Guns N’ Roses: Treinta años de “Appetite for destruction”

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“El disco pinta un mural terrorífico y nihilista, hace una crónica social que cualquier que no viva en las nubes puede entender e integrar en su experiencia”

 

El 21 de julio de 1987, Guns N’ Roses debutaron con “Appetite for destruction”, el disco que editó el sello Geffen en su búsqueda de nuevos talentos. Treinta años después, Juanjo Ordás reflexiona sobre ese primer álbum y cómo revolucionó el rock de finales de los 80.

 

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Guns N’ Roses
“Apettite for destruction”
GEFFEN RECORDS, 1987

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

El mejor debut de todos los tiempos, un clásico instantáneo, el disco que resucitó el rock and roll… Todo esto se puede decir de “Appetite for destruction” y todo es cierto. Pero no está de más recordar que a ese disco le costó despegar porque, ¡sorpresa!, no es un disco comercial. Hoy Guns N’ Roses revientan estadios en una gira de reunión tocando casi el disco entero, venden merchandising relacionado con él y nadie duda de su carácter mitológico, pero hasta que la MTV no empezó a darle coba a este trabajo de 1987, aquello no se disparó.

Gran parte de la culpa la tuvo ‘Sweet child o’ mine’, el medio tiempo más suave de todo el disco que fue recortado para la ocasión. Aún así, no podemos catalogarlo de comercial. Sí, es una canción de amor, tiene fraseos de guitarra bonitos, pero también una estructura rara con un colofón dramático y agrio

 

 

Tal vez el motivo por el que “Appetite for destruction” y canciones como ‘Welcome to the jungle’, ‘Paradise city’ o la mencionada ‘Sweet child o’ mine’ triunfaron es porque hacían falta. Hablamos de canciones con mucha fuerza en una época en la que el rock and roll estaba flojo. No hablamos de rock duro, metal o pop, sino de rock and roll, aquel propio de los Rolling Stones, Led Zeppelin o Aerosmith, ese mismo que se había quedado huérfano con los primeros en hiato, los segundos disueltos y los terceros destruidos por las drogas. Ahí había un nicho desatendido que una vez desintoxicados Aerosmith empezaron a explotar y cuya demanda también fue satisfecha por Guns N’ Roses.

La gira de reunión actual, que recaló el pasado junio por el Estadio Vicente Calderón de Madrid, se centra en las figuras del cantante Axl Rose, el guitarrista Slash y el bajista Duff McKagan, pero los Guns N’ Roses originales, los que grabaron “Appetite for destruction” y giraron presentándolo en directo, estaban completados por el guitarrista Izzy Stradlin y el batería Steven Adler, y fue la conjunción de esas cinco personalidades los que hicieron de ese disco lo que es. No se puede subestimar la importancia de ninguno de ellos. Incluso Adler, el miembro más prescindible, tenía un groove único a la batería, pese a no ser un prodigio. Fue el conjunto y no la suma de las piezas lo que produjo la creación de penúltimo gran disco del rock estadounidense antes de “Nevermind” de Nirvana.

Las canciones de “Appetite for destruction” eran perfectas de principio a fin, y aunque hoy en día estemos habituados a ellas (más de la mitad se pueden considerar clásicos del rock), no son canciones obvias, juegan a la sorpresa (las codas finales de ‘Rocket queen’, ‘Paradise city’ y ‘Sweet child o’ mine’), se piensan mucho las estructuras (‘Welcome to the jungle’, ‘Nightrain’) para de pronto atacar con numeritos directos a la yugular (‘You’re crazy’) o hacer trucos con los tempos (‘My Michelle’). Colocan hermosos solos por doquier (‘Out to get me’) y nunca jamás abandonan la melodía, ni siquiera en los temas menos conocidos del disco (‘I think about you’ y ‘Anything goes’). A lo largo de todo “Appetite for destruction” no dejan de pasar cosas, porque al margen de su fuerza es un disco entretenidísimo de principio a fin.

 

 

Choque de trenes
Que esté cargado de tantos matices en cada canción es fruto del choque entre sus componentes. Slash vivía influido por Joe Perry y Jimmy Page, a Axl Rose le encantaba Elton John, Duff McKagan era fan de Prince y Izzy Stradlin era una fusión entre Keith Richards y Ron Wood. Por otro lado, cada uno de ellos tenía el carisma suficiente para haber liderado otra banda, y a la larga, todos terminarían sacando adelante sus proyectos en solitario de una manera u otra.

Son muchos los motivos que nos llevan a celebrar este disco. Probablemente lo más interesante de “Appetite for destruction” es que pinta un mural terrorífico y nihilista, hace una crónica social que cualquier que no viva en las nubes puede entender e integrar en su experiencia. La violencia de la ciudad, el atractivo del sexo, el escapismo alcohólico, las vidas rotas, los romances frustrados y el amor. Y es por eso por lo que siempre será inmortal, porque el hombre da vueltas y vueltas dentro de la misma rueda, y estas canciones suenan y suenan.

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