«Los técnicos de sonido y el dueño de la sala, desesperados y aburridos, apagaron el equipo, pusieron música y encendieron las luces. Allí, sola, se quedo la cantante, mascullando canciones, rasgando la guitarra en la oscura frialdad de un escenario apagado»
En 2003, en un festival en Oporto, Cat Power tuvo una de sus noches más extrañas: en directo solo completó dos canciones, y durante un día entero besó a cuanto ser humano se cruzó por su camino.
Una sección de ALFONSO CARDENAL.
Oporto es una ciudad oscura, poética y melancólica, aferrada a un tiempo en el que las cosas marchaban mejor. Chan Marshall (Cat Power) es igual, una artista capaz de encontrar ese lugar del alma en donde se esconde la tristeza y romperle un vaso de cubata en la cara. Con dulzura, sin compasión. Al final, tanto la ciudad del Duero como la compositora estadounidense se mueven en la misma esencia: en la belleza sensible oculta tras ventanas rotas, fachadas desvencijadas y el verde musgo que crece entre las piedras del suelo. Si las ciudades tuviesen alma la de Oporto se abrazaría con la de Chan Marshall. Beberían juntas escupiendo recuerdos tristes, esperanzas frustradas.
En el Hard Club de Oporto, a escasos metros del oscuro río, acudió la cantante en 2003 como cabeza de cartel del Festival do Porto. Allí, compartiendo noche con Nacho Vegas, Migala o Explosions in the Sky, presentaba «You are free», un álbum inmenso, triste, lleno de detalles, retrato atroz de los sentimientos de esta chica inestable, autora de algunos de los mejores discos de los años noventa. El paso de Marshall por Oporto no pudo ser más errático, más incomprensible para sus seguidores, más triste para aquellos capaces de experimentar el dolor ajeno.
La noche comenzó tranquila, con Marshall a la guitarra y el público entregado. «Estaba siendo un concierto genial», recuerda Dean Wareham en «Postales negras», sus inmensas memorias. Wareham actuaba al día siguiente con Luna y se pasó a ver a Cat Power con su pareja, Britta Phillips. Chan Marshall los saludaría después del concierto.
La primera canción vino precedida de una larga e incomprensible charla sobre Jack White, luego cantó algunos versos de ‘Dead leaves and the dirty ground’, paró la canción a medias y siguió hablando, murmurando. «Tengo trabajo que hacer, tengo trabajo que hacer» repetía una y otra vez. Marshall venía de una larga e intensa gira y estaba agotada. «Que alguien me traiga cuatro chupitos de whisky» gritó a la masa. Después se lanzó a una versión de ‘White rabbit’, la dejó a medias. «¿Alguien tiene las letras?», preguntó. El público asistía atónito al espectáculo. «Os quiero a todos», decía la cantante intentando dar con las notas correctas en su guitarra. Se cansó de intentarlo y pasó a tocar ‘Naked if you want to’, una de las pocas canciones completas de la noche junto a ‘Names’. La velada transcurrió entre temas inacabados, discursos inconexos y conversaciones con el público que poco a poco se iba marchando. Casi dos horas después de que Chan se hubiera subido al escenario apenas había tocado un par de canciones completas. Los técnicos de sonido y el dueño de la sala, desesperados y aburridos, apagaron el equipo, pusieron música y encendieron las luces. Allí, sola, se quedo la cantante, mascullando canciones, rasgando la guitarra en la oscura frialdad de un escenario apagado.
Tras el concierto, Wareham y Phillips se pasaron por el camerino a saludar a la compositora. «Te conozco», le dijo Marshall al cantante de Luna. «Te vi una vez en una tienda de fotocopias de la calle Lafayette. Entraste con tu mujer y un perrito con correa. No estuviste nada simpático porque tu mujer también te tenía bien atado”, le espetó Marshall. Después de aquel recuerdo la cantante les pidió permiso para besarles a ambos en la boca. «Aceptamos, pero solo un rato», escribe Wareham. El manager de la intérprete les explicó que Chan llevaba todo el día besando a la gente, al personal de aduanas, a los fans, a los músicos del festival. Al día siguiente Marshall pasó el día descalza por la ciudad besando a más gente, en el festival no se hablaba de otra cosa. «Si la gente continuaba hablando de ello, es que no había estado tan mal», recuerda Wareham.
Aquel extraño episodio es uno más en la larga lista de esta artista, una chica inestable con una vida dura que ha quedado plasmada en composiciones intimistas, en canciones que son como un libro de recuerdos tristes. Aquella noche será recordada en Oporto como el concierto fallido de Chan Marshall, pero también como la noche en la que la cantante buscó cariño entre sus seguidores, entre los músicos, entre cualquiera dispuesto a darle un beso, un abrazo.
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