DISCOS
“Con Rubén Pozo se podría decir aquello de es solo rock and roll, pero me gusta”.
Rubén Pozo
“Habrá que vivir”
SONY MUSIC
Texto: JUAN PUCHADES.
No hay trampa en lo de Rubén Pozo, no esconde quién es. Lo suyo es el rock and roll de ascendencia Stone y a ello se dedica, sin buscar coartadas que no le hacen falta: hace mucho que domina su abecé, se lo pasa bien con él y a ello se dedica. No pretende engañar a nadie ni hacerse pasar por quien no es. A estas alturas no lo necesita, que por algo militó en Buenas Noches Rose, así que un respeto, oiga. Gusta tanto de los Stones como de Burning y Tequila (que fueron quienes tradujeron el lenguaje a nuestro entorno y lo dotaron de entidad madrileña) y se le nota en las letras y en temas como ‘Habrá que vivir’ o ‘Pop para niñas’, hijos de Tequila año 2017 y que son dos de las ambrosías que esconde “Habrá que vivir”, título que es declaración de intenciones, porque visto lo visto, igual tiene que reivindicarse y proclamar, como le pasó a Teruel, que “Rubén Pozo también existe”. Y sin él algunos no estarían aquí, podríamos añadir si tuviéramos más memoria de la que tenemos, e incluso un poco de más mala leche de la que nos gastamos.
Y desde ‘Caperucita feroz’, el arranque de este álbum (de horrible portada, también hay que mencionarlo) producido por José Nortes (mano derecha desde hace unos años de Ariel Rot y Miguel Ríos), con guitarra seca en primer plano, quedan claras las intenciones de Pozo: atizarle a las cuerdas de la eléctrica para que “pique en rojo”, porque de eso va la canción y la doble intención de la letra (con cita, por cierto, a Raimundo Amador y el gustito pa’ las orejas). A partir de ahí evoluciona un disco que deja canciones que recuerdan a los primeros Rodríguez (‘Habrá que vivir’) o baladotes tan tremendos como el precioso ‘Guitarra española’, con su aire “sixties” (y otra cita: en este caso al maestro Moris y su ‘Sábado noche’), y, por las patillas de Elvis, ¡qué manera la de Pozo de pronunciar las dos erres de “guitarra”! ¡Guau! Viva la crudeza rockera del castellano. Pero ahí, en la voz, pongamos una pega: se ha ocultado demasiado en la mezcla a lo largo de todo el disco.
También está la garra rotunda de ‘Te invoco’ y ‘Saliendo de la estupefacción’, el sentimiento pop de la fascinante ‘Algo que decirle al mundo’ (con uno de los mejores textos del álbum), la grasa adhesiva de ‘De vena tonta’ (con la guitarra del maestro Ariel Rot), los aires de raíces estadounidenses de ‘Santa Rita’ o la grandeza contagiosa de ‘Apartando la mirada’. Una de las piezas mayores es, sin duda ‘Llámame brisa’, la hermana de ‘No tan deprisa’, del nuevo disco de Sabina (“Lo niego todo”), la que homenajea a J.J. Cale, pero Rubén la lleva a una toma más “slow” y completando la letra con una estrofa propia. Por cierto, que la firma con Sabina y Benjamín Prado pero él solo en la música, mientras que ‘No tan deprisa’, en el disco de Sabina, suma la autoría en la música de Leiva, pero de arriba abajo esta es exactamente la misma música: ¡¿qué pasa aquí?! En todo caso, la mejor letra, de largo, del disco. Pero es que Sabina solo hay uno, para desgracia de todos nosotros.
Con Rubén Pozo (al que hasta se le perdona lo imperdonable de colar un impresentable “es bien” en su búsqueda del lenguaje coloquial) se podría decir aquello de es solo rock and roll, pero me gusta.
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Anterior crítica de discos: “Fitografía”, de Fito & Fitipaldis.