EL CINE QUE HAY QUE VER
“Cruda, bruta y directa, la película no busca ser sencilla en su visionado y se construye a partir de desafiar de manera continua lo que el espectador cree que debe esperar del formato”
Elisa Hernández analiza una de las grandes películas de Michael Haneke: “Funny Games”, una cinta cruda, autorreflexiva y magistral.
“Funny Games”
Michael Haneke, 1997
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
Aunque no adquiriría fama internacional hasta el estreno, en 2001, de “La pianista”, “Funny Games” es una de las películas que mejor representan el modo de comprender el cine de Michael Haneke. El filme narra los sádicos juegos a los que una pareja de extraños jóvenes (supuestamente Paul y Peter, aunque sean llamados de diferentes maneras a lo largo de la historia) someten a una burguesa familia en su casa del lago. Pero aunque este punto de partida parezca el de una slasher movie como tantas otras que hemos visto, “Funny Games” no es otra cosa que una broma, una tomadura de pelo, una bofetada en la cara de las expectativas de su audiencia potencial.
Cruda, bruta y directa, la película no busca ser sencilla en su visionado y se construye a partir de desafiar de manera continua lo que el espectador cree que debe esperar del formato. Largos y tensos planos dedicados a actividades relativamente banales sustituyen a la violencia, la sangre y los golpes, que suceden siempre fuera de campo y de los que solo se nos da el audio, dejándonos con la miel en los labios, enfrentándonos a nuestros oscuros y violentos deseos pero sin complacerlos en ningún momento.
En lugar de fomentar la empatía del público con las víctimas, los supervivientes, uno de los principales tópicos del cine de terror, “Funny Games” nos otorga un maestro de ceremonias en la figura de Paul, uno de los dos psicópatas, que en todo momento nos interroga directamente sobre lo que queremos de la película. Paul mira a cámara, guiña un ojo, nos pregunta qué esperamos que ocurra, e incluso rebobina la acción para salirse con la suya. Un filme que se confiesa filme no es ni mucho menos una novedad, pero el uso de la ruptura de la cuarta pared para avergonzar al espectador sobre lo que le pide al cine es cuanto menos sorprendente. “Funny Games” utiliza la violencia gratuita para denunciar su gratuidad y, sobre todo, la complacencia de aquellos que disfrutamos con la representación del sufrimiento.
Rompiendo con todas las convenciones del género y privando a su audiencia de cualquier tipo de satisfacción morbosa que la agresividad que ve en pantalla le ofrece, Haneke crea todo un inteligente alegato en contra de la representación de la violencia en el cine y nos ofrece una de las películas más sabiamente autorreflexivas de la historia del medio.
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Anterior entrega de El cine que hay que ver: “Cuando Harry encontró a Sally” (1989), de Rob Reiner.