El rey blanco. Siempre me gustó llamar así a Verlaine, imaginando esa batalla de cuerdas suyas contra las de Richard Lloyd (rey negro), como si de una excepcional partida de ajedrez se tratara.
El guitarrista Tom Verlaine, fundador de la banda neoyorkina Television y figura esencial del nacimiento del punk, murió ayer sábado a los 73 años. Sara Morales le recuerda con este artículo.
Texto: SARA MORALES
Su virtuosismo a la guitarra fue algo inaudito en aquellos incipientes setenta en que Nueva York, y tras la gran ciudad el mundo entero, se volvía del revés con el nacimiento del punk. Sus formas ante las cuerdas, delicadas y eruditas, chocaban frontalmente con el sentido reduccionista del bramido callejero al que dio vida casi sin querer, pero del que fue padre biológico e incuestionable en su papel de fundador de Television, la caótica banda de culto que concibió el movimiento más insurrecto de la música, desde los escenarios del CBGB y el Max’s Kansas City. Fue él quien le puso algo de cordura al género, el que defendió a capa y espada la intensidad de unas melodías cuidadas, detallistas y complejas hasta la obsesión, frente a la brevedad y el impacto que enaltecían el resto de bandas para azuzar el espíritu sedicioso y combativo propio del punk.
Todo comenzó, para él y para todos nosotros, con The Neon Boys, el grupo que puso en marcha junto al bajista Richard Hell y el batería Billy Ficca y que, en 1973, decidió rebautizar como Television, aprovechando la incorporación de un segundo guitarrista a sus filas, Richard Lloyd. Qué visión la suya con la adopción de Lloyd, cuántas alegrías iban a regalar a la historia con la comunión de sus guitarras en un maravilloso contrapunto de ambas, chocando entre sí de un modo sobrenatural, naciendo y muriendo las dos una y otra vez, con cada riff, con cada solo, con cada enredo compartido. Sonando a punk, a jazz, a psicodelia, a rock and roll primigenio, a experimentación… Puro art rock adelantándose al pospunk.
«Las melodías de Television fueron muy novedosas y es imposible entender la música anglosajona y las bandas de guitarras que vinieron después, sin hablar de sus dos primeros discos (Marquee moon y Adventure) e incluso del tercero, el que hicieron en los noventa (el homónimo Television). La base rítmica de sus guitarras es como una especie de puzle perfecto», me comentó una vez Juan Aguirre, de Amaral, para un reportaje sobre esa piedra filosofal que es Marquee moon, en el número 27 de Cuadernos Efe Eme.
Las letras de Verlaine. Esa fue la otra gran baza de Television.
El rey blanco. Siempre me gustó llamar así a Verlaine, imaginando esa batalla de cuerdas suyas contra las de Richard Lloyd (rey negro), como si de una excepcional partida de ajedrez se tratara. Movimientos inteligentes del sonido que dotaron de intelectualidad la sublevación de la calle, gracias también a unas letras poéticas que nacían, cómo no, del coco creativo de Verlaine y su pasión por la literatura francesa. De hecho, aunque nació como Thomas Miller, firmó su huella en el mundo como Tom Verlaine, un guiño al poeta simbolista galo, Paul Verlaine, de cuya obra se embadurnó desde que era un niño. Además, durante un tiempo, fue novio de Patti Smith. Y juntos publicaron un libro de poesía llamado The night, en tiempos en que ella lanzaba su primer sencillo, Hey Joe/Piss factory, y ambos, de la mano de las buenas gentes de los Ramones, Talking Heads y Blondie, levantaban el universo punk.
Las letras de Verlaine. Esa fue la otra gran baza de Television. Sobre el muro de sonido de esas dos guitarras sublimes, comienzan a tomar forma imágenes urbanas y pastorales con una lírica que nunca es suave, pero imanta. Verlaine nos describía estampas del Bajo Manhattan desde su gusto estilístico por la poesía. Y entre un espíritu juvenil, la decadencia de la bohemia y alegorías de lo mundano, nos llegaban sus juegos de palabras y su perspicaz uso del doble sentido cargado de aforismos, en canciones que no son más que una revelación personal de la realidad, de su realidad, de nuestra realidad. Eso ya no nos lo quita nadie.
Y mientras tanto, y después, sucedieron demasiadas cosas. Richard Hell fue invitado a abandonar Television y en su lugar entró Fred Smith, conformándose así el engranaje perfecto para pasar a firmar un renglón privilegiado en la historia. Y lo hicieron, no solo con ese lingote de oro que es Marquee moon y pasajes indemnes como “Venus”, “Prove it”, “Elevation” o la propia “Marque moon”, sino con toda su obra. Pero también llegaron los enfrentamientos y rivalidades artísticas entre los dos reyes; claro, toda batalla, aunque sea sobre un tablero cuadriculado en blanco y negro, tiene su lado encarnizado. Y Verlaine paseó su carrera en solitario desde 1979 con un debut llamado “Kingdom come” y un álbum de referencia, publicado ya en 1981, Dreamtime. En los noventa siguió despachando discos, y llegó la reunión —muy puntual— de Television, con el lanzamiento de su trabajo homónimo. Y volvió a acercarse a Patti Smith. Y se convirtió en el productor del Sketches for my sweetheart the drunk (1996), de Jeff Buckley. También vendrían unos cuantos trabajos instrumentales, incluso ya en el nuevo milenio; siempre estuvo claro que ese sería el camino de Verlaine, sonidos que, con palabras o sin ellas, expresan descomunalmente.
Y ahora se marcha, dejando un vacío insustituible con su muerte, pero también un reguero de canciones donde podríamos quedarnos a vivir. Y será a partir de ahora cuando ya no sea nunca más comparado con Jerry García en su maestría a las cuerdas. Desde hoy, desde ayer, el resto de guitarristas que vengan serán comparados con Tom Verlaine. El poeta cordófono.