Pablo Herrero, junto a José Luis Armenteros, integró uno de los dúos compositivos más importantes y prolíficos de la historia de la música española, al brindar éxitos eternos a artistas tan variados como Fórmula V, Nino Bravo, Jarcha, Rocío Jurado, Lola Flores, Massiel, Miguel Ríos, El Puma, María Dolores Pradera, Juan Bau o Mocedades.
Texto: CÉSAR CAMPOY.
Pablo Herrero Ibarz nos ha dejado este 5 de diciembre, a los 81 años. Excelso intérprete, productor, compositor y arreglista, este apasionado de la música había nacido el 7 de septiembre de 1942. Lo inmenso de su genialidad creadora tan solo fue comparable a su abrumadora sencillez en el trato y la sorprendente modestia de la que hacía gala. En el recuerdo quedarán centenares de sus obras, ideadas en su mayoría en compañía de su inseparable José Luis Armenteros (fallecido en 2016). Todas ellas, desde hace mucho, ya forman parte de la rutina diaria de varias generaciones que, hoy en día (y, a buen seguro, en un futuro), siguen tarareando piezas eternas convertidas en monumentos pop.
Tuve el inmenso honor de conocer a Pablo, tímido como pocos y nada dado (debido a esa condición) a las entrevistas, a través de la inestimable intermediación del también generoso Paco Pastor. «No sé si mi trayectoria puede tener interés para alguien», me comentó cuando le propuse hacer un recorrido por su vida que quedó plasmado en el número 28 de Cuadernos Efe Eme. Afortunadamente, Herrero accedió, y en varias sesiones fuimos desgranando un periplo tan asombroso como impoluto, y una existencia que siempre giró en torno a la música, de la que quedó prendado siendo un niño, después de acudir con su padre a un ciclo de Beethoven en el Teatro Monumental de Madrid. Aquella tarde, Herrero recibió un «hachazo» que irrumpió en su vida arrasándolo todo: «Me quedé tartamudo de la impresión. Tuvieron que llevarme al médico para volver a recuperar el habla», aseguraba.
Desde entonces, su vida cambió, y comenzó a cincelar un legado artístico que acabaría impregnando los poros de cualquier ser vivo aficionado, o no, al compás y la melodía. Primero, como intérprete (al teclado), formando parte, a principios de los sesenta del siglo pasado, de una de las bandas pioneras de los sonidos modernos hispanos, Los Relámpagos, en cuyo seno conoció a un Armenteros del cual ya no se separaría hasta medio siglo después. Aquel conjunto, que vio nacer las primeras composiciones del dúo, acabó convirtiéndose en una de las formaciones de música instrumental con más solera del país, compartiendo escenario, en aquellas primeras matinales con otros gigantes como Los Estudiantes, Los Pekenikes o Los Tonys. Tras acompañar a unos jovencísimos Mike Ríos, Juan Pardo o Júnior, el conjunto comenzó a publicar sus primeros vinilos, primero con Philips, y luego con Zafiro-Novola. Su personalísima manera de adaptar temas populares e idear composiciones que combinaban lo eléctrico con lo tradicional acabó convirtiendo a Los Relámpagos en dignísimos representantes de lo que se dio en llamar el Spanish sound. Además, Herrero, curioso por naturaleza, incorporó elementos novedosos inmerso en una experimentación de la que nunca rehuyó. “Los vikingos”, “Nit de llampecs”, “Danza del fuego”, “Alborada gallega” o los soberbios elepés Los Relámpagos (1967) o Páginas musicales de la historia de España (1969), son algunas de las piezas más conocidas de un combo del que, en la segunda mitad de los sesenta, Pablo fue alejándose progresivamente para acabar convirtiéndose en productor y compositor de muchos de los mitos de nuestra canción.
A finales de la década, la genial pareja creativa ya anda creando para Massiel (“Las rocas y el mar”) o Voces Amigas (“Canta con nosotros”) y, en los setenta, acaba convirtiéndose en uno de los tándems más solicitados y afamados de la industria, al componer y/o producir a figuras de estilos tan variados como Basilio (“Tierras lejanas”), Juan Bau (“La estrella de David”), Sabicas, Realidad, María Dolores Pradera, Luis Gardey, Marisol, Dyango, Mocedades, Apache, Rosa María Lobo, Las Grecas, Lola Flores, José Vélez y, por supuesto, Fórmula V (“Tengo tu amor”, “Cuéntame”, “Eva María”, “Cenicienta”, “La fiesta de Blas”, “Tras de ti”) y un Nino Bravo al que regalaron, entre otras, las inmortales “Un beso y una flor”, “Voy buscando”, “En libertad”, “Volver a empezar”, “Libre” o “América, América”.
Si a toda esta brillante cosecha sumamos otros hitos populares como el “Libertad sin ira” de Jarcha, “Como una ola” de Rocío Jurado, “Latino” de Francisco e incluso la banda sonora de Fútbol en acción (la serie en torno a Naranjito), entenderemos la dimensión de unos Herrero y Armenteros que, durante varios lustros, vivieron inmersos en una vorágine de trabajo que les llevó a vivir a medio camino entre España y Latinoamérica, donde también arroparon melodías de Trino Mora, Delia, Fausto, Claudia de Colombia, Perla, Yoshio, Pimpinela y, faltaría más, José Luis Rodríguez «El Puma».
Pablo siguió unido a la música hasta los últimos días de su vida. Desde que decidió ir dejando hueco a las nuevas generaciones, a las cuales gustaba seguir el rastro, fue disfrutándola como el curioso melómano que siempre fue, tanto escuchándola, como protegiéndola (fue vicepresidente de SGAE), investigándola e interpretándola. En el año 2000 participó en un cedé que publicó el sello norteamericano Sirena Music, bajo la marca New World Relámpagos; hasta el fallecimiento de Armenteros, con él y un grupo de amigos puso en marcha el grupo Trastos Viejos, y, a mediados de la década pasada, incluso llegó a componer un nuevo tema para Fórmula V, un emocionante “A veces los recuerdos son así” repleto de fuerza y empaque.
«Lo único que te puedo decir es que he tenido muchísima suerte en esta vida. No creo que haya hecho nada mejor que los demás. Posiblemente, siempre estuve en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Yo iba para químico, y un día decidí ser músico y, afortunadamente, mi padre me apoyó. Y todo en mi vida se volcó hacia la música. No pensaba en otra cosa. Y he obtenido una recompensa, inmerecida probablemente, pero absoluta», comentaba, al final de nuestra charla de más de diez horas de duración para Cuadernos Efe Eme, mientras recordaba la emoción que sintió un día, en la estación, a punto de coger el tren, cuando, a su lado, un grupo de jóvenes entonaba “Un beso y una flor”.
La última vez que intercambiamos mensajes, hace unas semanas, le envié un vídeo del campo de fútbol de Mestalla. En los altavoces sonaba, precisamente, aquel himno, con la complicidad, vellos de punta mediante, de los aficionados del Valencia CF. «Es impresionante, la huella que ha dejado Nino. Cada día canta mejor», me respondió. De fondo se deslizaban, con firme sensibilidad, una melodía y un texto imperecederos que, como la mayoría de obras de Herrero y Armenteros, siempre nos acompañarán: «Al partir un beso y una flor; un “te quiero”, una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para un tan largo viaje… ».
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