En su blog de “El País”, Diego A. Manrique ofrece una versión corregida y aumentada del texto que escribió para la reedición de lujo de “Échate un cantecito”, de Kiko Veneno, aparecida hace unos meses. 1992, año de fastos y ruinas, “merece ser recordado también por la floración de una figura mayor”, Kiko Veneno. “Pero el Kiko Veneno de 1992 ya no era el nómada hippy que había grabado con sellos grandes y pequeños”, dice Manrique. “En 1992, poseía coplas de amplio espectro, capaces de pulsar las cuerdas emocionales del gran público más sensible. El problema era cómo llegar a esa tropa, quizás desencantada de la movida y dudosa ante el naciente noise pop”.
Kiko Veneno contó con Santiago Auserón para “entender la importancia del trabajo artesanal, el valor de la métrica y la sonoridad, la necesidad de pulir las genialidades”. Y Auserón dio paso a Jo Dworniak, “el británico que ayudó a dar forma universal a los cantecitos”.
“Échate un cantecito fue un disco de primavera que salió en otoño y que ayudó a superar los excesos del 92. Kiko retrató la ignorada España real y consiguió compartir sus visiones intimas. Nos deslumbró un filósofo callejero que se expresaba con puntería verbal, con genuino humanismo, con resonancia emocional. El arte sevillano de facturar canciones desde el underground alcanzaba madurez y universalidad.”