Glen Hansard: El oficio del buen cantante

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“‘Grace beneath the pines’ la respiró y la cantó desnuda, dejando ver solo su perfil a contraluz”

 

 

La gira española del irlandés Glen Hansard recaló este sábado en Madrid. Un directo que defendió con cuerdas, metales y una sólida banda de rock con los que supo trasladar sus mejores composiciones. Allí estuvo Marta Sanz.

 

 

Glen Hansard
Teatro Nuevo Apolo, Madrid
20 de diciembre de 2016

 

 

Texto: MARTA SANZ.
Fotos: A. LAGUNA.

 

 

Glen Hansard aterrizó una gélida tarde de sábado en Madrid, y prendió un pequeño teatro de la capital con solo entonar los primeros versos de una canción a capela. Abrigado por diez músicos excelentes, desgarró su voz y las cuerdas de una vieja guitarra agujereada, que tiene tanta fuerza y serenidad como quien la sostiene. Y todos juntos demostraron que son pura vida sobre el escenario.

Aunque el cartel de no hay billetes se colgó hace días en la taquilla del Nuevo Apolo, no se formaron colas a las puertas del teatro. No hizo falta. No había reticentes asistentes apurando el frío aire de la calle, ni remoloneo dubitativo en Tirso de Molina. Las butacas estaban listas y cubiertas a la hora en la que el irlandés salió al escenario. Y casi se pudo escuchar al público aguantando la respiración en el inmenso segundo de silencio que precedió a su voz.

 

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En ocasiones, el músico es dado a comienzos atronadores, pero esta noche tocaba vestir las canciones de terciopelo rojo y madera, y ‘Grace beneath the pines’ la respiró y la cantó desnuda, dejando ver solo su perfil a contraluz. Con un pie al borde del escenario, se sumaron poco a poco los músicos que le acompañaron. Un trío de cuerda, otro de viento; una joven pianista. Y ellos. Sus cómplices en The Frames, el cimiento de su carrera en solitario. A su lado Graham Hopkins, la sonrisa a la batería. A su izquierda Rob Bochnik, su infaltable compañero. Y arropando desde el fondo, el prodigio del contrabajista Joe Doyle.

La noche empezó con calma, siguiendo la deliciosa estela de serenidad que había dejado en el aire su telonero, Mark Geary. Entre pausados silencios y breves sonrisas, picó de su nuevo disco las primeras canciones, ‘Winning streak’ y ‘Mi little ruin’. Incluso su primer paso atrás, que llegó con la muy celebrada ‘When your mind’s made up’, parecía una serenata. Dio esa sensación durante un minuto. Y la calma se convirtió en fuego, Glen se encendió, y prendió el patio de butacas. Y entonces en llamas, casi provocador, volvió a bajar la voz. Y trajo la media melancolía de ‘Bird of sorrow’, y al guitarrista inseguro de Once con ‘Falling slowly’. Esa canción que ganó un Oscar, y que no puede brillar como su estatuilla porque no es estrella de un repertorio mediocre, sino punto de partida de un puñado de excelencias.

 

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Glen Hansard cuida cada detalle de la noche. Enseña paciente y cuidadoso los coros al público, mueve los focos para iluminar a Mike el saxo, cuenta y canta con una voz que desarma, con un alma inabarcable. Mira a los ojos del público, busca respuesta a su conversación. Porque no exhibe, conversa. Y toma prestadas palabras hasta hacerlas herida de todos. Y ‘Northern sky’ (de Nick Drake) y ‘Astral weeks’ (de Van Morrison) pasean por la calle Magdalena como gatas con mil casas. Cuando habla de su primer viaje a Nueva York, nos pone la maleta de cartón en la mano, y traza la historia más triste y bella del mundo para arrebatar a una famosa saga de películas una canción, ‘Come away’. Y desde ese momento, quien la escucha asocia la canción a ese montón de vida olvidada que Glen encontró en una acera de la gran ciudad.

 

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Confiesa a mitad de camino que su voz no tiene buena noche, y le responden cantando con él. El patio de butacas se convierte en un pub de Irlanda con ‘Mc Cormack’s wall’, y lo celebra bailando ‘Lowly deserter’. El primer punto y aparte llega con todo el optimismo de ‘High hope’ y ‘This gift’, y se abre con el grito desgarrador de ‘Say it to me now’. De pronto, Glen sorprende al público y sube hasta el segundo anfiteatro, donde deja que le abracen, y de nuevo se unen a él Graham sin baquetas y Rob con guitarra. ‘Gold’, que viste de pena inmensa tras la muerte de Fergus O’Farrell, araña Madrid antes del abrazo.

 

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Entonces, vuelve a subir al escenario para regalárselo a Mark Geary, y la breve paz que entrañan sus voces advierten del final. El penúltimo trago, la versión más bella jamás interpretada de Bruce Springsteen, ‘Drive all night’, asfalto y ardor. El último brindis, ‘Her mercy’. Sabemos por la lista de canciones que aún tienden en el escenario que el guion era distinto, y que algunas como ‘Revelate’ o la sublime ‘Stay the road’ se quedaron con las ganas. Pero la noche no precisó de nada más, ni hubiera admitido nada menos. Y por eso la mente de los asistentes estará el domingo por la noche en el viejo café Antzoki de Bilbao, donde Glen Hansard se despide ante un pequeño grupo de afortunados de nuestro país. Ojalá por poco tiempo.

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