COMBUSTIONES
“La aparición de estupendos luthiers, capaces de crear instrumentos al detalle, descalabró a una gallina de los huevos de oro”
Julio Valdeón se centra esta semana en la caída que ha protagonizado la célebre marca Gibson, que ha iniciado el proceso de la bancarrota en los últimos días.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Gibson declaró la bancarrota. En la constelación rock pocos nombres convocan más ases que la marca de Kalamazoo, en Michigan. Robert Johnson, Neil Young, Duane Allman, B.B. King, Roy Orbison, Woody Guthrie, Johnny Cash, Mike Bloomfield, Elvis Presley, Bob Marley, Chuck Berry, Chet Atkins, Jimmy Page… podríamos agotar el artículo con la nómina de nombres asociados. Mitología dura de la música popular. De cuando ciertos objetos, y el carisma de sus virtuosos oficiantes, justificaban escribir en las paredes que un guitarrista era Dios. O, al menos, su delegado sindical o portavoz “bluesy” en el multicolor Soho de Londres. De cuando una de las actividades inevitables del niño que flipaba con el rock and roll consistía en pegar pósters de sus ídolos en las paredes del dormitorio, Mark Knopfler circa “Alchemy” presidió el mío durante años. Eso y colocarse frente al espejo para ensayar guitarrazos, raqueta mediante. Algunos incluso saltaron de la impostura narcisista y cachonda del “air guitar” al rigor inevitable pero necesario de las duras horas de aprendizaje.
Dicen que ahora los chavales pasan cantidad de semejante bodrio. Que los guitarristas no seducen a nadie. Que los solos fueron proscritos y que el careto de sus ejecutores figura en los carteles con la leyenda de “Wanted”. Nada que no sufrieran antes los herederos de King Curtis y otros gigantes del saxo. Por lo demás existen alternativas sumamente gratificantes con las que componer y tocar sin necesidad de los tediosos instrumentos. Lejos de esas las célebres diez mil horas requeridas para alcanzar la excelencia. Célebres y míticas, añado. Empeñados en negar la biología y sus caprichosas desigualdades, a ver si ahora va a ser lo mismo nacer con las condiciones de un Jimi Hendrix que con las mías, por encomiable que sea el estudio.
Sí, la casa de la Les Paul, la SG, etcétera no vendía lo suficiente. Pero las noticias de su muerte han sido exageradas. Continuará fabricando instrumentos y, cuentan los expertos, la maniobra bancaria tiene más que ver la urgencia de librarse de muchas de los negocios y productos con los que en los últimos años había intentado diversificar su oferta. Si usted se dedica al periodismo le sonará el paño. Sucedió algo muy similar con tantos y tantos periódicos. Hundidos por los sueños megalómanos de unos periodistas que se acostaron mortales y al despertar tenían jeta de William Randolph Hearst, y ambiciones, y compensaciones y bonos dignos de compartir piscina y ego en el dorado Xanadú con Charles Foster Kane. Sin olvidar los comentarios de quienes creen que Gibson había descuidado la calidad para centrarse en el marketing, y a precios obscenos. La aparición de estupendos luthiers, capaces de crear instrumentos al detalle y con componentes y maderas de inigualable calidad, descalabró a una gallina de los huevos de oro absorta en la contemplación de un pasado que no vale como coartada multiusos.
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Anterior entrega de Combustiones: Scorsese a 45 RPM.