«Era el 30 aniversario del Stone Pony, en Asbury Park, y Springsteen se subió al escenario con Joe Grushecky. Fue colosal verlos con varias copas de más, en una sala pequeña, tocando rock y garaje a todo trapo. Nada tenía que ver con el Springsteen de estadios y megamediático»
Periodista e historiador, Fernando Navarro es redactor de «El País» en la sección de internacional, periódico en el que también escribe de música, así como en el suplemento cultural «Babelia»; en la web de este diario mantiene el blog «La Ruta Norteamericana». También colabora en «Rolling Stone», «Ruta 66», «Ritmos del Mundo» y EFE EME (donde debutó como periodista musical y donde lleva la sección ‘Forajidos’). Acaba de ser fichado por Onda Cero como crítico musical en el programa “Te doy mi palabra”.
Fecha y lugar de nacimiento.
19 de abril de 1981, Madrid.
¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
La que salía de la radio, indistintamente de diferentes emisoras. No había cultura musical en mi casa. Con todo, a mi madre le gustaban Los Brincos, Juan Pardo, Julio Iglesias o Dyango y sonaban en casa o en el coche. También recuerdo las zarzuelas que ponía mi abuela en el salón.
¿Cuál fue el primer disco que compraste?
“Waking up the Neighbours” de Bryan Adams. Me llamó mucho la atención esa portada con el megáfono y fue el primer disco (era una casete) que quise tener. No me lo compré. Me lo compraron porque yo era un chaval sin dinero. Pero, de alguna manera, despertó mi interés por el rock desde niño. Pero el primer disco que me compré con mi dinero y consciente de lo que compraba creo que fue un grandes éxitos de Eric Clapton.
¿Y el último?
Han sido varios y todas son cajas, las famosas box set, de las que cada día me considero más aficionado por su presentación y material. ¡Qué buenas son para sumergirte y gozar de una tacada! Recientemente, acabo de comprar a la vez las cajas de “Atlantic R&B 1947-1974” (siete discos de la mejor compañía independiente del siglo XX, y aprovecho para decir que todavía no se ha valorado lo suficientemente bien en España a gigantes como Ahmet Ertegun y Jerry Wexler), tres volúmenes de los “Cellarful of Motown” (que repasan lo más conocido y más raro del sello de Berry Gordy) y el disco “Heavy sugar – The pure essence of New Orleans R&B” (en esta compra influyó que he terminado de ver la primera temporada de la grandiosa serie “Tremé” y necesitaba bucear aún más en esa música).
Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
¡Madre mía, qué difícil! Creo que los cambiaría, según el tipo de incendio y las zapatillas que llevase para salir corriendo. Pero, si me tengo que quedar solo con tres, creo que serían los siguientes, dejando fuera a Dylan, Van Morrison, Beatles, Stones, Neil Young, Caetano Veloso, Creedence Clearwater Revival, Wilco, Otis Redding, Aretha Franklin, Elvis…:
“Born to run” de Bruce Springsteen, por todo lo que significó en mi adolescencia. Un relato que abre con ‘Thunder Road’ y cierra con ‘Jungleland’ marca de por vida. Escuchar ese disco con las letras traducidas en la oscuridad, tirado en la cama, fue absolutamente revelador. De lo más revelador que me ha pasado en la vida.
“Closing time” de Tom Waits. El día que me lo compré se fue la luz en mi casa, en todo el barrio. La cadena musical se quedó con el CD que estaba escuchando. Por suerte, estaba el de Tom Waits recién comprado en una bolsa. Lo puse en el disc-man y lo escuché con velas en mi habitación. Juro por el espíritu de Elvis Presley que fue obra del destino ese tiempo de hechizo con el piano revoleteando en mi alma y descubriendo por primera vez a Tom Waits con su aire naïf y beat. Amo este disco ya para la eternidad.
“What’s going on” de Marvin Gaye. La humanidad hecha música. Llegó en un momento crucial, cuando uno se da cuenta, sin que nadie se lo avise, que en la vida hay que tomar decisiones y asumir las consecuencias. Marvin Gaye con su torrencial sentimiento soul, funky, llenó ese momento. Esperanza y lamento se abrazan en un disco monumental.
Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
Aquí lo tengo bastante más claro. No me da tanto dolor de cabeza dejar otras cosas fuera como en la parte internacional. Y reconozco que soy partidario de los músicos que cantan en castellano, buscando un lenguaje propio. Al menos me llenan más. Elijo:
“Obras escocidas” de Los Enemigos. Repaso en directo de la mejor banda de rock, con permiso de Burning, que ha parido este país. Pura actitud. Además, suenan fantásticamente. Porque Los Enemigos, como las mejores bandas, eran una banda de directo, iban al hueso y decían las cosas tal y como debían decirse.
“En otro tiempo, en otro lugar” de José Ignacio Lapido. En mi opinión, la obra cumbre del mejor compositor español de la última década. Directo al corazón. Si en este santo país Lapido no vende, y apenas puede vivir de la música, sencillamente es para estar preocupados de cómo son las cosas.
“Básico” de Antonio Vega. Los momentos mágicos de Antonio Vega han sido insuperables en este país. Como cuando Leonard Cohen, Paul McCartney o Bob Dylan dan con la tecla que abre el universo en una simple canción. No eran abundantes pero eran auténticos. Este disco contiene las mejores canciones de Vega, el catálogo perfecto de lo que es componer con inteligencia, sentimiento y maestría.
Un disco doble al que no le sobra nada.
Pondría “London calling”, el disco doble de The Clash, que me ha parecido perfecto de siempre, pero reconozco que en los últimos años “Blonde on blonde” de Bob Dylan ha crecido tantísimo que se ha hecho imprescindible. El disco que cierra la trilogía del mejor Dylan, tal vez la trilogía de la mejor cruzada del rock que uno puede conocer. Abrumador. ¡Dylan tenía tanto en la cabeza que va y remata con un doble!
Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
Richard X Heyman, The Doughboys, Nikki Sudden, Fred Neil y a muchos compositores del Brill Building.
¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
Uno de Reóolver en Madrid. Fui con unos amigos y me pareció todo un acontecimiento.
¿Y el mejor concierto que has visto?
Recuerdo con especial cariño la despedida de Los Enemigos en la sala Riviera. Pero, sin duda, el que más huella me ha dejado es uno de Springsteen en Asbury Park, en el Stone Pony, en el 2004. Bruce no estaba anunciado en el cartel porque se hubiese montado una verdadera locura y apareció al final de la noche. Un amigo y yo íbamos todos los sábados de ese verano al Stone Pony. Era el 30 aniversario de la sala y había un festival de bandas y Springsteen se subió al escenario con Joe Grushecky y los Houserockers al completo, que estaban pletóricos desde hacía una hora y media, tras toda una tarde de música en vivo en el festival. Fue colosal verlos con varias copas de más, en una sala pequeña, tocando rock y garaje (¡garaje!) a todo trapo. Nada tenía que ver con el Springsteen de estadios y megamediático. Era un Springsteen de bar con una banda de bar, al más puro estilo americano de “one, two, three”. Pedía canciones a la gente y así sonaron versiones eléctricas como la de ‘Johnny 99’. Entre canción y canción, se tomaban todos un chupito. En un receso, la mujer de Springsteen, Patti Scialfa, más borracha que el resto y eufórica besó en la boca a la violinista Soozie Tyrell. No sé porqué pero el garito enmudeció. Había que verle la cara a Springsteen. Era un poema. En esa noche de fiesta, estaba el actor Sean Penn, amigo de Springsteen. Uno de los Jack Daniels de los no sé cuántos que me bebí fue en la barra junto a Sean Penn. Me dije a mí mismo: “Invitale a uno”. ¡Pero miré el bolsillo y no me quedaba ni un dólar! Todo acabó en torno a las tres de la madrugada, que en EE UU es como si acabara al día siguiente. Imborrable.
Elige y razona tu elección:
Serrat/Aute.
Serrat. Nunca he conectado mucho con la obra de Aute. En cambio, Serrat tiene canciones excelentes y tengo épocas que necesito escucharlo. ‘Decir amigo’ ha sido una de esas canciones que, al estar en pleno contexto en tu vida, me han hecho llorar. Me la puso un grandísimo amigo antes de una larga despedida y capté como nunca su fuerza.
Sabina/Calamaro.
Calamaro. Sabina, del que me gustan varias de sus canciones, ha dejado de interesarme hace tiempo. Me carga, incluido el personaje. Calamaro, ay, Calamaro. Soy calamarista, o como se diga. Solo por su pertenencia en Los Rodriguez me ganó, pero es que en solitario llegó a ser una referencia con “Alta suciedad” y “Honestidad brutal”. Y esa locura maravillosa (patada en todo el estómago a la anquilosada industria) que fue “El salmón”. Puede que sea excesivo a veces, pero su rollo rock, su visión dylaniana del asunto, son para defender. Calamaro vale oro.
Nacha Pop/Los Planetas.
Nacha Pop. Siempre he oído que con Los Planetas no hay término medio: o te apasionan o los detestas. Bueno, pues yo ni una ni otra, soy bastante indiferente a su música, tal vez porque no he hecho por escucharlos bien. Precisamente, cuando todo el mundo me hablaba de Los Planetas, yo andaba sumido en la delicadeza de Nacha Pop. Eso era pop y eso tocaba el alma.
Nacho Vegas/Quique González.
Quique González. Ambos tienen una tristeza muy particular y especial. Nacho Vegas me gusta bastante y su disco “Cajas de música difíciles de parar” me encanta y lo escuché compulsivamente cuando salió (gracias a él me animé a leer «Moby Dick»). Pero tengo más afinidad con Quique. Puede que influya que soy de Madrid y además siento muy vivamente, como él, la imaginería americana. Cuando no se pone muy tristón y se deja llevar más bien por una melancolía asumida, como si Petty inyectase magia a su música, a mí me gana.
La Mala/La Bien Querida.
Ninguna de las dos. Ni para un rato.
Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Jacques Brel. Sin haber profundizado muchísimo en la música de ambos, me parece que Brel tenía aspectos románticos más interesantes y una honestidad mayor en su música que se palpa a la primera de cambio.
Frank Sinatra/Elvis Presley.
Elvis. El rey es el rey, aun siendo los dos imprescindibles. Sinatra representa la excelencia en muchos aspectos, pero Elvis representa el rock, y con eso es suficiente. En mi caso, el poder de transformación social que simbolizó Elvis se impone a la pompa y magnificencia de Sinatra.
Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Esto es como dispararse en un pie. Creo que no dejaría a Marvin Gaye fuera de ninguna lista en la vida a no ser que el cuestionario me lo enfrente con Springsteen. Me engañaría si dijese Gaye, pese a su obra fascinante, antes y después de “What’s goin on?”. A Springsteen le debo estar en este cuestionario, le debo mi amor desatado a la música. Cierto que el personaje puede resultar cargante, tan sobredimensionado por los medios, tan adulado por propios y extraños, tan en la sopa, tan distante de su obra clásica, pero cualquiera que descubra “Greetings from Asbury Park”, “The wild, the innocent and the E Street shuffle”, “Born to run”, “Darkness of the edge of town” o “The river” con 16 años se enfrenta a un apasionante viaje de ida cuya vuelta te cambia para siempre. Y, en mi opinión, ese viaje es la esencia del rock’n’roll.
Tom Waits/Lou Reed.
Otro disparo en el pie. Ambos personajes son dignos de estudio y admiración artística. Me quedo con Tom Waits, a pesar de que Lou Reed me ha dado algunos de los momentos más excitantes y rockeros del rock. Creo que Waits tiene una obra en general más sobresaliente, y sintonizo muchísimo con su primera época. También sintonizo más con sus extravagancias, e incluso sus manías.
Michael Jackson/Prince.
Prince. Mucho más inteligente que Michael, mucho más inquieto, mucho menos perdido en la vida. Michael, cuyo talento fue eclipsado por la fama, fue un juguete roto, que fue de mal en peor, y Prince, en cambio, rompía moldes con su estilo.
The Rolling Stones/The Velvet Underground.
Otro disparo. Y este duele más que ninguno. Me quedo con la Velvet Underground por tener una capacidad rupturista mayor y ofrecer un universo tan personal. Los Stones son los Stones y si los quito solo puede ser por la Velvet, que impactó más en mi vida.
Bob Dylan/John Lennon.
Dylan. Siempre Dylan, aun dejando fuera a un superserie como Lennon. Dylan representa la quintaesencia del rock, la cumbre artística de este negociado en todos los sentidos. Creo que a Lennon no le hubiese importado ser Dylan en algún momento, pero Dylan nunca hubiese querido ser Lennon.
Neil Young/Elvis Costello.
¿Todavía hay más balas? Pues sí, y vuelvo a dispararme en el pie. Elijo a Neil Young. Siento dejar a Costello fuera pero Young es más completo y su obra es más trascendental. Está un peldaño por encima. Perteneció a Buffalo Springfield y CSNY pero en solitario dio lecciones de rock enérgico a todo el mundo. En los setenta al punk. En los noventa al grunge. Y su capacidad acústica está en una dimensión muy alta. Neil Young se codea con los grandes de los grandes, y eso Costello no lo puede decir.
Youssou N’Dour/Fela Kuti.
Fela Kuti. Sin profundizar mucho en la obra de ambos, creo que Kuti es más exuberante.
¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
Básicamente, por una simple cuestión de compartir la música que me emociona, de escribir de lo que conmueve o desengaña. Pero, por encima de todo, decidí dedicarme al periodismo, profesión en la que creo más allá de intereses y mangoneos, y a partir de ahí llegó la necesidad de dedicarme a la crítica musical debido a mi amor por la música. Lo contemplé como un añadido al resto de mi trabajo, pero las cosas han ido creciendo muy rápido y ahora dedico gran parte de mi tiempo a la crítica musical, sin llegar a ser mi actividad profesional principal.
¿Quién fue tu maestro periodístico?
Sinceramente, creo que lo poco o mucho que sé lo he aprendido de varios, aún sin yo saberlo. Pero, en cuanto a temas musicales, fueron algunos amigos mayores que yo (y ellos saben quiénes son, tanto en Madrid, Barcelona, Valladolid o Nicaragua) que ejercieron de cicerones y cultivaron mi pasión. Asimismo, Diego A. Manrique ha sido el mayor referente. A su saber enciclopédico se suma su maravillosa capacidad para transmitir y explicar las cosas. No hay nadie como él en este país. Cuando leía sus artículos en la universidad sentía ganas de ponerme a escribir del último disco que había escuchado o de leer más sobre tal o cual músico. También Ignacio Julià ha sido otra gran referencia. Su raza escribiendo y actitud siempre me han encantado, aunque durante años no podía entender cómo se cargaba conciertos de Springsteen en la revista «Ruta 66» que a mí me habían gustado. En la radio aprendí de Oscar Ortego. Otros compañeros de los que aprendo de una manera u otra y por distintos motivos, aunque fuera del ámbito musical, y comparto con ellos redacción en «El País» son Georgina Higueras, Ramón Lobo, Enric González, Amelia Castilla, Antonio Fraguas y Javier Salvatierra, entre otros. Además, en la Universidad Complutense aprendí mucho del Profesor García Fajardo y en la Autónoma de Ángel Fuentes. Quiero añadir que el verdadero maestro de mi vida, la persona que más me ha enseñado a vivir, y por añadidura a amar mi profesión, a aplicar el sentido común, a no dejar de escribir, a seguir mis sueños, es mi madre. Y le estoy eternamente agradecido. Todo lo que soy se lo debo a ella.
Un equipo de fútbol.
Real Madrid. Socio desde los cuatro años. Echo de menos a Zidane, Redondo, Raúl y Del Bosque.
Un político.
Nelson Mandela. Y más tras leer el fenomenal libro de John Carlin, “El factor humano”.
Una ciudad para vivir.
Nueva York y Madrid. La primera es como Ítaca, mi Ítaca, donde he vivido, y desde entonces tengo que visitar y sé que volveré muchas veces. La segunda es la ciudad de mi vida, a la que todavía tengo que descubrirle cosas, y que tiene un otoño fantástico.
El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
Codplay, U2, Muse…
¿Vinilo, CD o mp3?
Los tres. Soy de la generación del CD y sin él no me explico a mí mismo. Pero tengo vinilos y soy cada día más consumidor de ellos, aunque no se puedan pinchar en el coche. Y no rechazo para nada el mp3. Y añado, para atender a mi pasado musical, la importancia del casete, aunque sea como método para ligar con las chicas al grabar una estudiada selección de canciones románticas.
La película que nunca te cansas de volver a ver.
Casi todas las de Billy Wilder, sobre todo, «El apartamento» y «Con faldas y a lo loco». Casi todo lo de Chaplin, sobre todo, «Tiempos modernos», «Luces de ciudad» y «El chico». «El Padrino». «Taxi driver». «Grupo salvaje.» «Matar a un ruiseñor». «Casablanca». «Regreso al futuro». «Grease». «Astérix y las doce pruebas». «The last waltz». «Manhattan». «La rosa púrpura del Cairo».
El libro que nunca te cansas de releer.
¡Con todo lo que hay pendiente de leer! Los únicos que me he releído por puro gusto son “El principito” de Saint-Exupery y “Martes con viejo profesor” de Mitch Albom. Y dos que he consultado y subrayado tanto que tal vez me he releído ya sin ser consciente son “Historia del siglo XX” de Eric Hobsbawn e “Historia del rock. El sonido de la ciudad” de Charlie Gillet.
Una serie de televisión.
La que más me arrebató: “Los Soprano”. Sentí un vacío tremendo cuando acabé de verla. Y en ese mismo nivel “The wire” (sencillamente, perfecta), “A dos metros bajo tierra” (el final más bonito de la historia de la televisión) y “Tremé” (clase, mucha clase). Ahora estoy enganchado a “Mad men”.
Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
Sin importar el orden: todo el catálogo de Stax, Motown, Sun Records y Chess Records.
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