TREINTA ANIVERSARIO
«Estas canciones, todo lo que acertó a decirnos Jeff en vida, demuestran que su obra está muy por encima de la mitificación»
Cuando estaba grabando su segundo álbum, Jeff Beckley se adentró en el mar para no volver a salir. Pero aquí quedaron las diez joyas que componen su primer disco, Grace, sobre el que hoy regresa Fernando Ballesteros. Una solitaria obra magna, un trabajo inmortal.
Jeff Buckley
Grace
COLUMBIA RECORDS, 1994
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Jeff Buckley tendría hoy 57 años. Con más de tres décadas de carrera a sus espaldas, probablemente, porque creo que habría jugado con sus tiempos y sus reglas, se acercaría a la decena de discos editados. ¿Qué estaría haciendo hoy Jeff? ¿Hacia dónde se habrían encaminado sus inquietudes artísticas? A veces pienso en estas cosas. Hoy no. Solo quiero constatar que, en cualquier caso, aunque estuviese vivo y, digo más, incluso si hubiese llegado a publicar discos decepcionantes, en este mismo momento, estaría escribiendo sobre su debut, Grace, y refiriéndome a él como una obra maestra indiscutible.
En Pégate un tiro para sobrevivir, Chuck Klosterman escribió sobre la muerte temprana de los artistas y la mitificación que conlleva, con la precisión y agudeza con la que solo son capaces de hacerlo los elegidos. Y es cierto, nadie escapa a ese fenómeno. Pero tampoco al contrario. De un lado están los mitómanos, del otro, los escépticos que te pueden llegar a decir que, en fin, si Buckley no nos hubiese dejado en 1997, hoy no estaríamos hablando de él en unos términos tan elogiosos y hasta exagerados. Honestamente, no sé cuál es el plus que le da la muerte a un artista, no lo sé medir ni siquiera en mí, no tenemos un perfecto control y dominio sobre nuestros sentimientos. No puedo poner la mano en el fuego por mí. Así que, de acuerdo, es posible que hoy estuviera escribiendo con algo menos de emoción sobre Grace y sobre el viejo Jeff, ese artista maduro del que estaríamos esperando su undécimo disco, con no demasiadas esperanzas de que se llegara a acercar a los logros del pasado.
Pero el hecho es que, en vida, solo hubo un elepé y aquel es mágico. Como no podemos cambiar la historia, lo que sí se puede intentar es tomar distancia e intentar viajar mentalmente al año 1994, a la edición de Grace y a los años posteriores, justo hasta el día anterior a la partida de Jeff. Porque el culto en torno a su figura no comenzó el 29 de Mayo de 1997. Tengo pruebas. En algún lugar están mis ejemplares de Popular 1 en los que se glosaban las bondades de aquel álbum, la expectación que existía por el que tendría que haber sido su continuación y el duelo que se vivió en los meses siguientes a su fallecimiento. La sección del Correo de aquellas revistas pueden dar buena fe de lo injusto que sería que, el mito, pudiera llegar a dejar en un segundo plano a la realidad de un artista que desde su aparición se hizo con una base de fans que no querían mitificación, que se llevaron un disgusto, que querían —queríamos— más años, discos buenos, enormes, malos, decepcionantes, la vida en fin…
Por supuesto, nos habría gustado verle en directo, emocionarnos, como cuentan que lo hicieron los que estuvieron presentes en 1991 en su puesta de largo. En una iglesia de Brooklyn, en un homenaje a su padre, Tim Buckley, fallecido en 1975 por culpa de la heroína, el joven Jeff se lanzó a la interpretación de un ramillete de canciones que dejaron a la concurrencia con la boca abierta y ganas de más. Había madera y los ejecutivos de la industria no tardaron en darse cuenta de ello. Aquel breve concierto le sirvió para saldar deudas y cerrar alguna herida. Cuando murió su padre apenas tenía ocho años, no estuvo en su funeral y aquello le dolió; cantar para él, para su memoria, fue su forma de presentar sus respetos a una figura paterna que, en vida, tampoco había estado muy presente en la suya ya que apenas le había visto en un par de ocasiones. Es más, aquello fue más un reconocimiento a un artista que a un padre. Ese lugar, en su caso, siempre estuvo representado por Ron Moorhead, el marido de su madre.
Éxito moderado para un disco aclamado por la crítica
Cuando Columbia puso el disco a la venta el 23 de agosto de 1994, las críticas ya fueron excepcionalmente positivas. La originalidad, la variedad de registros, la sensibilidad expresada en su forma de interpretar sus propias creaciones o apoderándose y haciendo suyas las de otros, le convertían en un artista diferente. Difícilmente encasillable, es más, tan grande, que creo que sería algo así como una falta de respeto intentar hacerlo. La música contenida en Grace conmueve por su intensidad, esa sí que es una constante. No todo fueron parabienes, no voy a idealizar. Hubo reseñas más tibias, alguna que otra negativa y otras publicaciones le ignoraron. 1994, recuerden, sin Internet, aquellas revistas eran la vida. Las esperábamos ansiosos, hasta que no llegaban al kiosco, no sabíamos lo que había pasado con nuestros artistas. Me cuesta hasta recordar que aquella realidad existió.
El caso es que tras aquella presentación en Brooklyn con Gary Lucas, trabajó con él durante un año y, posteriormente emprendió su camino tocando mucho en directo. Lo más cerca que podemos estar de aquellos conciertos es escuchando Live at Sin-é. Su catálogo de versiones era espectacular, no es sencillo hacerse una idea de lo que eran aquellas presentaciones en vivo. Hay mucho de legendario y mítico en los testimonios de los que sí pudieron estar presentes y yo los quiero creer, los creo. Muy claro lo vieron los directivos de Columbia que, en octubre de 1992 y tras ver cómo se las gastaba en vivo, le firmaron un contrato para tres discos. Estaban convencidos de que iba a ser el mejor cantautor de su generación.
Y empezó a demostrarlo con su debut. Aún hoy, tanto tiempo después, cuesta asimilar que estamos ante la primera gran grabación de un artista. De acuerdo, su voz era única y con ese aval por delante tienes mucho ganado pero luego está la personalidad. Convengamos en que “Hallelujah” no era una elección precisamente facilona y ¿qué me dicen de “Lilac Wine”? Esta última es, para el que firma esto, lo mejor del disco y su relectura del tema de Leonard Cohen es sobrecogedora. En el 94 apenas era conocida si lo comparamos con su sobreexposición actual. Hoy en día, ya hasta me satura escucharla y siento cierto rechazo cuando me topo con ella caminando por la calle, en un programa de televisión o vaya usted a saber dónde, pero todas esas reservas se desvanecen cuando la versión es la de Jeff. Esta canción ya es suya. Nació como una versión pero se la apropió. Sencillamente magistral.
Las diez canciones de Grace son retratos de una persona que vive una tormenta en su interior. Hay pérdida, aislamiento y, lo siento, sé que se lo leí a un crítico en cierta ocasión, no le puedo citar porque no recuerdo su nombre, pero venía a decir que hay mucho de ese gran mal que es la absoluta incompetencia del ser humano en tiempos de problemas. Para llegar a este resultado, lo primero que hizo fue asegurarse de que iba a tener las riendas de la grabación. Necesitaba libertad para poder dar salida a todas sus inquietudes que, en lo tocante al arte en todas sus ramas, parecían infinitas. Pidió a Andy Vallace, que había mezclado Nevermind como productor, y reclutó a una banda que le guardara las espaldas. A la grabación llegó con algunas canciones propias que ya sonaban en sus reputados directos en el circuito de Nueva York, versiones y un espíritu abierto a que del trabajo en el estudio, surgieran nuevos frutos.
Grace es una maravilla que comienza con la creciente “Mojo Pin”, una joya que va de menos a más, y el medio tiempo de “Grace”, ambas firmadas con el guitarrista Gary Lucas. “Last Goodbye” rebosa melancolía y facultades vocales. Si existe la perfección, aquí, en el peor de los casos, la debe rozar “Lilac Wine” de James Shelton, ya dije que es mi ojito derecho. “So Real” es rockera y juega con los cambios de ritmo a los que se adapta como un guante el gran rango vocal de Buckley, “Lover, you should´ve come over” sucede a su inmortal —sí, suya— ”Hallelujah” y es otra gran canción con su voz bordándolo fino. La tercera de las versiones del disco es “Corpus christie Carol” una canción de Iglesia conmovedora, y el final es para “Eternal Life” en la que luce su lado más rockero y “Dream Brother”, psicodelia y caminos más sinuosos para terminar el viaje.
Dejando a un lado el éxito con la crítica y las muestras de admiración de los compañeros de gremio, cuesta entender que aquella obra no obtuviese más reconocimiento comercial en Estados Unidos. De acuerdo, no era un producto de consumo rápido y digestión fácil y rápida, pero es que el público, en 1994, había convertido en multiplatino a propuestas a las que apenas cuatro años antes, difícilmente se habría visto una salida comercial. Aquel año llegaron a la cumbre Soundgarden por poner un ejemplo. Es imposible meterse en la cabeza del público y más aún en la mente de los que dirigían la industria. En todo caso, reflexionando ahora que han pasado tres décadas, es posible que en aquellos momentos fuese beneficioso a efectos comerciales dirigirse a un público rockero y Jeff le hablaba a varios públicos. Como “producto” era más indefinido y contaba con una aureola de cantautor que le pudo alejar del consumo masivo.
El segundo disco. La confirmación que nunca llegó
En cualquier caso, aquel era un primer paso de una carrera de —por lo menos— medio fondo. Jeff sentía admiración por Dylan o Van Morrison y, basándose en esos modelos y otros similares, debía concebir su carrera en el sello. Nada de explosiones. Pero lo tenía todo. Después de girar por medio mundo se centró en la que tendría que haber sido la continuación de esta obra maestra: My sweetheart the drunk. Tras grabar varias maquetas, decidió ponerse manos a la obra con su equipo, era el momento de producir su segundo trabajo. Corría el mes de mayo de 1997 y Memphis era el lugar elegido. El cantante llegó a la ciudad con unas horas de adelanto por lo que decidió dar una vuelta con su colega Keith Foti mientras llegaba el resto de la banda.
Buckley tuvo la idea de ir al río Wolf y cantar allí unas canciones, pasar el rato. Aquel 29 de mayo, sobre las nueve de la noche, Jeff se metía en el río sin quitarse la ropa, ni siquiera las botas. Dos barcos pasaron por allí y cuando Keith volvió a mirar, su amigo había desaparecido. Cinco días después, su cadáver aparecía flotando en el río. No se hallaron restos de alcohol o drogas en su sangre. Desde entonces, y sin aclararse por completo las circunstancias que rodearon a su muerte, surgieron varias leyendas. Una de ellas, afirma que terminó con su vida de una forma consciente mientras cantaba el “Whole lotta love” de sus adorados Led Zeppelin y su cuerpo se perdía en el agua. Otras afirman que se trató de un accidente, al fin y al cabo, y a pesar de los problemas que arrastraba y los demonios con los que tuviese que lidiar, su carrera vivía un momento dulce. Estaba allí para grabar su segundo elepé con el que estaba muy ilusionado, conviene no olvidarlo antes de aventurar otras teorías.
Aquella grabación prevista se fue al limbo y la discográfica terminó editando las demos que ya estaban registradas con el título de Sketches for my sweetheart the drunk, de manera que Grace se quedó como su solitaria obra magna, un disco inmortal. Murió el artista y nació el mito, pero aquellas canciones, todo lo que acertó a decirnos Jeff en vida, demuestran que su obra está muy por encima de la mitificación que acompaña a los creadores que se marchan cuando apenas han dado sus primeros pasos. Si Buckley estuviese entre nosotros, su primer disco seguiría siendo un diez sobre diez y creo que hasta Chuck Klosterman estaría de acuerdo con este juicio.
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Anterior entrega de 30º Aniversario: Laid (1993), la cima de James.