FONDO DE CATÁLOGO
«Uno encuentra en este álbum todo el primor melódico y toda la sutileza literaria que caracterizan al mejor McAloon»
Javier de Diego Romero viaja hasta 1988 para adentrarse en From Langley Park to Memphis, el tercer disco de Prefab Sprout. El pop audaz y perfectamente elegante de Paddy McAloon, uno de los compositores más afamados de las últimas décadas, plasmado en diez canciones sin tacha.
Prefab Sprout
From Langley Park to Memphis
KITCHENWARE-CBS, 1988
Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.
No es un trabajo tan redondo como Steve McQueen (1985), la obra cumbre del grupo de Durham (en el noreste de Inglaterra) y un fijo en las listas de mejores álbumes de los años ochenta. Ni tan ambicioso como Jordan: the comeback (1990), deslumbrante ciclo de canciones —diecinueve, nada menos— en el que McAloon da libre curso a su espiritualidad y a su obsesión por la fama. Convivir con semejantes colosos en el mismo catálogo ha redundado en perjuicio de From Langley Park to Memphis (1988), lo ha empequeñecido a los ojos de numerosos aficionados y críticos. A ello ha contribuido también el hecho de que sea el elepé más vendido de la banda y el hogar de su mayor hit, “The king of rock ‘n’ roll”: bien es sabido que, para algunos «paladares exquisitos», el mérito artístico está reñido con la fortuna comercial. En cambio, uno encuentra en este álbum todo el primor melódico y toda la sutileza literaria que caracterizan al mejor McAloon. Y además, en tecnicolor. Un peliculón de disco.
Antecedentes y colaboradores
Que el álbum que sucediera al aclamadísimo Steve McQueen rayara a la misma altura constituía todo un reto para Paddy, un reto que le sometió a una gran presión. Para sustraerse a ella decidió grabar con prontitud un disco de perfil bajo, titulado Protest songs, que se vendería únicamente en los conciertos del grupo. Pero el éxito de “When love breaks down”, sencillo extraído de Steve McQueen, condujo a la discográfica, CBS, a abortar el proyecto: habría frenado, a buen seguro, el impulso comercial que adquiría el disco anterior. Cuando, a finales de 1986, McAloon empezó a trabajar en lo que sería From Langley Park to Memphis, se planteó la posibilidad de remodelar algunas de las composiciones que había destinado a Protest songs, pero finalmente las archivaría y elaboraría el nuevo largo desde cero.
Thomas Dolby, el productor que había sublimado Steve McQueen, repite en cuatro de los temas que integran From Langley Park to Memphis; los otros seis se los reparten entre Jon Kelly (Deacon Blue, The Damned), Andy Richards (Pet Shop Boys, Frankie Goes To Hollywood) y el propio Paddy. Grabado en Newcastle, Londres y Los Ángeles, el álbum, por otro lado, cuenta con dos colaboraciones realmente estelares: Pete Townshend toca la guitarra acústica en “Hey Manhattan!” y Stevie Wonder la armónica en “Nightingales”. Y es que la compañía había puesto a disposición del grupo un presupuesto generoso, que también emplearon en reclutar a los Andraé Crouch Singers, coro de góspel que acababa de escoltar a Michael Jackson en “Man in the mirror”; y una orquesta que hace causa común con los sintetizadores para dotar al disco de una irresistible cualidad cinemática.
El gran álbum norteamericano de Prefab Sprout
«El viento es como una sección de cuerda», canta Jens Lekman, el alumno más aventajado de McAloon en el siglo XXI, en “Dandelion seed” (incluida en su largo Life will see you now [2017]). A uno le vienen a la memoria estas palabras al escuchar las excelsas cuerdas de “Hey Manhattan!”: diríase que representan las corrientes de aire que agasajan a quien, como el protagonista del tema, pasea por vez primera, admirado, por las calles de Nueva York. Fastuosa y teatral, la canción parece salida de un musical de los años dorados de Broadway: clasicismo de altos vuelos.
Paddy McAloon siempre ha bebido copiosamente de diversas músicas estadounidenses, algo que queda especialmente de manifiesto en From Langley Park to Memphis. La arrobadora “Nightingales”, deliciosamente almibarada, se sitúa en coordenadas similares a las de “Hey Manhattan!”: con la Barbra Streisand de The Broadway album (1985) en la cabeza, Paddy moldeó un auténtico estándar, tan brillante que, con certeza, haría sonreír al mismísimo George Gershwin. El latido country pop del añorado Glen Campbell reverbera en los cuatro minutos de porcelana de “Nancy (let your hair down for me)”. Otra conexión con el cantante de Arkansas: Paddy sampleó la línea de bajo que abre “Wichita lineman”, uno de los clásicos de Jimmy Webb interpretados por Campbell, para “Enchanted”. Los aromas funk que desprende esta canción llevaron a Thomas Dolby a sugerir que la produjera Prince, a quien McAloon veneraba; David Leonard, uno de los ingenieros de sonido del álbum y colaborador habitual del genio púrpura, creyó que podría encontrarle en los estudios Sunset Sound de Los Ángeles, donde solía grabar, pero había regresado a Minneapolis para preparar la gira de Sign ‘o’ the times (1987). En la lenta, cadenciosa e iridiscente “I remember that” escuchamos por primera vez los primorosos coros góspel de los Andraé Crouch Singers. Reaparecen en “The venus of the soup kitchen”, el medio tiempo in crescendo de elegantísimo pop jazzístico con el que concluye el disco. El rock springsteeniano de “The golden calf”, un tema que llevaba diez años guardado en la caja fuerte de McAloon, demuestra hasta qué punto era amplia su paleta de estilos norteamericanos.
Como señala Carlos Pérez de Ziriza en Prefab Sprout: la vida es un milagro (Efe Eme, 2021), su muy recomendable libro sobre la banda, resulta paradójico que Paddy incluyera “The golden calf” en un álbum cuyo primer sencillo, “Cars and girls”, cuestiona con guasa los tópicos rockistas del Boss. Además de Springsteen, otros iconos de la cultura estadounidense habitan en los surcos de From Langley Park to Memphis. El cantante de “Hey Manhattan!” piensa en John F. Kennedy al toparse con el hotel Carlyle —allí se alojaba el presidente durante sus estancias en la Gran Manzana— y en Frank Sinatra al recorrer la Quinta Avenida. “The king of rock ‘n’ roll” está protagonizada por un veterano rockero atormentado por sus días de gloria que es, por supuesto, trasunto del Elvis Presley tardío. Al intérprete de “Hound dog” remite también el destino del viaje desde Langley Park, un pequeño pueblo en el condado de Durham, del título del disco. Un viaje, importa precisarlo, solo imaginado: «[El título] tiene que ver con las percepciones de lo que está alejado del pueblo o del lugar en el que te encuentras —explicaba McAloon en una entrevista con David Stubbs, de Melody Maker—. Ciertamente, cualquier cosa norteamericana siempre suena glamurosa. Son los sueños íntimos de estar en otro lugar, está relacionado con desear algo que está fuera de tu pequeño mundo».
El paso del tiempo y otros temas universales
Al habla con la revista Tracks, Paddy hizo referencia al título del elepé desde un prisma diferente: «Procede de “Venus of the soup kitchen”, “si algo te está haciendo daño, / puede que también haga daño a tus hermanos / de Langley Park a Memphis”. Es mi “Ebony and ivory”, supongo [tema de Paul McCartney cantado a dúo con Stevie Wonder]: todos tenemos los mismos sentimientos, independientemente de que vivas en un pueblo desconocido o en un lugar glamuroso como Memphis». Al creador de “All the world loves lovers” le desagradan los compositores localistas, los que escriben continuamente sobre su entorno más inmediato, los dedicados a levantar acta de lo que acontece a sus conciudadanos; son, puesto en sus propios términos, los aquejados por el «síndrome Paul Weller». From Langley Park to Memphis testimonia su querencia por los temas universales, como el amor romántico (“Nancy [let your hair down for me]”), la vulnerabilidad y el miedo (“The venus of the soup kitchen”) o, por encima de todo, el paso del tiempo, materia común a buena parte de los cortes del álbum.
«Esto es algo por lo que afligirse, / ahora estamos vivos, pronto nos habremos ido», canta McAloon, subrayando el segundo verso con un inteligente cambio de tonalidad, en “Enchanted”. Prevalece en ella, sin embargo, una visión luminosa: el deseo de seguir buscando y aprendiendo, sin desperdiciar un solo día, hasta que el telón descienda; si “The venus of the soup kitchen” es su particular “Ebony and ivory”, “Enchanted” dialoga desde la distancia con el “Fascination” de su admirado David Bowie (de Young Americans [1975]). En otras canciones el paso del tiempo es contemplado con mayor amargura. La amargura, por ejemplo, de quien materializa un sueño de adolescencia (conocer Nueva York, en “Hey Manhattan!”) pero termina viéndolo mancillado en el barro de la realidad. La pérdida de la inocencia, tornada en pesar, duele más, mucho más que los coches y las chicas de Springsteen. Las fanfarronadas de juventud del king of rock ‘n’ roll le persiguen ahora como «fantasmas de alta precisión». En el único pasaje accesible del opaco texto de “The golden calf”, McAloon clama: «Sueno tan diferente hoy, apenas puedo creer que estoy aquí. / […] Juraría que me he convertido en otra persona. / Dios, no puedo creer, no puedo creer en mí». Y en “Nightingales” entona dulcemente estas hermosas palabras: «Palideciendo como una estrella que se apagó años atrás»; a uno se le encoge el corazón.
Pero el pasado también puede ser fuente de consuelo y aliento. Al evocar caros recuerdos, hallamos siempre el más acogedor de los refugios, un manto numinoso que nos arropa; y un resorte cálido para el hoy, para ese presente que tan a menudo cuesta encarar. Este es el mensaje, realzado por el acompañamiento góspel, que transmite “I remember that”. Música de esperanza. La necesitamos, más que nunca.
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Anterior Fondo de catálogo: Mentiras piadosas (1991), de Joaquín Sabina.