Harvest moon (1992), de Neil Young: La calma tras el ruido

Autor:

TREINTA ANIVERSARIO

«No está entre sus mejores obras, pero las historias de amor que contiene, el tono confesional que lo preside y la suavidad que acaricia al oyente, terminan dándole forma a un disco notable y a la altura de la leyenda»

 

En plena eclosión del grunge, el maestro canadiense decidió apostar por sus orígenes y basarse en su mítico Harvest, de 1972, para manufacturar un disco, ya en los noventa, de ritmos acústicos y folk. Un álbum de diez canciones espléndidas, sobre las que hoy regresa Fernando Ballesteros.

 

Neil Young
Harvest moon
REPRISE RECORDS, 1992

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Está muy bien esto de viajar en el tiempo con la música y, en el caso de Neil Young, lo que ocurre es que para hacer una parada en 1992, antes te tienes que pasar por 1972. Sí, porque Harvest moon, el disco del canadiense que acaba de cumplir treinta años, tiene mucho más que ver con sus orígenes y en concreto con Harvest, su álbum de aquellos primeros setenta, que con Freedom y Ragged glory, los elepés con los que se despidió de los peliagudos ochenta y saludó a la nueva década respectivamente.

Young nunca ha sido previsible. Para comprobarlo, basta con echar un vistazo al panorama musical cuando se dispuso a grabar este disco. Si algo hay que destacar de aquellos días es que el grunge había empezado a dominar el mundo y a cambiar las reglas del juego. Los jóvenes que lo estaban revolucionando todo le señalaban a él como el gran maestro. Tal vez, cabría pensar que lo lógico hubiese sido continuar por los derroteros de distorsión emprendidos unos años atrás, coronados en el rocoso directo Weld, pero nada más lejos de la realidad porque el tío Neil nos llevó de vuelta por sus caminos más folk y tranquilos.

Sus padecimientos de acúfenos, que le habían tenido un tiempo fuera de combate, parecieron indicarle que el futuro inmediato pedía calma y no aprovecharse del tirón de los chicos de Seattle. A estas alturas, ya estaba por encima del bien y del mal, con un par de decenas de discos solistas a sus espaldas y habiendo vivido episodios como el de ser demandado por su propia compañía por entregar obras que no se ajustaban a lo que se esperaba de él; como podrán comprender, poco le iba a importar huir del oportunismo comercial. ¿Qué hizo Young? Pues tomar como punto de partida Harvest y parir diez canciones espléndidas que bien podrían haber sido editadas veinte años atrás.

 

Volver a grabar con The Stray Gators

Pero no solo los sonidos relajados y acústicos, las raíces, el country-rock, remitían a aquel pasado; también las compañías, en su caso, con Crazy Horse o sin ellos, siempre buenas. En Harvest moon, de hecho, recuperó como compañeros de aventura a los Stray Gators, con Ben Keith y su magia con la steel guitar, Tim Drummond y Kenny Buttrey en la sección rítmica y el teclista Spooner Oldham. La nómina la completaban en el estudio nombres como los de James Taylor y Linda Ronstadt, que ya habían puesto sus voces al servicio de algunas de las canciones de Harvest.

Y, por encima de todo, están Neil Young y las canciones, está su voz y esa forma de interpretar tan personal que se pasea con maestría por el precipicio y le llega a transmitir al oyente la sensación de que se va a despeñar. Siempre al filo, coqueteando con el peligro. Pero no, porque él, igual que Dylan, podría ostentar el título —esto se lo escuché a alguien en cierta ocasión— de mejor mal cantante del mundo. Y con esa forma tan peculiar de entonar y enamorar, nos recibe en “Unknown legend”, una preciosa balada en la que la voz de Linda acompaña al maestro.

La propia Ronstadt y James Taylor protagonizan las hermosas armonías de “From Hank to Hendrix”, un tema que, en un conjunto, sin grandes variaciones, se erige, probablemente, en el más representativo del disco, y Nicolette Larsson aparece con Neil en la acústica “You and me”, otra buena muestra de los paisajes tranquilos que dominan todo el álbum.

“Harvest moon”, la canción titular, no es una excepción en el plácido viaje que propone toda la obra, y “War of man” , uno de los mejores textos de un disco que no destaca especialmente en este apartado, vuelve a lucir inspiración y calidez.

En “One of these days” brilla con toda su grandeza Ben Keith y “Such a woman”, emotiva y bonita, introduce las cuerdas con los preciosos arreglos de Jack Nitzsche como nota distintiva. Y el piano, ese piano. Hay espacio, en este escaparate de historias, para que Neil recuerde a su viejo compañero canino en “Old King”, con el amo ocupándose del banjo. Y todo sigue siendo plácido en el tramo final, así que no habrá sorpresas en “Dreamin’ man”, ni en la extensa “Natural beauty”, grabada en vivo y en la que Young defiende la preservación del medio ambiente, una de las preocupaciones que el artista ha reflejado de forma recurrente en su vida y en su trayectoria creativa.

 

Huyendo de comparaciones. Simplemente, un bonito disco

Grabado en Nashville, entre septiembre de 1991 y febrero de 1992, el disco salió a la venta el 27 de octubre y fue muy bien recibido por la crítica y el público, que lo aupó en las listas. Es cierto que Harvest moon no está entre sus mejores obras, pero las historias de amor que contiene, el tono confesional que lo preside y la suavidad que acaricia al oyente terminan dándole forma a un disco notable y a la altura de la leyenda.

Sería un error compararlo con Harvest, aunque aquel fuera el punto de partida en la idea del disco. Si hablamos de comparaciones, hay una en la que Neil sale muy bien parado y es la que le pone frente a sus compañeros generacionales. En 1992, las jóvenes hornadas adoraban su legado y le consideraban un artista plenamente vigente, algo que no podían decir muchos de los que, como él, acumulaban tres décadas de carrera a sus espaldas. Escuchar aquellos días a Teenage Fanclub o Dinosaur Jr. era comprender la enorme influencia que Young había ejercido sobre ellos y muchos de sus coetáneos. Él, por su camino, como siempre, se fue por la tranquilidad de los sonidos de este disco y hubo que esperar a 1994 para ver consumada su unión con la nueva generación. Fue Mirror ball, con los chicos de Pearl Jam ejerciendo como banda del veterano músico, al que, por aquel entonces, se le otorgó el título de padrino del grunge.

Y, desde entonces, han pasado muchas cosas y hemos escuchado mucha nueva música de Neil Young porque, si renuncié a meterme en sus primeros treinta años, lo cierto es que bucear en los treinta siguientes, desde Harvest moon a la actualidad, tampoco es tarea sencilla. Sigue pletórico, aunque ha tenido que superar obstáculos, como la operación por culpa de un aneurisma cerebral a la que tuvo que someterse antes de editar Prairie wind (2005), un álbum que respiraba un clima parecido al de Harvest moon y en el que volvía a contar con Ben Keith y Spooner Oldham. El caso, ya digo, es que no para: desempolva archivos, recupera viejos directos y proyectos que se quedaron a medias en su día y sí, por supuesto, crea nuevas canciones para que, todo sumado, no nos deje ni un año en blanco. Siempre hay nuevas golosinas para el admirador de Neil Young.

En 1992, Young era un músico veterano que llevaba toda una vida creando, ya entonces celebrábamos lo bien que había llevado el paso del tiempo. Hoy, a punto de terminar 2022, aquellos chavales que le dieron un empujón de popularidad a su figura y que hicieron que los jóvenes tuviéramos un motivo más para acercarnos a él, son ya veteranos, y Neil Young sigue en plena forma. Lo suyo es digno de estudio. Y de disfrute, claro.

Anterior entrega de 30º Aniversario: Henry’s dream (1992), la vuelta a la furia de Nick Cave.

Artículos relacionados