«La tercera edición del Festival de la Isla de Wight, un año después de Woodstock, encadenó error tras error para acabar en un fracaso de tal magnitud que el evento no volvería a celebrarse hasta treinta y dos años después»
A finales de agosto de 1970, seiscientos mil jóvenes invadieron la isla de Wight, en el Canal de la Mancha, para asistir a uno de los festivales de música más legendarios de Europa. La tercera edición del festival haría sombra a las dos anteriores tanto por su magnitud como por su desastrosa organización, también por la música de grupos como The Who, Jimi Hendrix, The Doors, Kris Kristofferson, Ten Years After, Miles Davis o Leonard Cohen.
Una sección de ALFONSO CARDENAL.
Hubo un tiempo en el que los festivales de música eran territorios salvajes ajenos a las normas y reglas de aquellos que se hacían pasar por organizadores de lo que no se puede organizar, de lo que no atiende a razones. La tercera edición del Festival de la Isla de Wight, un año después de Woodstock, encadenó error tras error para acabar en un fracaso de tal magnitud que el evento no volvería a celebrarse hasta treinta y dos años después. El festival inglés se convertiría en un evento legendario rodeado de polémica y de misticismo, un festival salvaje y peligroso al que Leonard Cohen domó con un recital poético y honesto que el director Murray Lerner se encargó de filmar para la posteridad.
Los problemas del festival comenzaron cuando los organizadores no pudieron elegir el recinto y las autoridades les asignaron una explanada cerca de una colina desde donde miles y miles de jóvenes verían los conciertos sin pagar entrada. Los siguientes días estarían marcados por los enfrentamientos, los intentos de vallar el monte y los incendios nocturnos. Miles de personas montaron festivales paralelos en la playa o en el campo, lejos de aquellas estrellas vendidas que cobraban por su música. Después de varios días de tira y afloja, los organizadores se rindieron y dejaron que el evento fuese gratuito a fin de evitar males mayores.
El festival también contaría con dos caras musicales, la calidad de algunas actuaciones legendarias y la crítica casi unánime a los conciertos de algún cabeza de cartel como The Who o The Doors. Por otro lado estarían los problemas de sonido, de abastecimiento, de falta de instalaciones para tanta gente y de comida. La isla, con cien mil habitantes, no estaba preparada para la invasión que recibió aquellos días.
«El músico canadiense tenía los ojos rojos, el pelo largo, barba de un par de días, ojeras y una mezcla de resaca y cansancio que invitaba poco a la fiesta»
LA SIESTA DE COHEN
El festival estaba resultando un completo caos y en algunos momentos se temió por la seguridad de los músicos, como cuando el fuego prendió el escenario en el que estaba tocando Jimi Hendrix. El director Murray Lerner, que había sido llamado para grabar el festival tras haber sido nominado al Oscar por su documental sobre el Festival de Newport, pensó en marcharse durante el concierto del guitarrista americano. “Aquello fue muy excitante, nunca he experimentado algo así ni antes ni después”, contaría a la periodista Sylvie Simmons.
En ese ambiente se despertó de su siesta Leonard Cohen a las dos de la mañana del sábado, se echó un agua en la cara y salió en pijama de su caravana para subir al escenario. Acababa de terminar el pase de Jimi Hendrix y la papeleta de sucederle había caído sobre un Cohen cabreado tras enterarse de que no podría usar un piano que había sido dañado por el fuego.
El músico canadiense tenía los ojos rojos, el pelo largo, barba de un par de días, ojeras y una mezcla de resaca y cansancio que invitaba poco a la fiesta. Las cinco noches anteriores fueron terribles y la de Cohen sería una de las últimas actuaciones de un evento tan ruinoso como especial. El poeta canadiense estaba girando con las canciones de su segundo disco, “Songs from a room”, y durante aquel verano había actuado en varios manicomios ingleses interpretando canciones y hablando con los pacientes.
La popularidad de Cohen en Inglaterra iba en ascenso después de que su último álbum hubiese llegado al número dos de las listas de éxitos, aunque la hora a la que había sido programada su actuación no fuese la mejor para oír ese tipo de música. “Pensé que el pase de Cohen sería un desastre. Había mal ambiente, pero la gente también estaba más cansada y ya no estaba tan agresiva”, recuerda Lerner. “Estaba preocupado de lo que le podía pasar a Cohen e imagino que Leonard también debía estar preocupado aunque pareciese tan calmado”.
Cohen comenzó su actuación contando una historia de cuando a los siete años su padre le llevó al circo. Hablaba despacio, dibujando recuerdos, como recitando un poema inventado. “Se está bien solo delante de seiscientas mil personas. Es una gran nación aunque todavía es débil, muy débil, tiene que hacerse más fuerte antes de reclamar su derecho a la tierra”, apostilló el cantante con voz firme y mirada perdida antes de lanzarse a los versos de ‘Bird on the wire’. Puede que fuese el cansancio de las noches anteriores, yo creo que fue la música de Cohen la que consiguió que medio millón de personas se sentase en el suelo, pidiese silencio y se dispusiese a escuchar las canciones del canadiense. El músico consiguió poner de acuerdo a una masa agitada y la adormeció con su voz rota y desafinada, con sus ojos vidriosos, con su calma poética. Si la música tiene poderes aquella fue una de las mejores demostraciones y el efecto en el ambiente de canciones como ‘The stranger song’, ‘Tonight will be fine’ o la lírica interpretación de ‘The partisan’ resultó incuestionable. “Algún día la tierra será nuestra, todavía nos falta fuerza”, explicó el músico al público entre canción y canción. Apenas unos años antes el artista de Montreal había abandonado el escenario de su primer concierto presa de los nervios y la inseguridad, aquella noche había conseguido que más de medio millón de jóvenes se calmase a las tres de la mañana con unas canciones hondas, nada convencionales para un festival, pero profundamente poderosas.
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