EL CINE QUE HAY QUE VER
“Un emocionante thriller, un prodigio técnico y visual”
Un universo distópico en el que no se pueden engendrar bebés. Ese es el marco narrativo de uno de los títulos más interesantes del mexicano Alfonso Cuarón, “Hijos de los hombres”, nominado al Oscar por su fotografía, montaje y guion adaptado. Una recomendación de Elisa Hernández.
“Hijos de los hombres”
Alfonso Cuarón, 2006
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
“Hijos de los hombres” presenta un universo distópico en el que, sin razón aparente, es imposible engendrar bebés. Tras casi dos décadas sin nacimientos, el mundo parece sumido en un terrible caos y la depresión generalizada. Solo Gran Bretaña sigue en pie, un país triste y violento en el que Theo (Clive Owen), un burócrata como otro cualquiera, trata de sobrevivir mientras todo a su alrededor se desmorona. Cuando de repente es secuestrado por Julian (Julianne Moore), su exmujer y líder de un grupo militante que defiende los derechos de los refugiados (cuestión pertinente como pocas), Theo se ve obligado a ayudar a una inmigrante ilegal de vital importancia para el futuro de la humanidad, Kee (Clare-Hope Ashitey), a llegar a su destino.
El filme, dirigido por Alfonso Cuarón pero dominado sobre todo por la fotografía de Emmanuel Lubezki es, además de un emocionante thriller, un prodigio técnico y visual. La construcción de la atmósfera de desesperación que ahoga a los protagonistas se transmite a la perfección tanto a nivel visual (colores apagados, suciedad, humo) como a través de largos y sobrecogedores planos secuencia que quitan el aliento y que casi nos obligan a no pestañear.
En cierta manera, la imprevista imposición de la tarea de escoltar a Kee parecería la excusa narrativa que pone en marcha el tradicional tropo del camino de redención del protagonista masculino, que pasa de ex-activista abatido y derrotado a héroe salvador, un recorrido que no podría terminar sino con el sacrificio último. Hay sin embargo algo de divino y mágico en el milagro que ha de proteger, tan improbable e inesperado que minimiza todo el horror que los protagonistas se encuentran a su paso. “Hijos de los hombres” está cargada de imaginería religiosa no devota sino desesperada, presentada no tanto como una ideología adoctrinadora sino como un clavo ardiente al que agarrarse como último recurso posible.
Pero en las últimas imágenes del filme, Kee y Theo navegan hacia la salvación dejando tras de sí la violencia, la discriminación, el dolor y la muerte que parecen dominar un mundo sin salvación aparente. El milagro capaz de salvar a la humanidad desaparece, destinado a fundirse con el mito que conforma el improbable barco que aparece para recoger a Kee. Este cierre narrativo, que bien podría leerse desde la inherente inmortalidad que caracteriza a la esperanza, también nos obliga con su (im)pertinencia a preguntarnos una y otra vez si es posible la salvación o si el suceso redentor que esperamos será tan fugaz como este, si estará también abocado a convertirse en puro símbolo.
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Anterior entrega de El cine que hay que ver: “La ley del silencio” (1954), de Elia Kazan.