Ha muerto a los 79 años Peret, una de las más grandes figuras internacionales de la música popular española, padre de la torrencial rumba catalana y creador inigualable.
Texto: JUAN PUCHADES.
Hoy, 27 de agosto, ha muerto en Barcelona Pedro Pubill Calaf, «Peret», a los 79 años, como consecuencia de una neumonía, resultado de una complicación del cáncer de pulmón que le fue detectado hace unas semanas y del que estaba tratándose.
Peret es uno de los pilares fundamentales que sustentan la música popular española moderna, al ser el padre de uno de sus géneros más rotundamente originales, influyentes y universales: la rumba catalana (que conviene no confundir con la rumba flamenca, o gitana, que se practicaba en Barcelona antes de su aparición), también conocida como rumba pop, surgida de la fusión de rock and roll y mambo y condimentada con color gitano-flamenco. Junto a Peret, en el nacimiento del género, entre finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, estuvieron compañeros suyos del barrio del Portal (en El Raval) de Barcelona como Chacho o el palmero recientemente fallecido Toni Valentí, además de rumberos más jóvenes como Ramonet. Aunque aquel sonido contagioso rápidamente fue asimilado por otros muchos músicos barceloneses y acabaría por salpicar a gran parte de la música española, de los sesenta a la actualidad.
Peret nació el 24 de marzo de 1935, en Mataró (Barcelona), en el asentamiento gitano conocido como Los Corrales. A los cuatro años su familia se trasladó a Barcelona, a la calle Salvadors, junto a la calle de la Cera, donde se cocinaría la rumba catalana. Desde niño se aficionó a la música y a tocar la guitarra, debutando a los 12 años con su prima Pepi con el nombre de Hermanos Montenegro. Por entonces se dedicaba a los más diversos oficios en calidad de aprendiz: tapicero, chatarrero o carpintero fueron algunos de ellos. Pero, en realidad, su vida laboral se decantaría por la venta de tejidos puerta a puerta, que era el oficio de los padres. En paralelo, la música era su devoción primera, y con los amigos del barrio (principalmente Chacho, Toni Valentí, Cerdo, Paco Aguilera, Ninus, Bolo) iba dándole vueltas a su peculiar manera de acercarse a la rumba caribeña, e ideando una nueva forma de tocar las clásicas palmas, empleadas como instrumento percusivo con fundamento, como no se había escuchado antes, lo que se unía a la técnica que estaba desarrollando con la guitarra, rasgando cuerdas y golpeando a la vez la madera (lo que luego se conocería como ventilador): es decir, los dos elementos clave de la rumba catalana. El primero, las palmas, posteriormente ha sido empleado con fruición por músicos de toda condición cuando querían aportar algo de sabor rumbero a alguna canción.
Tras algunas experiencias previas como guitarrista de flamenco, y ya casado y padre de una niña, en el verano de 1959 fue contratado para actuar en Los Claveles, un tablao de Calella de la Costa, en el Maresme. El público que acudía al local estaba conformado esencialmente por turistas. Peret ya estaba rumbeando con decisión, siguiendo su idea, como hemos comentado, de conectar rock y mambo, o lo que es lo mismo (y como él acostumbraba a decir), Elvis Presley y Pérez Prado. Es en ese momento cuando comienza a comportarse como un showman, a su manera, para animar los conciertos, incluyendo el volteo en el aire de la guitarra, que acabaría por ser una de sus señas escénicas. Por entonces ya incluía temas como «Ave María Lola» o el explosivo «La noche del Hawaiano», derivación personal desde una composición de Ismael Rivera que acabaría por hacerse popular entre otros músicos gitanos de Barcelona.
Su buen hacer con la guitarra le llevó en 1960 a trabajar como guitarrista flamenco en Villa Rosa, un conocido tablao de Barcelona, trabajo que combinaba con los veranos en Calella, que es donde realmente interpretaba la nueva rumba, además de en su barrio. A finales de 1962, por mediación de su amigo Paco Aguilera, que ejercía como una suerte de cazatalentos para el sello EMI, grabó dos temas («Ave María Lola» y «Recuerda») para un disco de cuatro canciones compartido con intérpretes flamencos: era un vinilo destinado al incipiente turismo. Peret, que incluyó un tema propio, el hermoso «Recuerda», no le dio mayor importancia a la grabación (realizada únicamente a guitarra, voz y palmas, registrando en directo y en formato de trío), aunque en ella ya se puede apreciar con meridiana claridad sus intenciones para conformar un nuevo género, que sí, tiene su base rítmica en el rock and roll. Pero tan poca importancia le dio a aquello de grabar discos que, antes de publicarse el vinilo, acompañado de su madre marchó a Montevideo y Buenos Aires a hacer fortuna vendiendo telas; allí le estaba esperando su amigo e incipiente palmero Toni Valentí.
De regreso en Barcelona, en 1963, descubrió que en EMI le estaban esperando para grabar un segundo disco, este solo para él: cuatro temas en los que su amigo Chacho (posteriormente un magnífico solista, que aportó el piano a la rumba catalana) se incorporó en las palmas. Entre los temas de ese disco estaba el mencionado «La noche del Hawayano», que sería un éxito entre la buena sociedad catalana. A partir de ese momento se sucedieron las actuaciones y la grabación de discos, cada vez con más éxito en el resto del país, hasta que «Belén, Belén», de 1965 (y grabada en el sello Discophon), se transformó en un superventas nacional. Desde ese momento, Peret pasó a ser ídolo intergeneracional: apasionaba por igual a jóvenes y adultos, y los medios no tardaron en ponerle el apelativo de «Rey de la Rumba». Comenzaba el mito, que se amplificaría en el Midem de Cannes de 1967, actuando para prensa y disqueros internacionales que quedaron pasmados ante su original creatividad que poco tenía que ver con nada que se conociera. Literalmente le llovieron los contratos para actuar en toda Europa y Latinoamérica, codeándose con figuras internacionales de primer orden. Las actuaciones y las ediciones de los discos fueron constantes en ambos continentes, incluso sus grabaciones se publicaban con regularidad en Estados Unidos.
En aquellos primeros discos, Peret combinó las versiones de temas ajenos (generalmente latinoaméricanos) con la composición de canciones propias, con las que iba asentando el corpus de la rumba catalana, tan apta para el baile y la fiesta como para el recogimiento en temas de corte más melódico y próximos al cantautor. Una rumba que no se imbuía de flamenco (aunque pudiera echar mano de recursos de él) y que tampoco se decantaba por el Caribe: la rumba catalana era esencialmente pop y rabiosamente moderna, de ahí en gran medida su éxito internacional: los temas de Peret podían bailarse (y se bailaban) en las discotecas de la época.
En la cresta de la popularidad y tras obtener éxitos incuestionables con «El muerto vivo» (1966), «Una lágrima» (1967) o «El mig amic» (1968, su primera incursión en el catalán, su lengua materna), le propusieron protagonizar algunas películas, llegando a rodar cinco: «Amor a todo gas» (1969), «El mesón del gitano» (1969), «Qué cosas tiene el amor» (1971), «A mí las mujeres ni fu ni fa» (1971) y «Si fulano fuese mengano» (1971). También colaboró en «Las 4 bodas de Marisol» (1967) y «El taxi de los conflictos» (1969). Pero el cine no era nuevo para él, tras una experiencia menor en «La bella Lola» (1962), en 1962 había participado activamente en «Los Tarantos», ejerciendo de cantante y guitarrista (se le puede ver interpretando rumba gitana y tocando la guitarra con amigos mientras «ventilan»), además se encargó de asesorar al director Francisco Rovira Beleta y de seleccionar a los figurantes (casi todos de su barrio).
En 1971 grabó «Borriquito», un tema en el que satirizaba la costumbre de algunos músicos españoles de cantar en inglés o ponerse nombres sajones. La canción, producida por Juan Pardo, formó parte de un álbum de aquel año con el que Peret daba un paso enorme hacia un sonido más actual y eléctrico. Pero «Borriquito» fue, sobre todo, un inesperado y descomunal éxito internacional, que alcanzó los primeros puestos de las listas en Europa y América, aumentando exponencialmente su popularidad.
Animado por el nuevo sonido, y entregado al estudio de grabación, donde disfrutaba y veía que era el lugar para sacarle el máximo partido a su música, durante la década de los setenta no dejó de explorar nuevas rutas musicales para la rumba catalana, probando incluso registros próximos al crooner, de los que hasta entonces solo había dejado pinceladas aisladas. También ejercía habitualmente de productor de su propia obra. Canciones recordadas de este periodo son «Chaví» (de 1972, cantada en caló), «Mi santa» (1973), «Tócale las palmas» (1973), «Canta y sé feliz» (1974, con la que acudió al Festival de Eurovisión), «Voy pa Barcelona» (1975) o «Saboreando» (1977).
En 1983 se retiró de la música (había grabado por última vez en 1982), tras una epifanía mística mientras conducía de camino a Mataró, ingresó en la Iglesia Evangélica de Filadelfia (conocida popularmente como «el culto»), acabando por ejercer de pastor. Pero en 1989 abandonó la iglesia y la religión. Convencido de que no quería regresar a la música, fue el dúo Chipén (Johnny Tarradellas y Peret Reyes, que había sido palmero suyo) quienes lo convencieron para que les produjera un disco: «Verdad», de 1990. Un año después, animado por su entorno y por la discográfica PDI, se produjo el regreso definitivo, grabando el excepcional «No se pué aguantar». Además produjo álbumes para Los Amaya, Ramonet y Joel.
En 1992, con la canción «Gitana hechicera», que acabaría por ser uno de sus temas más populares, protagonizó la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona rodeado de la plana mayor de la rumba catalana del momento. Sus siguientes trabajos —»Cómo me gusta» (1993) y «Que disparen flores» (1995)— lo muestran en una madurez pletórica, ajustándose más que nunca a la definición de cantautor de la rumba. En 1996 publicó «Jesús de Nazareth», un hermoso álbum en el que recuperaba temas escritos durante sus años como pastor evangelista; trabajo, por tanto, de corte religioso.
El nuevo siglo lo recibió con «Rey de la rumba» (2000), donde recreaba temas del pasado en compañía de artistas como David Byrne, Estopa, Ojos de Brujo, Jarabe de Palo o Los Enemigos. Pero aunque siguió actuando en directo, no volvió a grabar hasta 2007 («Que levante el dedo»), lanzando dos años después el rotundo «De los cobardes nunca se ha escrito nada» (2009). Para este otoño estaba prevista la edición de su primer disco interpretado íntegramente en catalán (aunque a lo largo de los años grabó temas aislados en este idioma), que ya había finalizado. En el momento de serle detectado el cáncer, en julio de este año, estaba ultimando un nuevo álbum en castellano, para el que por fin había registrado «Los ejes de mi carreta» (la canción de Atahualpa Yupanqui que le tenía fascinado y que venía tocando en directo desde hacía años) y diversos temas nuevos propios, entre ellos «Fenomenal» (titulado inicialmente «Vamos todavía»), en el que había musicado una letra de Sergio Makaroff.
En su última intervención pública, a comienzos de junio, en Manresa, lamentó el actual estado de la rumba catalana y arremetió contra la asociación Forcat (Foment de la Rumba Catalana), por utilizar su nombre; y es que desde dicha asociación seguían considerándolo «presidente» (así figura en la web), sin querer darse por enterados de que Peret se había desvinculado de ella años atrás, y así lo había expresado. Detrás veía un interés espurio por lograr subvenciones aprovechándose de su figura, mientras se daba apoyo a músicas que no consideraba rumba catalana. Peret estaba abierto a fusiones musicales siempre que no se perdiera la esencia del género, y le preocupaba la facilidad con la que algunos rumberos jóvenes se adentraban directamente en la salsa creyendo que aquello era rumba catalana. Esta fue su lucha constante en los últimos años.
Con Peret se va uno de los más grandes talentos que ha dado la música popular española y uno de nuestros creadores más internacionales. Un gigante tanto en disco como en escena, que supo conectar con públicos de toda condición (así lo demostró, por ejemplo, en la edición de 2008 del festival Viña Rock) que quedaban atrapados por el inigualable magnetismo de su música y su personalidad arrolladora. Deja una obra amplia y variada (desgraciadamente, la mayor parte de ella inédita en cedé o reeditada de malas maneras), que no se ciñe exclusivamente a los éxitos por todos conocidos: en ella se descubre a un sensacional compositor, original y atrevido musicalmente, cuidadoso e inspirado con los textos (en muchos de ellos se retrata un pacifista, un ecologista, un profundo humanista, un libertario), un guitarrista que hacía con su instrumento lo que le venía en gana y un vocalista que asumía con naturalidad los más variados registros y colores. Un artista, en suma, irrepetible.