FONDO DE CATÁLOGO
«Contiene la cosmovisión de las Vainica, su juego con el lenguaje y el desarrollo de las armonías vocales, además de unos textos críticos, gráciles e ingeniosos»
Luis García Gil se detiene esta semana en el segundo trabajo de Vainica Doble, Heliotropo, un álbum que produjo José Manuel Caballero Bonald en el que se vislumbra el rico universo del dúo, especialmente en las armonías y las letras.
Vainica Doble
Heliotropo
ARIOLA, 1973
Texto: LUIS GARCÍA GIL.
En el libro Encontrarse. Una filosofía, el filósofo francés Charles Pepin reflexiona sobre el valor de los encuentros que puede propiciar el amor, la amistad o el mundo de la creación. En ese sentido, cabe imaginar el que tuvieron Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen en Madrid, un encuentro determinante —en el campo de deportes de Ciudad Universitaria— cuando eran estudiantes de la Escuela de Bellas Artes. Al menos, así lo rememoraban en la primera de las conversaciones que sostuvieron con Fernando Márquez para el libro que él les dedicó, en 1983, en la colección Los Juglares de Ediciones Júcar (reeditado en 2018 por Libros Walden y La Fonoteca). Aquellas dos jóvenes talentosas y brillantes emprenderían juntas un hermoso pero intrincado camino musical —ay, la industria— con el nombre de Vainica Doble.
Tras las primeras canciones y un elepé de debut de título homónimo (1971), llega en 1973 Heliotropo, título sugeridor y personalísimos textos, melodías y conjunciones vocales. «Érase una vez las Vainica doble que cantaban desde el fondo de un tarro de mermelada»: así se presentaban, audaces, modernas y sonrientes desde las fotos campestres de la portada con mucha luz. La misma que rezumaba el disco, producido nada más y nada menos que por el poeta, escritor y flamencólogo jerezano José Manuel Caballero Bonald, quien, dos años antes de llevar a imprenta Ágata, ojos de gata desempeña su papel de inquieto disquero en Ariola, con cuyos mandamases no tardarían en chocar las Vainica, que recordaban con indignación la promoción que la discográfica hizo de este trabajo.
Heliotropo enuncia en su totalidad la cosmovisión que desplegarán las Vainica, su gusto a la hora de jugar con el lenguaje y de desarrollar las armonías vocales sin perder de vista el espíritu crítico de sus textos, aparentemente gráciles y siempre ingeniosos. En las doce canciones de Heliotropo, incluida la instrumental y tarareada “Moros, cristianos y chinos”, destacan los arreglos y la intrépida dirección musical de José Nieto, productor y alma a su vez del grupo Aguaviva, referente musical de aquella España de los años sesenta y setenta del desarrollismo y del tardofranquismo. Es un disco que se graba con orquesta y esto se nota en lo cuidadoso de todos los detalles instrumentales.
Heliotropo empezaba con la acidez del descarnado retrato de “Réquiem por un amigo”: «Réquiem para el que fue amigo / réquiem al que ahora es extraño / ya nada tengo contigo / pálida sombra de antaño». Como en aquel Rogelio de la canción homónima inmortalizada por Patxi Andión, “Réquiem por un amigo” versa sobre la amistad traicionada y sobre la condición humana que es parte mollar de todo el disco. Lo vemos en “El pabú”, que remontándose a los juegos de infancia anticipa los modos que pudieran hacer de la adultez una etapa de comportamientos sombríos y nada edificantes. “Dos españoles tres opiniones” es casi una actualización de la máxima machadiana que sostiene que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Una canción de asombrosa actualidad, especialmente si nos asomamos a la maraña de Twitter: «Si dices blanco, yo digo negro / si dices rojo, yo digo azul / siempre diré lo contrario que tú».
Las Vainica ensayan canciones casi de corro infantil y también saben ser emotivas, como esa “Elegía al jardín de mi abuela”, la favorita del disco para Carmen y Gloria, que busca ese espacio hurtado por la piqueta del progreso a la propia memoria. Hay en esa canción hasta un guiño a Schumann y a Liszt y su lied “Widmung” o “Dedicatoria”. Hasta tal punto eran inquietas musicalmente.
Regresa la ironía en su máxima expresión en la más suspirada que cantada “Ay, quién fuera a Hawai”, desiderátum roussoniano mucho antes que el pegadizo “Hawaii-Bombay” de Mecano. «La sociedad nos impone sus condiciones», cantan Gloria y Carmen en lo que también se percibía como una crítica al lenguaje de los medios con uso y abuso de expresiones chirriantes. Todo ello antes de entregarnos ese hermoso canto ecologista al árbol añoso, sobreviviente en el tráfago urbano de Madrid, en “Agáchate, que te pierdes”, el mismo año del “Pare” serratiano.
Heliotropo avanza con “Nana de una madre muy madre” o “La máquina infernal” donde muestran su claro alegato, entre rockero y flamenco, contra el maquinismo y la deshumanización creciente. Todo ello antes de esa obra maestra que es la “Habanera del primer amor”; curiosamente, una pieza rescatada que no formaba parte del proceso creativo del álbum y que las Vainica no querían grabar, pero que acabaron registrando por empeño personal de Caballero Bonald, que tenía un gran oído musical y sabía de las posibilidades que tenía la canción. “Habanera del primer amor” muestra la excelencia del tándem con esa manera de sublimar el sentimiento amoroso de la primera vez con las alas que otorga una melodía extraordinaria: «Tiempo de sol / zapatitos de charol / tiempo de luz / yo de rosa y tú de azul…». De pronto, una sinestesia o un anglicismo o una onomatopeya. Y el piano de Agustín Serrano, o el conjunto acreditado de violines y violas, y también la suma de guitarra, flauta, violonchelo, bajo eléctrico y batería.
Heliotropo es un disco infinito que explora varios caminos con la conjunción de Gloria Van Aerssen en las letras y Mari Carmen Santonja en las músicas. Un disco que dice adiós con el swing de “A la sombra de un banano” y el novio hawaiano y con la inspirada retahíla sarcástica de las “Coplas del iconoclasta enamorado”, en las que las Vainica vuelven a demostrar esa disfrutable impronta nada solemne que las definía desde sus primeras canciones.
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