«A día de hoy no sé a qué estilo me debo ni lo quiero saber. Hay mucha música en el mundo y dedicarse solo a un estilo es una gran imprudencia a mi modo de ver. Un gran aburrimiento»
Menos barroco, pero igual de inclasificable, esa es la propuesta inicial de Gilbertástico en «heil Gilber», un disco de pop rico en colores producido por Fernando Polaino. Carlos Pérez de Ziriza lo entrevista.
Texto. CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Foto: RAFA «TANAKA» MONZÓ.
Gilberto Aubán (o, lo que es lo mismo, Gilbertástico) es uno de los más singulares músicos surgidos de la escena valenciana en los últimos años. Si en su anterior trabajo («Versalles», 2011), se dejó guiar por las sabias manos de Joaquín Pascual (Surfin’Bichos, Mercromina) para tramar un álbum de pop enrevesado y barroco, abigarrado y por momentos delirante (con ecos de El Niño Gusano o Astrud, pasados por su tamiz de formación musical clásica), en esta ocasión ha preferido contar con la producción de Fernando Polaino (ex Los Lunes, propietario de Granja Beat) en un cambio de tercio que, sin abandonar sus señas de identidad, parece buscar a su público de una forma más directa. Porque el resultado, «Heil Gilber», es un disco en el que ha ganado concreción pop, y que se presta a ser presentado en cualquiera de las divertidas humoradas (que no bufonadas, nunca anda corto de talento) en las que convierte cada concierto suyo. Si tienen ocasión, no se lo pierdan. De momento, dejemos que él mismo se explique.
Has editado con Granja Beat, en lugar de volver a hacerlo con Comboi ¿Por qué?
En 2009 estuve de gira con Dwomo para presentar “Disco Dios” y en muchos de los conciertos aparecía un curioso personaje con una gran barba que se ponía a los mandos del técnico de sonido en Valencia, Madrid… Era Fernando Polaino. Ya antes de sacar el “Versalles” quedé fascinado con su manera de producir directos y discos y poco a poco fuimos teniendo cada vez más relación. Cuando me dijo que iba a hacer un sello discográfico nuevo produciendo él a los artistas (yo conocía su faceta de productor de Dwomo y algunas otras cosas, pero hasta que no fui a grabar con él no supe verdaderamente la magnitud de su faceta de productor, extensa, variada y exitosa) no pude decir que no. Yo entonces acababa de sacar “Versalles”, pero tenía más canciones que le fui enseñando, cada una de su padre y de su madre, y a él le encantó esto, esa variedad. Me ofreció todo a cambio de nada, a cambio de ser yo mismo, con mi música y mis maquetas carpetovetónicas. Comboi y Joaquín Pascual me ayudaron infinitamente a la hora de sacar “Versalles” y les estoy altamente agradecido, pero en ese momento era un poco pronto para sacar otro disco con ellos y yo ardía en deseos de sacar ya “Heil Gilber”.
La sensación es que las melodías están más focalizadas, que los temas son algo menos barrocos y más pop de lo que eran en «Versalles». ¿Estás de acuerdo?
Sí, totalmente, de hecho hubo cierta intención de “popalizar” el disco desde el principio o, más bien, de no conceptualizarlo como un todo sino conceptualizar cada canción en su estilo y que el sonido y la producción fueran lo que diera unidad. También es verdad que las canciones se eligieron de una manera curiosa: teníamos una lista que íbamos recitando y Polaino apuntaba solo algunas. Cuando terminamos teníamos las trece y Polaino me confesó que las había elegido a tenor de la cara que le ponía al nombrárselas. El resultado fue ese, un disco con más estrofas, puentes y estribillos, aunque haya alguna canción más de musical (‘Barchin del Hoyo’ o ‘Amor tírria’). En mi interior también estaba la duda de si podía hacer cosas más sencillas, más audibles, pues a mí no solo me gustan los musicales enrevesados ni la música clásica. También soy hijo del pop y quería bailar con este estilo, quería saber que el disco se podía poner de fondo como música de acompañamiento o bien a todo volumen para cantar sus letras, algo que no sucedía con muchos temas de “Versalles”, aunque en absoluto lo veo como algo malo, pero me apetecía, vaya, otro concepto de canción, una vez ya sabes que las composiciones extrañas y deslavazadas son tu hábitat natural, pedirse a uno mismo explorar otros mundos más accesibles pero más desconocidos.
¿Es la portada y el «artwork» del álbum un reflejo de ese deseo de mayor luminosidad? ¿Un intento por alejarte del tono, quizá demasiado conceptual, de «Versalles»?
El «artwork» fue la típica cosa que no se materializó hasta muy poco antes de sacar el disco. Una vez teníamos todo hecho y solo faltaba cómo vestir el álbum por fuera, supimos que necesitaba luz y bienestar. A partir de ahí dimos bastantes vueltas hasta que el objetivo mágico de Rafa Monzó resolvió nuestras dudas. Por otro lado, creo que es un disco arraigado en el mundo costero, de donde vengo, y de donde salen muchos de los capazos sentimentales que alberga el álbum. Yo quería encerrar el verano mediterráneo como sentimiento, como azote de pasiones y amores, por un lado con las canciones y, por otro, con la imagen del disco.
La historia que relatas en las notas interiores, acerca de la gestación del disco, sugiere una génesis casi casual, como un cúmulo de coincidencias. ¿Es tan imprevisible tu proceso creativo?
Cómo explicarte… Es cierto que yo mismo me sorprendo por cómo terminan sonando mis canciones. Si en “Heil Gilber” hay variedad de estilos, lo mismo sucedía con los descartes que finalmente no entraron. A nivel individual es un misterio, cuando se empieza a grabar la maqueta, cómo va a sonar al final. Lo bueno es que esa frescura o como quieras llamarlo, esa manguera sin bombero, se ha mantenido en la grabación final, respetando muchas cosas de preproducción que yo creía que cualquier productor iba a querer arreglar o “normalizar”. Pero sí, a día de hoy no sé a qué estilo me debo ni lo quiero saber. Hay mucha música en el mundo y dedicarse solo a un estilo es una gran imprudencia a mi modo de ver. Un gran aburrimiento. Yo no podía hacer folk, ni rock ni nada que implicara una identidad de estilo vinculante. No valgo para eso. Prefiero mecerme en las olas del mar de músicas en el que vivimos. Otras veces sí que hay una intención, un objetivo final que se busca desde el principio o un tipo de sonido que ya estaba claro a la hora de empezar a grabar, pero pocas.
En todo caso, en el álbum hay efluvios de Gorkys Zygotic Mynci o El Niño Gusano en algunos temas (por algo son dos de tus bandas favoritas de siempre), pero también hay aires de polka en ‘Un nombre vasco’, synth pop colorista en ‘Arduo es el camino’, robótico en ‘Tierra de hombres’ y mucho más oscuro, desconcertante y, si se me permite, mal rollero, en ‘El hechizo laboral de San Vicente’. Dos de ellas con homenaje implícito a Andrew Lloyd Webber. Y eso por no hablar del guiño (bueno, mucho más que un guiño, casi una adaptación) al himno regional valenciano en el último tema ¿Cómo se puede comer todo eso a la vez? ¿Sientes necesidad de apuntar en múltiples direcciones?
Sin ánimo de compararme ni nada, siempre he sido muy fan de discos como el “Mutations” o “Midnite vultures” de Beck . Cuando tenía catorce años me los ponía y decía “joder, este tío mola más, me da más paisajes, más emociones, más delirios”, así que en realidad siempre he sido muy amante de la variedad. De una diversidad enfocada, es decir, con diferentes mundos pero con un nexo de unión, que es la voz y las letras, el piano, la interpretación, pero libre en el sentido estilístico. Gorky’s y el Niño Gusano son algo que me acompañará siempre, por mi forma de tocar el piano toscamente (Gorky’s, Euros Childs) y por el apego a lo fantástico (El Niño Gusano). El hecho de que convivan el techno con otros ritmos que poco tienen que ver es lo que antes te explicaba, pero también puede tener otro origen o motivación: en mi formación como instrumentista está incluida toda la etapa en la que he tocado con grupos como Tórtel (folk), Jonston (pop), Mr Perfumme (folk dramático), Dwomo (estilo libre) y todas las demás bandas en las que he estado y que han completado mi pequeño mundo de melodías. Los homenajes a Andrew Lloyd Webber son muy concretos, es decir, medio difíciles de encontrar. Los descubrirá quien haya escuchado muchas veces “Jesucristo Supestar” y simplemente son dos melodías a lo largo del disco que aluden al musical, pero vamos, que son meras frivolidades de «freak» que, además, se incluyeron por “accidente”: revisando el disco me di cuenta de que dos pequeñas melodías provenían de dibujos melódicos de este musical, pues son parecidas. Me parecía poco honesto no poner nada y atribuirme por completo su autoría, solo por el hecho de haberlos cogido y transformado. A veces veo eso en discos de otros: estrofas copiadas de libros o melodías fusiladas y, cuando veo que no ponen nada al respecto en los créditos me da un poco de vergüenza ajena, la verdad.
¿Consideras un hándicap la dificultad de medios y público para etiquetarte?
Sí, pero sinceramente siempre pensé que eso sería un punto a favor y no un hándicap. Me sorprende, de verdad, el revestimiento negativo que parte de la prensa, músicos conocidos o el propio público le da a esta variedad. Te hacen creer que un artista solo es creíble si ofrece un producto determinado y etiquetado y eso es un problema a mi juicio, un problema para la creación libre y “renacentista”, que es como yo la entiendo. La “gustitis” hace que proliferen grupos de determinado estilo en determinada época, pero eso sí es un riesgo, ¿qué harás cuando cambie la veleta? Mejor tener la tuya propia, para bien o para mal.
¿Cómo ves la escena pop en Valencia? ¿Consideras que puede haber paralelismos entre tu propuesta y alguna otra cercana?
Creo que es una escena rica y copiosa, aunque un poco perezosa en exceso para mi gusto en algunos sentidos. Desde ciertos periodistas hasta el público hay como una certeza de que ya sabes lo que te gusta antes de verlo y, por extensión, lo que no. Creo que, pese a ser una ciudad grande, muchas cosas se dan por hechas y no se las aprecia como debería. También creo, y en eso me incluyo, que siempre se tiende a hablar de los mismos grupos e incluso a encumbrar las cosas antes de que les de tiempo a ser nada, y me vuelvo a incluir. Hay casos curiosos, de grupos que eran famosos antes de salir o de artistas a los que se les cita como grandes referencias y en total han sacado un epé, así que en ciertos aspectos hay un poco de descompensación y de incoherencia. Sin embargo, creo que Valencia tiene una subcultura (no porque sea menor, sino porque está underground) muy rica, que suceden muchas cosas, docenas de conciertos cada fin de semana que están fuera del circuito “oficial”, ya reducido este a tres salas de vocación comercial, y que son el motor de la cultura de base. Por ello te digo que creo que es mejor la Valencia real que la de la que se habla en las revistas. En cuanto a lo de propuesta cercana, no sé, siempre he sido muy admirador de Señor Mostaza, Caballero Reynaldo, Serpentina, Dwomo… Y siento mucha afinidad personal con Chesterton [Miguel Beamud, de Tórtel], con Joni Antequera, de Amatria o con mucha otra gente.
¿Cuáles son tus próximos proyectos y cómo vas a presentar los temas en directo?
Tenemos un directo en el que participan Exequiel González, el chelista que grabó el disco, además de los Dwomo, Jorge y Antonio, a la base rítmica. Llevamos un set de chelo, dos teclados, bajo y batería, además de cuatro voces y melódica, bastante hilarante y bastardo. De momento hemos aparcado la guitarra y las mandolinas, pero tiempo al tiempo.
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