FONDO DE CATÁLOGO
«Unas canciones que estaban dispuestas a tirar por la borda todo lo que sonara a convencional y estipulado»
Sara Morales nos acompaña hasta 1993 para recuperar Gentlemen, el cuarto trabajo de Afghan Whigs, una de las bandas más populares de la escena alternativa en los noventa.
The Afghan Whigs
Gentlemen
ELEKTRA, 1993
Texto: SARA MORALES.
Acostumbrados a ir a su aire, díscolos por naturaleza, insistían en su rock con dejes soul en tiempos en que el grunge andaba zarandeando el mundo. Y aunque también tomaron nota, a su manera, del género noventero que les tocó vivir como autómatas coetáneos, e incluso llegaron a pertenecer durante dos años a la legión de Sub Pop, lo cierto es que los Afghan Whigs supieron perfilar su propio camino guiados únicamente por su intuición y por lo que les iba naciendo hacer, con el afán de despegarse de la dichosa etiqueta.
Figura clave en todo este entramado de rebeldía y autodeterminación fue su líder, Greg Dulli. Un tipo que pasó por encima de la decadencia posadolescente que sonaba en aquel tiempo con rostro de vaqueros desgastados y enormes jerseys roídos, para centrarse en asuntos como la sexualidad, los deseos humanos y el costumbrismo callejero, vestidos de punta en blanco. Recordadas son las cuidadísimas portadas de la banda, el fino tratamiento de sus vídeos y la imagen impecable que proyectaban en sus conciertos y demás apariciones en público, mientras la escena se dejaba decaer en la angustia de la generación X.
De lo que eran capaces de hacer ya había quedado constancia en su anterior disco, Congregation (1992). Un trabajo que les proporcionó el contrato con Elektra y las alas necesarias para dar vida a esta cuarta joya llamada Gentlemen, en la que sus pasiones por el rhythm and blues y la Motown iban a desplegarse con más fuerza y audacia que nunca. El álbum, que arranca con el espejismo melancólico de “If I were going”, enseguida comienza a lanzar dardos envenenados como la propia “Gentlemen”, “Be sweet” o incluso “Debonair”, en las que el alarde viril de Dulli se pasea por paisajes sinuosos y también ásperos con frases incendiarias: «Señoritas, déjenme decirles algo sobre mí. Tengo una polla por cerebro y mi cerebro pierde el culo por ustedes», canta con su voz de alquitrán.
El escándalo, la provocación y el deseo de epatar engrandecieron el latido de unas canciones que estaban dispuestas a tirar por la borda todo lo que sonara a convencional y estipulado, tanto en sonido como en verbo. Pero mientras la visceralidad del repertorio crece, interpretada por algunos como arrogancia y grosería, las notas continúan recorriendo solemnes pentagramas de tristeza country (“When we two parted”), de desgarro pianístico (“What jail is like”) o de estridencia desenfadada como “Fountain and fairfax” con unas cuerdas abismales.
De todas estas encantadoras salidas de tono, a juzgar por lo que imperaba en la época, la más letal fue “My curse”. Cantada en femenino por Marcy Mays, vocalista del trío Scrawl, la composición entra en tono de balada, con margen para unas guitarras que terminan de desatar esta tormenta de rock reflexivo con sentencias como «Maldíceme suavemente bebé, asfíxiame en tu amor; la tentación no viene del infierno».
Alabado por la crítica a ambas orillas del charco, y acogido con extraño cariño por parte del público, Gentlemen situó a Afghan Whigs entre las bandas que había que tener en cuenta en aquella mitad de los noventa, a pesar de que nadie supiera exactamente dónde encasillarlos; pero es que eso, precisamente, es lo que siempre buscaron ellos. Un álbum intenso, aunque desconcertante, que los puso bajo la mirada masiva y preparó el terreno para su siguiente trabajo en 1996, Black love, y para 1965, el que para muchos sería su obra cumbre y el fin de una etapa, ya en 1998. Y es que el nuevo milenio estaba a punto de comenzar y ellos a punto de desistir.
–
Anterior Fondo de catálogo: Don’t give up on me (2002), de Solomon Burke.