandad sureña, casi embarazoso debido a la de páginas que se han llenado relatando todas sus aventuras. Algo normal en una banda tan influyente y seminal como los Allman Brothers, considerada por muchos —entre los que me incluyo— una de las mejores formaciones que jamás han pisado un estudio o un escenario. Definieron un género, sentando las bases del rock sureño —aunque nunca estuvieron muy de acuerdo con estar incluidos en ese club— junto a otros pioneros como Lynyrd Skynyrd o The Outlaws, pero fueron mucho más allá de etiquetas facturando una fusión de estilos inédita hasta entonces. Poseen, además, una biografía con numerosos altibajos, incidentes, anécdotas, tensiones personales y adicciones que todavía hacen más jugosa su leyenda (contada por Manolo Tarancón aquí).
Vivieron años de gloria, enmarcados entre el periodo comprendido entre el 69 y el 73, en el que dejaron para la posteridad elepés de una calidad insuperable, golosinas como el homónimo álbum de debut editado en pleno verano del 69, Idlewild south (1970), Eat a peach (1972), Brothers and sisters (1973) o el colosal directo At Fillmore East, considerado uno de los mejores discos en vivo de la historia del rock, que se puso a la venta en 1971. Pero no todo era buen rollo y éxito. Tras superar los años del hambre de los inicios, vieron cómo su camino no cesaba de poblarse de obstáculos. Azuzados por una troupe de técnicos de carretera proclive a meterse en todos los berenjenales posibles, toneladas de drogas y alcohol, las trágicas muertes del añorado guitarrista Duane Allman y el bajista Berry Oakley en sendos accidentes de moto sumadas al perpetuo choque entre las fuertes personalidades de Gregg Allman y Dickey Betts les atraparon en una espiral autodestructiva que afectó a su inspiración. Una cuesta abajo que no tuvo freno, dejando aparte otros conflictos y separaciones temporales, hasta que en 1989 volvieron a girar sumando a dos nombres importantes para su futuro: el guitarrista y cantante Warren Haynes y el bajista Allen Woody, dos piezas clave —posteriormente aparecerá la tercera— en el resurgimiento artístico de la formación, cristalizado en discos bastante más que correctos como Seven turns (1990) o Where it all begins (1994). Tras ellos, el cascarrabias de Dickey Betts ya no podía verse con Gregg y decidió largarse definitivamente. Y es que esa regeneración musical no fue acompañada por la calma: las tormentas se continuaron sucediendo como de costumbre.
Nuevos invitados en el estudio
Así llegamos, una vez encuadrado el momento y tras esta muy resumida historia de la ABB, al que supuso el último disco de estudio de la formación, Hittin’ the note. Una grabación que puede ponerse sin ningún reparo ni rubor al lado de lo más destacado de su producción; un trabajo donde la química entre los músicos se hace palpable, de manera casi física, en las notas contenidas en sus surcos, llevándonos de regreso a los principios de su carrera donde tocar con libertad y sin barreras era el santo y seña de su identidad. Supone el debut de Oteil Burbridge en el estudio, aunque el bajista ya llevaba un tiempo con ellos tras la muerte de Allen Woody en el 2000, y coincide con la presentación en sociedad de Derek Trucks —la tercera pieza clave de la que hablábamos antes—, niño prodigio de las seis cuerdas y sobrino del batería Buch Trucks. Derek apenas cuenta con 20 primaveras y aporta sangre fresca al conjunto, además de un toque delicioso de slide completando una alineación que proporcionó a la banda unos esplendorosos últimos años de trayectoria, cuyo broche final vivieron en octubre del 2014 en el Beacon Theatre de Nueva York, uno de sus lugares fetiche.
Espíritu de banda
Hittin’ the note capta de maravilla el espíritu de la banda, huele a clasicismo setentero y sabe a madera de roble, a otra manera de enfocar y de enfrentarse a un negocio que empezó siendo puro arte para quedar sujeto en la actualidad a los vaivenes comerciales y reducido a la infame reproducción en streaming. No confundamos ese clasicismo conceptual con algo anacrónico, su sonido es fresco y lozano, las guitarras de Haynes y Trucks no cesan de enredarse entre ellas mientras la voz de Gregg, gastada por el tiempo y los excesos, suena expresiva, sabia y profunda. Con sabor a tierra y a las aguas turbias del Mississippi atacan un puñado de canciones que no solo obtuvieron el favor y el fervor de los fans, sino que contaron con el beneplácito unánime de la crítica.
“High cost of low living” eriza el vello, “Desdemona” es un baladón imponente con un desarrollo instrumental de órdago, el clásico blues “Woman across the river” suena con una firmeza que acojona y “Old before my time” y “Old friend” ponen los sentimientos a flor de piel y dejan flotando cierta sensación de despedida o quizás la de aquel que se encuentra fuera de lugar en ese momento del tiempo. Consiguen llevar a su terreno “Heart of stone” de Jagger y Richard con una naturalidad aplastante y sientan cátedra con “Instrumental Illness”, doce minutos de precisión técnica y pasión desbordante. Un testamento sonoro de verdadero lujo, un disco que quizás pocos esperaban en aquel momento y que supuso todo un puñetazo en la mesa.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Despegando (1977), de Enrique Morente.