Here in the pitch, de Jessica Pratt

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DISCOS

«Un álbum lleno de melodías que emergen como momentos repentinos de claridad, como si el agua turbulenta se detuviera y mostrara un reflejo»

 

Jessica Pratt
Here in the pitch

CITY SLANG / MUSIC AS USUAL, 2024

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

Nacida en 1987 en San Francisco, Jessica Pratt creció expuesta principalmente a la música de los años sesenta a través de su madre, razón por la cual desarrolló una devoción clara por artistas como Jefferson Airplane, Nico o Marianne Faithfull. Aprendió a tocar con una guitarra desechada que le dio su hermano, hasta que en 2012 apareció su álbum de debut homónimo, con una portada en blanco y negro que parecía derivada directamente de las imágenes que envolvían los álbumes Camera obscura y The marble index de Nico.

Sus tres primeros discos fueron, en su mayor parte, acústicos. Ahora, las nueve canciones de su cuarto álbum, bastante corto (27 minutos), ofrecen una imagen sonora en parte más rica, redondeada con una excelente producción. “LifeIs” se abre con un bajo oscuro y —sorpresa— batería y percusión, algo que estaba totalmente ausente en el disco que le precedió, Quiet signs. Con una voz aguda que contrasta limpiamente con el acompañamiento, para la producción a lo Burt Bacharach del tema se utilizaron nada menos que tres mellotrones para simular el sonido de instrumentos como trompetas, cuerdas o guitarras acústicas.

Here in the pitch es un álbum lleno de melodías que emergen como momentos repentinos de claridad, como si el agua turbulenta se detuviera por un momento y mostrara un reflejo. “Empires never know” es una de esas canciones que tal vez podrían no ser nada, hasta que aparecen dos frases que lo atraviesan todo y siguen resonando sin cesar. La casi bossa nova de “By hook orby crook” parece venir de muy lejos en el tiempo, como una fotografía descolorida.

Pratt canta suavemente, se lleva las palabras a la boca, aunque de forma menos nasal que en trabajos anteriores, y flota durante las canciones. A veces saltan a la vista de repente las interminables sobregrabaciones o detalles y otros adornos dispuestos por el disco, bien escondidos y reacios al volumen. Y, al final, no queda más que aceptar que toca abandonar un viaje tan especial, como de otra época, tras menos de media hora sin estridencias.

Anterior crítica de discos: Fina estampa, de Brava.

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