El 14 de mayo de 1998 fallecía Frank Sinatra, un intérprete que agarraba cualquier canción y la hacía suya, un artista inmenso y contradictorio que vivió días de gloria, espectaculares caídas en el olvido y ejemplares –o no– remontadas. A los diez años de su muerte, trazamos esta rápida aproximación a su figura firmada por uno de los mayores expertos en su vida y obra.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
John Lennon dijo que antes de Elvis no hubo nada. Pero a estas alturas del concierto ya sabemos todos que el amigo John disfrutaba provocando. Porque incluso él sabía que antes de Elvis, fue La Voz. Más de una década antes de que las adolescentes estadounidenses enloquecieran viendo al de Tupelo mover las caderas, sus padres, esos que criticaban tanto griterío, habían creado colas que daban vueltas a la manzana para ver a un lampiño Frank Sinatra, solo o con la orquesta de Tommy Dorsey, cantando “I’ll never smile again” en el neoyorquino Paramount Theater.
Y justo cuando Elvis iniciaba su meteórico despegue, entre 1954 y 1956, el chico de Hoboken, desenganchado temporalmente del embrujo de la mirada del animal más bello del mundo, daba forma a sus cinco primeros álbumes para Capitol Records. Cuatro de ellos (el quinto era una reunión de sencillos al uso) son piezas fundamentes para entender una nueva forma de agrupar canciones en un disco de larga duración –el álbum conceptual–, buscando una relación entre ellas, un espíritu común para el trabajo. Eran Songs for young lovers, Swing easy!, In the wee small hours y Songs for swingin’ lovers. Después, claro, la cosa prosiguió para mejor, normalmente con Nelson Riddle como arreglista, creando mano a mano una serie de obras maestras con críticas entusiastas que alababan desde la imagen de la carpeta a las notas.
Los dos, Elvis y Frank, crecían al mismo tiempo. El de Tupelo, saboreando el éxito por primera vez; el de Hoboken, en una envidiable segunda edad de oro, tras los días grandes con Harry James, Dorsey y los discos para Columbia. Y mientras uno se instalaba con un pie en Memphis y otro en Hollywood para rodar mucho y cantar poco, el otro hacía lo propio en Las Vegas, eso sí, con tantas ganas de cantar, y de hacerlo a su gusto y sin imposiciones, que acabó montando su propia discográfica, Reprise, a la que se llevó, entre otros, a sus buenos amigos Dean Martin y Sammy Davis Jr.
Eran los días de la fiesta continua, donde no se sabía muy bien si actuaban más cuando estaban en el escenario o fuera de éste; los días de las juergas y orgías acompañados hoy por un capo de la Cosa Nostra, mañana por un futuro presidente de los Estados Unidos. Frank solía decir que los solitarios, los que no tenían amigos, eran unos perdedores. Lo decía con conocimiento de causa, de sus días oscuros, cuando intentó quitarse de la circulación inhalando gas. Probablemente Elvis nunca le escuchó decir eso, pero debía intuirlo bien, porque se esforzaba lo suyo para tener su propia camarilla tipo “7 Eleven”; disponible en cualquier momento y para lo que fuera.
Las Vegas sirvió de cruce de caminos para ambos hombres, pero de manera muy temporal. Uno sale y otro entra. Frankie había sido el rey de la ciudad del pecado desde mediados de los cincuenta, pero hacia 1968 esa misma ciudad ya no se portaba bien con él. Grandes corporaciones empezaban a adquirir algunos casinos y sus amigos de la Mafia lo tenían cada vez más complicado para meter mano. Además, el maestro del swing y juerguista irrefrenable se dedicaba ahora a grabar discos de bossa nova y a hacer duetos con su hija. La cosa se puso tan fea que hasta vendió sus acciones en el Hotel Sands, donde él, Dean, Sammy y el resto de la “pandilla de ratas” se movían como Pedro por su casa, ligando a lo grande dándoselas de crupier en las mesas de blackjack ante la rubia platino de turno.
Frank no dejó de cantar en Las Vegas, pero ya no era lo mismo. Ni de lejos. Además, la ciudad ya tenía otro rey, Elvis (también un príncipe, Tom Jones, pero ésa es otra película), a quien iban a aplaudir todos los miembros del Rat Pack que en su día se pitorreaban de él llamándolo despectivamente Clyde (“tonto”, en la jerga “ratio”).
Las cosas cambiaban tanto que, cuando Elvis Presley vivía su segunda gran época, Frankie anunciaba su retirada. Pero nada, fue poca cosa, un año a lo sumo. También Sinatra fue pionero en eso del “ahora me retiro, ahora vuelvo y me forro con especiales, recopilatorios y nostalgia a raudales”. Y así, cuando Priscilla dejaba a Elvis con el ánimo por los pies y éste afrontaba ya su imparable cuesta abajo, allá por 1974, el “Viejo Ojos Azules” proclamaba a los cuatro vientos su regreso con un concierto en el Madison Square Garden con la audiencia más caliente que se haya podido escuchar nunca en un álbum en directo. “Jamás he sentido tanto amor en una sala en toda mi vida”, dice Frank tras regalar una impagable “The lady is a tramp” (algo así como “La dama es una fulana”; ¡a ver quién tiene narices de grabar hoy un tema con ese título!).
Llegaba así 1977, Elvis moría, y Sinatra barajaba proyectos discográficos varios porque no le gustaba hacer siempre lo mismo. El resultado fue Trilogy, un triple álbum que no terminó de cuajar, aunque sí demostró el valor y el compromiso artístico de un hombre que, viniendo ya de vuelta de todo, se arriesgaba con ideas demasiado innovadoras.
Desde antes incluso de su muerte, tres o cuatro años antes, el mito de Elvis fue cobrando fuerza, y en sus conciertos el personal lo miraba y admiraba casi como a una divinidad más que como a un cantante. Con Frank ocurrió lo mismo, pero unos quince años antes de “comprar el gran casino” (jerga de ratas).
En el 84 entraba por última vez en un estudio de grabación para dar cuerpo a un álbum, L.A. is my lady, bajo la dirección de Quincy Jones y acompañado por una banda de estrellas veteranas y noveles: Frank Foster, Tony Mottola, Lionel Hampton, Ray Brown, Steve Gadd, George Benson, Michael Brecker… A pesar de todo, el disco pasó sin pena ni gloria, por lo que Frank decidió cerrar el chiringuito y dedicarse a recorrer mundo micrófono en mano.
Con la nueva década y el auge del CD una nueva generación empezó a descubrir a Elvis con la recuperación de sus viejos discos, y a escuchar a Sinatra cantar “Fly me to the moon”, aunque en este caso era una nueva –la enésima– grabación. Con los dos álbumes Duets, Frank Sinatra volvía a ponerse de moda, a vender discos, a imponer estilo… (y a poner de moda unos discos de duetos que, en demasiados casos, resultan bastante obvios; pero ésa es también otra canción).
Grandes de la música, de varias edades, estilos y nacionalidades, se apuntaron al proyecto Duets, y el negocio funcionó. Y ni que decir tiene que al “Viejo Ojos Azules” la aventura le dio nuevos bríos. Poco antes, a finales de los ochenta, le había echado casta al asunto y se había embarcado con Dean Martin y Sammy Davis en una gira para recordar los viejos tiempos. Ahí estaban, más de doscientos años entre los tres, vestidos de esmoquin en los días grandes de la MTV.
Pero era evidente que la canción se acababa. En 1994, en la gala de los Grammy, Sinatra recibía un premio especial a toda su carrera. El anciano empezó a soltar el discurso de rigor y los realizadores tuvieron los bemoles de pasar a publicidad en medio del mismo. Uno de los colaboradores de La Voz tuvo que subir al escenario para decirle que cortase, que ya no estaban en antena y que la gente en el teatro empezaba a salir a echar el cigarrito. Treinta años atrás, Frankie hubiese podido soltar un discurso talla Fidel Castro y ni siquiera el presidente de la cadena televisiva se hubiese atrevido a apretar el botón de “stop”.
En mayo de 1998, Frank Sinatra se reunió con Dean, Sammy, Peter, Ava y tantos otros amigos cuyas muertes habían ido minando su ánimo. Para alguien que no entendía la vida sin compartirla con su gente, ir perdiendo a aquellos a los que más estimaba fue terrible para él.
Diez años después de su muerte, ya no existen tantas diferencias entre Frank Sinatra y Elvis Presley. El recuerdo de ambos es saqueado sin piedad por discográficas, medios de comunicación y sus familiares más allegados. Y es seguro que ya, visto lo visto, el buen Beatle se habrá dado cuenta de que antes y después de Elvis, siempre fue Frank.
25 CANCIONES IMPRESCINDIBLES
“All or nothing at all” (Columbia, 1939)
“I’ll never smile again” (RCA, 1940)
“Night and day” (RCA, 1942)
“Nancy (with the laughing face)” (Columbia, 1945)
“I’m a fool to want you” (Columbia, 1951)
“I’ve got the world on a string” (Capitol, 1953)
“Learnin’ the blues” (Capitol, 1955)
“I’ve got you under my skin” (Capitol, 1956)
“You make me feel so young” (Capitol, 1956)
“Witchcraft” (Capitol, 1957)
“Autumn in New York” (Capitol 1957)
“The lady is a tramp” (Capitol, 1957)
“Come fly with me” (Capitol, 1957)
“Only the lonely” (Capitol, 1958)
“Angel eyes” (Capitol, 1958)
“One for my babe (and one more for the road)” (Capitol, 1958)
“Fly me to the moon” (Reprise, 1964)
“It was a very good year” (Reprise, 1965)
“Strangers in the night” (Reprise, 1966)
“My way” (Reprise, 1968)
“Send in the clowns” (Reprise, 1976)
“Theme from New York, New York” (Reprise, 1979)
“Something” (Reprise, 1979)
“A long night” (Reprise, 1981)
“Mack The Knife” (Reprise, 1984)
SINATRA: UNA CARRERA RESUMIDA EN SIETE COFRES
Harry James and his Orchestra, featuring Frank Sinatra (Columbia/Legacy, 1 CD)
Tommy Dorsey and Frank Sinatra: The song is you (RCA/BMG, 5 CDs)
Frank Sinatra: The best of the Columbia years, 1943-1952 (Columbia/Legacy, 4 CDs)
Frank Sinatra: The Capitol Years (Capitol, 3 CDs)
Frank Sinatra: The complete Capitol singles collection (Capitol, 4 CDs)
Frank Sinatra: The Reprise collection (Warner/Reprise, 4 CDs)
Duets (Capitol, 2 CDs)