COMBUSTIONES
«Hay oro al peso, recitados demoledores, baladas que estrangulan, sabiduría, erotismo, dolor y placer»
Esta semana Julio Valdeón ha degustado el disco póstumo de Leonard Cohen, Thanks for the dance, en su presentación en sociedad, a la que acudió el hijo y productor del canadiense, Adam Cohen. Estas son sus impresiones.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
La historia comenzó con un vídeo en el que una joven de cabeza pelada, trasunto de Leonard Cohen, atraviesa el bosque del desconsuelo hasta acabar delante de un lago levitando a dos metros del suelo. Cualquiera que lo viese podría sospechar que el legado del canadiense había sido secuestrado por unos hipsters cursis, con el maletín repleto de frases hechas y ungüentos de autoayuda. Falsa alarma. La obra del canadiense continúa en las inmejorables manos de su hijo, Adam Cohen. Si en las últimas entregas discográficas de su padre, Adam había gozado de una importancia creciente como productor, que culmina en el devastador y nutricio «You want it darker», el morlaco que ahora le tocaba arponear parecía considerablemente más fiero. Al morir el cantautor había dejado inacabadas un buen puñado de canciones.
En la mayoría de los casos Adam solo disponían de su pista vocal. Pero parecía más que suficiente. Un Leonard arrasado por el cáncer a menudo fue capaz de bordar sus interpretaciones. Las palabras resbalaban de su boca con el fulgor de lo irrevocable. La falta de oxígeno, la evidencia de que el contador boqueaba, no le impidieron bordar el fraseo, los tempos, los acentos necesarios. Además, el público se ha acostumbrado hace tiempo a disfrutar de sus ídolos en los momentos finales, cuando la verdad más dolorosa gana la partida a cualquier otra consideración estética. Pienso, un suponer, en las estremecedoras, angustiosas sesiones finales de Johnny Cash con Rick Rubin. El propio Adam nos reconoció, durante la presentación de Thanks for the dance, el pasado martes 19, en un un coqueto edificio del Soho propiedad de la marca de equipos de alta fidelidad, que había hablado con Rubin varias veces. Toda la ayuda y todos los consejos parecían pocos a la hora de reflotar este legado magnífico.
El resultado, por momentos sublime, concitará el consenso de los hacedores de elogios fúnebres y abrirá con grandes titulares las secciones de cultura de los periódicos. Me alegró. Cohen lo merece. Pero no se engañen. Thanks for the dance es mucho más que una operación de marketing o un souvenir para incautos. Hay oro al peso, recitados demoledores, baladas que estrangulan, sabiduría, erotismo, dolor y placer, lágrimas como espadas y poesía de la que apacigua huracanes y desata terremotos en esta recopilación última o penúltima. En el turno de preguntas aproveché para preguntar a Adam si alguna vez veremos unas Bootleg series dedicadas a Cohen. Del concierto en el pabellón psiquiátrico para los locos a las giras de los ochenta y noventa hay material de sobra para una serie sublime. Falta que los jefes al mando concluyan que también hay público.
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Anterior entrega de Combustiones: Cuando Bob (Dylan) se hizo vaquero.