DISCOS
«Tiene ese punto de equilibrio entre el soul y el rhythm and blues de nuestro tiempo sin delegar demasiado en el sudor por el sudor ni en la sacarina por la sacarina»
Leon Bridges
Gold-diggers sound
COLUMBIA, 2021
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Sensualidad. Clase. Groove. Y canciones de plena solvencia. ¿Es suficiente con eso para despuntar en un terreno tan abonado por los Gregory Porter, Curtis Harding, Jon Batiste o Myles Sanko de turno? Seguramente sí, siempre que se combinen todos esos principios con cualidades que posiblemente no todos tengan, o no al menos a la vez: versatilidad y esa indefinible pericia para bascular entre lo tradicional y lo avanzado, para sonar clásico y moderno a la vez. Y eso lo tiene este impecable tercer álbum del músico de Atlanta. Quizá no sea rompedor, ni transgresor, pero tampoco acomodado o meramente formulista, repantigado en el socorrido ejercicio de estilo.
Tiene ese punto de equilibrio entre el soul y el rhythm and blues de nuestro tiempo (“Magnolias” es un guiño confeso a Sade, aunque su leve síncopa no le corresponda), sin delegar demasiado en el sudor por el sudor ni en la sacarina por la sacarina. Las colaboraciones —el teclado de Robert Glasper, el saxo de Terrace Martin o la voz de Ink— funcionan sin restarle protagonismo, porque son detalles más cosméticos que de fondo (aunque la firma sea en algunos casos compartida), al contrario de lo que ocurre muy a menudo en esta era del featuring descontrolado, y la factura global es irrebatible, a la altura del pedigrí de los remozados estudios de Hollywood que dan nombre al álbum. ¿Notable holgado? Pues por ahí podría andar, sin duda.
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Anterior crítica de discos: Polvo de Battiato, de Ángel Stanich.