Gravity stairs, de Crowded House

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DISCOS

«Arreglos más reflexivos y complicados, y estructuras melódicas diferentes. Al fin y al cabo, Neil Finn está en otro momento vital»

 

Crowded House
Gravity stairs
LESTER RECORDS / BMG, 2024

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

«Las palabras importan, pero se interponen en el camino / Cuando tienes algunas historias que contar / Deja que reine la melodía/ Oh, sí». Así se abre, con “Magic piano”, el octavo disco de Crowded House en casi cuarenta años, y el cuarto desde principios de siglo. En su encarnación actual, la banda está formada por Neil Finn, el leal bajista Nick Seymour, el teclista y productor Mitchell Froom y los hijos de Finn, Elroy y Liam, recuperando a su hermano Tim Finn para la canción “Some greater plan (for Claire)”, que habla, muy apropiadamente, de la historia de amor de su padre.

Gravity stairs (Escaleras de la gravedad) toma su nombre de una robusta escalera de piedra cerca de donde Neil Finn pasa sus vacaciones, lo que le sirve para compararla con su propia mentalidad como creador, «una metáfora para envejecer un poco y tomar conciencia de tu propia mortalidad, tu propia fisicidad. Se necesita más determinación para llegar a la cima, pero todavía existe la misma compulsión por escalar».

Por ello, el disco aborda temas como la pesadumbre y la ligereza de la vida, la búsqueda de consuelo y la búsqueda de la propia expresión en la música, el reconocimiento del amor a pesar de la presencia de fuerzas oscuras, la fugacidad, la esperanza y la resiliencia. Y lo hace con un sonido también acorde, con la mayor parte de sus canciones envueltas en una bruma de ensueño, a la que no le quedan lejos los Crosby, Stills & Nash folk, la suave transgresión de The Beatles de la mitad de su carrera o Wilco con su lirismo refinado en sus dos o tres piezas algo más dinámicas.

No hay aquí los ganchos pop familiares que dominaron los primeros discos de la banda, ni tan siquiera gemas pop como algunas de las que aparecían en Dreamers are waiting, su anterior trabajo de 2021, como la maravillosa “Love isn’t hard at all” —lo más aproximado podría ser “Oh hi” o “The howl”—, sino que aparecen reemplazados por arreglos más reflexivos y complicados, y estructuras melódicas diferentes. Al fin y al cabo, Neil Finn está en otro momento vital, el que por su edad le corresponde.

Anterior crítica de discos: 1985 , de The Waterboys.

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