Ayer lunes, 2 de junio, fallecía en su casa de Florida Bod Diddley, uno de los pioneros del rock and roll, padre del rhythm and blues e inspirador esencial para bandas británicas de los años 60 como The Yardbirds, The Animals, The Pretty Things, The Kinks, The Who y los mismísimos Rolling Stones.
Bo Diddley se llamaba en realidad Ellas Otha Bates McDaniel y había nacido el 30 de diciembre de 1928 en McComb, Mississippi, aunque desde 1933 vivió en Chicago. Trabajó de carpintero, mecánico y boxeador. Pero la guitarra era su pasión, inspirado en el bluesman John Lee Hooker. En cuanto pudo, se hizo construir una guitarra rectangular, espectacular; desde entonces las guitarras personalizadas de formas imposibles formaría parte indeleble de su imagen.
En 1955, y en Chicago, grabó para el (con el tiempo mítico) sello Chess Records su primer single, con «Bo Diddley» (las canciones con su nombre eran otras de sus características) en un lado e «I’m a man» en el otro. Su blues eléctrico, no tiene nada que ver con nada que se haya grabado hasta entonces: ahí, partiendo claramente desde el blues, hay un ritmo nuevo, su guitarra brilla con luz propia, es sucia, salvaje, erótica; su voz rotunda hace lo demás. Está naciendo el rhythm and blues y se están sentando las bases para la creación del rock and roll.
En la aventura, Diddley no está solo. Chuck Berry también graba para Chess incendiarios discos de rhythm and blues, el sonido que –limpio de los rasgos más provocadores de los pioneros negros– definiría el final de la década de los 50 en los Estados Unidos y el que marcaría a toda una generación de jóvenes músicos en Inglaterra a comienzos de los 60.
En cualquier caso, mientras Berry derivaba claramente hacia el rock and roll, Diddley exploraba con su guitarra y arreglos las raíces africanas, el conocido como «sonido de la jungla». El sonido que Diego A. Manrique en su Historia del Rock and roll (1976) definía como el «Bo Diddley Beat», del que decía: «Naturalmente, él no inventó el ‘ritmo Bo Diddley’ del cual hay antecedentes en la música africana: era una combinación de figuras rítmicas en la batería repetidas contra un rasgueo epiléptico de la guitarra, con instrumentos de percusión exóticos sonando al unísono y el cantante salmodiando con un coro respaldándole o respondiéndole. Simple pero tremendamente efectivo”.
Mientras se sucedían las grabaciones –con canciones en las que su sobrenombre pasaba a ser título y estribillo–, sus espectáculos en vivo se iban sofisticando: su descomunal presencia física, rematada por unas gafas que le daban un aire intelectualoide, contrastaba con sus excéntricas guitarras y por verse flanqueado por la escultural «Pantera» o «Duquesa», una guitarrista femenina, ¡en aquellos años!, que en realidad era su hermanastra, que aportaba dosis de sensualidad a los shows. Mientras que en el otro lado, el vocalista Jerome Green le daba las réplicas cantadas mientras tocaba ¡las maracas! Diddley, sin duda, era algo especial.
Sin embargo, sus ingeniosas canciones, pletóricas de humor chispeante y callejero no eran precisamente lo que buscaba el público blanco, así que sus discos no alcanzaban grandes ventas ni difusión: las emisoras de radio los miraban con recelo por excesivos, «demasiado salvajes –escribía Manrique en el citado texto–, demasiado repetitivos, demasiado desmadrados».
Reivindicado, ya se ha dicho, en los años 60 por toda la escuela del blues-rock y el rhythm and blues británico, Diddley, sin embargo, veía cómo sus logros –anónimos para las nuevas generaciones– eran reelaborados y lograban el éxito, cómo sus riffs de guitarra marcaban el pulso de infinidad de canciones en las sucesivas décadas. Pero él siguió a lo suyo, grabando discos a su aire, a veces tocaba con su viejo amigo Chuck Berry –con el grabó un disco mano a mano, Two great guitars (1964)–, recorriendo escenarios de todo el mundo –los Clash, en 1979, rodaron con él por los Estados Unidos– hasta hace bien poco, hasta que en mayo de 2007 sufrió un infarto tras un show en Nebraska que le dejó fuera de combate.
Bo Diddley fue un creador más apreciado por los músicos que conocido por el gran público –en España, Fito Cabrales le dedicó en 2006 la canción «No soy Bo Diddley»–, pero, en todo caso, la historia está llena de casos como el suyo. Sin embargo, él fue algo excepcional. Quedémonos con estas palabras que le dedicara Luis «Doctor Soul» Lapuente en su Historia-guía del soul (1995): «Sus discos deberían prescribirse como antidepresivos en las consultas de psiquiatría».
JUAN PUCHADES.