CINE
“Esta no es la mejor y más redonda obra de Michael Haneke, y en ciertos momentos parece una mera reiteración de algunas de las ideas que asociamos a su obra”
“Happy end”
Michael Haneke, 2018
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
Michael Haneke nos ha, digamos, deleitado, durante toda su carrera con obras maestras sobre lo que significa formar parte de la sociedad contemporánea, dominada por el cinismo y los dobles estándares e incapaz de sostenerse ante la más mínima indagación o reflexión sobre ella. “Happy end” es un retrato fascinante de una amplia familia de clase media alta: las primeras escenas de la película nos hacen preguntarnos cómo están relacionados entre sí todos estos individuos que vemos en pantalla, las siguientes nos muestran cómo y por qué cada uno de ellos es exageradamente despreciable y desgraciado, pero al mismo tiempo terriblemente real.
En este crudo retrato grupal de los Laurent, nadie es inocente, pero nadie es culpable, y todos se encuentran en una posición similar, un lugar de constricción, angustia e imposibilidades que, sin embargo, parecen haberse creado ellos mismos. No es esta una narrativa realista en la cual las circunstancias que rodean al individuo limitan su capacidad de acción, llevándole a un destino irremediable y a un trágico final, representan el funcionamiento de la sociedad capitalista. Aquí el individuo tiene agencia, la capacidad (discursiva y, en el caso de los Laurent, económica) de enfrentarse a sus circunstancias, pero no lo hacen. “Happy end” es brutal con sus personajes y no perdona a ninguno de ellos. Porque no se lo merecen. Y nosotros tampoco.
Esta no es la mejor y más redonda obra de Michael Haneke, y en ciertos momentos parece una mera reiteración de algunas de las ideas que asociamos a su obra: la obscenidad, inmoralidad y desfachatez de la burguesía y de la estructura familiar tradicional, su descarada falta de autoconsciencia, lo ridículo que todo ello resulta cuando se examina con cierto cuidado. Así, “Happy end” quedará como una obra menor e irrelevante en la carrera de uno de los creadores más cruentos de la historia del cine. Sin embargo, está ahí la capacidad de Michael Haneke de crear paralelismos entre las personas construidas en pantalla y las que nos sentamos en una sala oscura ante la misma. Pocas filmografías son tan capaces de representar la crueldad que nuestra propia historia nos demuestra que es parte intrínseca de eso que hemos venido a llamar “naturaleza humana”, de ofrecernos personajes de los que reírnos, a los que odiar, mirar con fascinación y que, en última instancia, nunca son otra cosa más que feroces reflejos de nosotros mismos.
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Anterior crítica de cine: “Ocean’s 8”, de Gary Ross.