Texto: JUAN PUCHADES.
Ayer, 26 de enero, falleció en Barcelona Ramonet (o Ramunet, como firmaba en los últimos tiempos), a los 68 años. De nombre real Ramón Reyes Juan, Ramonet vivió los orígenes de la rumba catalana al lado de los mayores (Peret, Chacho) en la calle de la Cera de Barcelona (en el conocido como barrio del Portal, en El Raval), siendo uno de los pioneros del género. Era hermano del también rumbero Peret Reyes.
Ramonet grabó por vez primera en 1966, en el sello madrileño Sonoplay. Allí dejó un único y prodigioso epé de cuatro temas, hoy buscadísimo, con ‘El partido’, ‘Bacalao salao’, ‘Tic tac’ y ‘Quizás’. Pero Ramonet abandonó rápido y se dedicó a la venta ambulante de tejidos, hasta que en 1991 regresó a lo grande con su primer elepé, el glorioso «¡Marcha, marcha!», producido por su amigo Peret en el sello Rumbasa. Ahí pudimos disfrutar de su singular manera de entender la rumba catalana, llevándola hacia el rock (era un fervoroso admirador de Elvis Presley, pero también del soul) gracias a su increíble energía y vitalidad. La canción que le daba título acabó por ser un éxito en España y Alemania. Años después, Rosario Flores grabaría otra exitosa versión del mismo tema.
Sin embargo, tras aquel primer largo Ramonet se alejó de nuevo de las grabaciones, prodigó su buen humor, don de gentes e irrefrenable verbo en programas radiofónicos locales sobre fútbol (donde quedaron algunas joyas musicales de su cosecha, interpretadas a pelo con la guitarra, y que sus seguidores grabábamos de internet), hasta que en 2006 volvió a la música, ya bajo el nombre de Ramunet, con el estupendo «Rumba fina», producido por Pedro Burruezo. Desde ese momento, y luciendo su enorme jovialidad, actuaba en directo cada tanto.
En 2014, y aunque enfermo de cáncer de pulmón (la misma dolencia que se llevó el año pasado a Toní Valentí y Peret), se autoeditó «Señor», álbum de distribución restringida y carácter religioso (cuando los rumberos se convirtieron a la Iglesia de Filadelfia siguiendo el ejemplo de Peret, él no lo hizo, y solo se sumó al «culto» años después).
Con el fallecimiento de Ramonet perdemos a uno de los más grandes de la rumba catalana, uno de los clásicos inexcusables, un huracán cantando y sobre las tablas, gran compositor dominado por el ritmo. Pero, también, a una mente culta, lúcida y sensata que no se dejaba engañar sobre los orígenes de la rumba catalana que él había vivido bien de cerca. Un verdadero maestro que deja una obra escasa pero espléndida y el recuerdo imborrable de su bonhomía y carisma.
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