Ha muerto Noel Soto, epítome del genuino artista de culto

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Foto: Facebook de Noel Soto.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

El día 30 de enero, en Madrid, murió el rockero Noel Soto, a los 77 años. Desconocemos los motivos de su fallecimiento.

«Un par de temas populares, que no masivos, en distintos momentos, y luego el olvido. Por en medio y después, grandes canciones y discos completamente desconocidos para el público e ignorados por la crítica». De ese modo, César Campoy y yo mismo iniciábamos el texto dedicado al primer elepé de Noel Soto, 3357, en nuestro libro Los 100 mejores discos del rock español de los 60 y 70 (2023). Unas líneas que sirven para definir la que fue una carrera zigzagueante de un rockero prácticamente olvidado desde comienzos de los años ochenta, cuando las inmensas baladas “A más de 1.000 kilómetros” y “Deborah” (producidas por Carlos Narea y con el apoyo del equipo musical que por entonces colaboraba con Miguel Ríos) sonaron con insistencia en la radio. Pero Noel Soto no estaba para baladas, lo suyo era el rock. Así que abandonó la multinacional Polydor e inició un peregrinaje de más de cuatro décadas por pequeñas discográficas, prolongados silencios y pequeños escenarios.

Manuel Eduardo Soto nació en Nador, Marruecos, el 1 de mayo de 1947 (algunas biografías insistían en que nació en 1957, lo que no cuadraba con las fechas de sus grabaciones), aunque sus padres eran españoles y se trasladaron a Madrid siendo él prácticamente un bebé. Tras pasar por algunas orquestas, en 1971 fichó por Novola (el sello exquisito de Zafiro, donde grababan Los Brincos y Serrat, pongamos por caso), donde editó dos singles (“Qué pena” / “La felicidad está más arriba”, en 1971; y “¡Oh, no!” / “Agua y champagne”, en 1972) firmados como Manuel Eduardo Soto y con temas propios en los que se apreciaban ya las principales señas de identidad que definirían sus formas como compositor e intérprete: historias amorosas en primera persona, casi siempre impregnadas de melancolía, gráciles melodías de ascendencia folk rock estadounidense y su voz acogedora, limpia. Pero los ampulosos arreglos de Juan Carlos Calderón no eran los más adecuados para alguien que anhelaba trasladar a su música el sentir de los cantautores norteamericanos y el pulso de los Beatles.

Finalizado el breve periodo en Novola, en 1974 comenzó a publicar en Polydor, y llegó el primer elepé, el mencionado 3357 (que en realidad se titulaba Noel Soto, pero esos números, que aparecían en la cubierta, acabaron por darle nombre) y un primer éxito con la fascinante “Noche de samba en Puerto España”, y que, como Campoy y yo mencionábamos en el libro conjunto, el escritor Arturo Pérez-Reverte citó en su novela La carta esférica, compartiéndola, además, en mayo de 2019 en Twitter con este comentario: «“Noche de samba en Puerto España”, una de mis canciones favoritas en mi juventud, que le coloqué al marino Manuel Coy en la novela La carta esférica. Ahí tienen a Noel Soto con ella. Pura y hermosa melancolía». Pocos recordaban por entonces a Noel Soto.

Con aquel fabuloso e inicial elepé, Noel Soto se situaba en eso que hemos dado en llamar «la tercera vía», la de Solera, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, Cecilia o Hilario Camacho, esos músicos que cuidaban los textos y que se posicionaban entre la canción de autor y el rock. El slow rock, el rock suave. Pero Noel dio un giro de timón un año después al grabar la ópera rock Alfa y omega (1975), en la que tiraba hacia el rock sinfónico y el progresivo. ¿El resultado? Algunas buenas críticas, rechazo del público e incomprensión general. Con el El arca de Noel (1976), un recopilatorio con algunos temas inéditos trató de recuperar el aliento perdido, pero no pasó gran cosa.

La suerte le sonrió en 1980 con el single “A más de 1.000 kilómetros”, producido, como hemos comentado, por Carlos Narea, con (moderados) arreglos de Juan Carlos Calderón y con los músicos de Miguel Ríos detrás. Ya en 1981, “A ti que me quieres bien” y “Deborah” continuaron sonando en la radio. Canciones todas ellas incluidas en el elepé A ti que me quieres bien. Pero las cifras no le acompañaron: no siempre los éxitos radiofónicos mueven las ventas de un álbum. Y, además, Noel no se sentía demasiado feliz en ese perfil de baladista (aunque, con enorme maestría y buen gusto, eran canciones que escribía él mismo) en el que parecía estar encajando, y su corazón le pedía ir hacia el rock.

En 1983 comenzó a grabar en el sello Victoria lanzando un primer single, “Ni un real” (con Cánovas, Rodrigo y Guzmán como músicos de apoyo), al que siguió el elepé Esperando el maná (1984), con Soto reformulándose como un rockero más urbano, aunque sin olvidar ese poso de melancolía que fue su emblema ni su facilidad para enhebrar hermosas melodías y entregados medios tiempos. Ahí se esconde “Al otro lado del Edén”, con letra de Joaquín Sabina (quien la grabó tiempo después. Juntos firmaron también “Doña Pura”, que Sabina grabó en 1987).

Un maxisingle en 1986 (“Su majestad el rock and roll”), fue lo único que quedó de su paso por el sello Epic. En 1987 lanzó Las chavalas de mi barrio, con el sello Diapason, no volviendo a grabar hasta 1993, cuando publicó El rey del blues (en Tabata). En 1997 publico con Pep’s Records (el sello de Pepe Barroso, fundador de Don Algodón), Caramelo de luna. Trabajos siempre exquisitos que fueron pasando desapercibidos y que solo eran apreciados por un pequeño grupo de aficionados. Al igual que sus últimos discos: La banda de Noel (Bell Music, 2005), Diez (Avispa, 2007), Lo mejor de Noel Soto, 1990-2010 (Bell, 2010), Noel Soto & Cía (Bell, 2016), Más Noel Soto (2019), Agua de amor (Pack, 2019).

Con Noel Soto perdemos a uno de esos artistas de culto tan necesarios para el ecosistema del rock español. Un músico honesto que nos deja una buena colección de excelentes canciones para seguir disfrutando de ellas.

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