FONDO DE CATÁLOGO
«El rhythm and blues y el rock and roll de corte clásico no hacían ascos a los dejes de psicodelia y guitarreo sucio que se traían entre manos»
Sex Museum
Fuzz face
Fidias, 1987
Texto: SARA MORALES
A mediados de los ochenta ya se habían labrado un respetado hueco en el underground madrileño, a base de tocar por los colegios mayores, las salas pequeñas y algunos festivales. Por eso, cuando llegó su elepé de debut, los cinco de Sex Museum no hicieron más – y no es poco – que hacer tangible y perpetuo el primer paso de una carrera que iba a ser recordada más allá del tiempo y las tendencias.
Para entonces habitaban la escena mod, compartían dichas y desdichas con bandas del palo como Brighton 64 o Los Flechazos; pero ellos iban un paso más allá. Lo suyo era el garaje, sus raíces más honestas las encontramos en aquellos mismos ochenta en que tuvo lugar el revival que pretendió rescatar este movimiento proveniente de Estados Unidos y que ellos, en una España que ya despertaba, representaron con lucidez.
En su sonido había también cepas de música negra. El rhythm and blues y el rock and roll de corte clásico no hacían ascos a los dejes de psicodelia y guitarreo sucio que se traían entre manos. Casaban bien, se fundían todos ellos en un hálito único, propio y embelesador que los definió como banda en su génesis, y los llevó de camino a la memoria a manos de este estreno discográfico con el que muchos todavía les recuerdan haciendo arden escenarios.
La personalidad de un disco que ha hecho historia
Para entonces a las discográficas todavía les costaba considerar a las bandas de esta escena, pero una adormecida Fidias, que llevaba sin editar discos varios años, decidió apostar por ellos y acertó. Los hermanos Pardo (Miguel al micrófono y Fernando a la guitarra), Marta Ruiz con su órgano Hammond, José Luis Hernández al bajo y un recién reclutado Pepe Ríos a la batería que compartió créditos con José Bruno “Niño”, construyeron así un decálogo de canciones propias y versiones –destacadas son las de “Psycho” y “C. C. rider”– que ha hecho historia; porque hoy Fuzz face continúa representando el auténtico y legítimo tratado de rock garajero manufacturado en casa, porque hoy Fuzz face se ha convertido en una codiciada pieza de coleccionista.
Con un repertorio mayoritariamente en inglés, y algún escarceo en castellano – como la contagiosa “Ya es tarde”-, el álbum recorre salvaje las cuerdas de unas guitarras trepidantes, con una voz desgastada y de blues canalla que lo mismo pisa por arenas de sexualidad inflamable (“Big cock” y “Sexual beast”), que por entretenidos pasajes de lisergia multicolor como desarrollan en “I’m alone”.
“Sweet home” te arrastra a la América profunda a ritmo frenético y “Motorbiking” para en el rockabilly con dejes surf, golpeado por los destellos de un teclado que delata que si a Sex Museum les hubiera dado por los tintes psycho también lo habrían bordado.
De las dos mil copias que conformaron la primera tirada de este Fuzz face nunca más se supo, seguro que anda a buen recaudo todavía hoy. Y aunque en estos primeros asaltos todavía no formaba parte del tracklist original “Drugged personality”, tema extra incluido en la reedición del disco que se realizó en 1992 por parte de Animal Records, el tema en cuestión culminó el carácter de una obra que ya de por sí había revalorizado el espíritu de rock and roll en un tiempo en que lo fácil era el pop.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Another perfect day (1983), de Motörhead.