Hex, de Toundra

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DISCOS

«Virulencias sonoras y bálsamos instrumentales de su rock progresivo, post hardcore e inagotable; sin decir ni mu pero, al mismo tiempo, diciéndolo todo»

 

Toundra
Hex
Inside Out Music, 2022

 

Texto: SARA MORALES

 

Acababan de lanzar su nuevo disco, Das Cabinet des Dr. Caligari, cuando el Covid llegó a nuestras vidas y arrasó con todo. Por eso, este Hex es tan significativo. Porque los cimientos de Toundra, igual que los de tantas otras cosas, también se tambalearon en aquel mes de marzo de 2020 por la incertidumbre y el obligado parón de la pandemia. Porque el antecedente a este octavo álbum de estudio, si tenemos en cuenta el que publicaron con aquel proyecto paralelo llamado Exquirla, es un fantasma que quedó medio diluido en el olvido por el nuevo orden de prioridades que impuso el virus. Porque hoy, tan enérgicos y detallistas como siempre, supone el regreso de la banda a una actualidad que les fue (y nos fue) arrebatada.

Y lo hacen con la misma intensidad creativa que lleva guiando sus pasos desde hace ya quince años, entre virulencias sonoras y bálsamos instrumentales de su rock progresivo, post hardcore e inagotable; sin decir ni mu pero, al mismo tiempo, diciéndolo todo. Porque esta vez, este Hex, que hace referencia al número seis y en francés significa «maleficio», llega cargado de un mensaje muy concreto que cala sin necesidad de letras y una voz que las dispare.

Las guitarras de Esteban y “Macón”, los sintes de este último unidos a los de Alberto y su bajo, con Álex rematando la faena desde la batería y el piano, edifican un discurso que lo tiene todo porque todos hemos transitado por él y lo seguimos haciendo: el mundo es demasiado adverso y parece que asistimos a él instaurados en el odio, en la intolerancia. El odio a una realidad que nos frustra, que nos agota, que nos explota, con unos personajes que –siendo unas veces nuestros más cercanos, otras los políticos y otras los vecinos– nos enervan, nos alteran, nos desequilibran… Parece que el odio se haya convertido en un lenguaje propio, en una conducta que nos enseñan casi desde el colegio, desde que aprendemos a vivir en sociedad, y terminamos adoptándolo como forma de ir por la vida. Por eso, en la cara A de este disco, se lleva todo el protagonismo con un imponente y sobrecogedor pasaje de veintidós minutos dividido en tres partes.

La cara B, sin embargo, está compuesta por cuatro temas. “Ruinas”, que suena a entropía; a veces dulce, a veces demoledora, y nos recuerda a los Toundra de siempre. «La larga marcha» es inquietante y bebe de la electrónica. “Watt” ofrece sosiego y tormento al mismo tiempo, mientras que “Fin”, que cierra el disco, es el hallazgo final de la paz y el amor; el final feliz de esa búsqueda vital, constante e inherente al ser humano que, en caso de haberla realizado odiando, nos daremos cuenta de que hemos perdido demasiado tiempo. Porque como dice el propio Esteban: «La vida es muy corta como para pasársela enfadado y se avanza mucho más amando que odiando».

Anterior crítica de discos: Fever dreams, de Villagers.

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